jueves, 14 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 10
Pedro no vio a Paula al día siguiente, pero se pasó el día pensando en ella, y molesto, sin saber por qué.
De camino al restaurante chino, ella le había contado que el hombre del videoclub se llamaba Miguel, o Manuel. Mientras comían en su apartamento, le dijo que vivía a sólo unas manzanas de ellos, en Columbus Avenue, y cuando Pedro metió la película en el vídeo, ella comentó que le había dado su teléfono y que probablemente se vieran el fin de semana siguiente.
A cada nuevo dato, Pedro había respondido con un movimiento de cabeza muy entusiasta y muy poco sincero.
Cuando volvió a casa, se cepilló los dientes con rabia, se puso el pijama dejando la ropa en el suelo inmaculado de su cuarto de baño y se metió en la cama de un salto, apagó la luz y cerró los ojos, obligándose a dormirse enseguida, sin pensar en nada.
Se despertó al amanecer. Hubiera preferido dormir a ver la preciosa luz rosada y dorada de los primeros rayos de sol, pero era imposible. Un mal comienzo para un mal día.
Intentó concentrarse en ver la televisión, en trabajar, en practicar su swing de golf en el salón, pero no dejaba de oír la vocecita de Paulaen su cabeza, habiéndole del tío ése.
Su primera víctima, probablemente. Ese hombre no tenía ni idea de lo que se le venía encima: una loca del compromiso, con el reloj biológico acelerado, se decía Pedro a sí mismo a cada rato.
Y seguía preguntándose qué problema tenía con todo aquello. Como no sabía qué responderse, golpeaba la pelota con más fuerza de la necesaria.
No le apetecía hablar con nadie, así que no respondió al teléfono ninguna de las dos veces que sonó, y tampoco dejaron un mensaje en el contestador.
Aquello no era típico en él.
El día fue más o menos igual de malo. Llegó el primero a la oficina, pero no consiguió hacer nada. Tenía claro que lo que lo molestaba era el nuevo amigo de Paula, pero ¿cuál era el motivo? Ella podía hacer lo que quisiera y reírse con quien quisiera y tal vez ése fuera el problema: ella era muy libre, pero él no, por razones que nunca podría controlar. Nunca se sentiría libre para empezar la misma búsqueda que había empezado ella.
No le gustaba pensar de aquel modo. No le gustaba recordar y no quería estar preocupado por ello cuando volviera a verla, por temor a estar sensible y desahogarse contándole todo lo que le había ocultado. Lo que le había ocultado a todo el mundo.
Cuando Damian lo llamó para quedar a comer, se sintió aliviado. No tenía miedo de derrumbarse delate de Damian: él ya conocía la historia porque la había vivido.
Pedro llevaba unos pocos minutos esperándolo en un banco del campus cuando lo vio acercarse al trote, con unos libros bajo el brazo y un perrito caliente en la otra.
Su hermano, a sus treinta y tres años, se confundía a la perfección con el resto de los universitarios, y vestía como ellos, con una sudadera de la universidad y unos vaqueros muy gastados. Tenía el pelo del mismo color castaño que Pedro, pero lo llevaba un poco más largo.
—Hola —dijo Damian antes de darle un mordisco a su perrito caliente —. Lo siento pero llevo toda la clase de ética pensando en comerme un perrito caliente —engulló el último bocado—. No te preocupes, aún tengo sitio para una comida de verdad. Vamos donde siempre.
Pedro siempre solía pedir una ensalada en el café donde quedaba a comer con su hermano, pero aquel día no le apetecía encerrarse bajo cuatro paredes.
—No, vamos a por unos cuantos perritos más y nos los tomamos aquí fuera. Hace muy bueno.
—Creía que no te gustaban los perritos calientes —dijo su hermano, conduciéndolo hacia el puesto del vendedor.
—Sí que me gustan, pero no suelo comerlos porque sé con qué están hechos.
—Eso es bastante lógico.
Pidieron un par de perritos cada uno y un refresco, y fueron a sentarse a un banco cercano.
—No hay nada lógico hoy en día —dijo Pedro, algo beligerante. Le dio un mordisco al perrito y le pareció que estaba muy bueno.
—¿Sabes que estás un poco raro? No me has preguntado por las clases como solía hacer yo. Tampoco me has recordado que aún faltan tres días para el jueves y que no malgaste el dinero hasta que pases a darme otro cheque. Llevas unos cinco minutos sin ocuparte de mi caso, lo cual, en ti, es un récord. Y además, no has querido ir al restaurante de siempre a pedir lo de siempre, y eso en un animal de costumbres como tú es muy raro —Damian se detuvo y lo miró fijamente—. Señor, ¿qué ha hecho con Pedro Alfonso?
Pedro ni siquiera pudo reírse.
—Estoy bien y no me pasa nada. Es el resto el mundo el que se ha vuelto loco.— ¿Empezando por quién?
—Por Paula, por ejemplo.
—Pero eso es normal en ella, ¿no? Por eso todo el mundo la quiere. ¿Qué tal está? La última vez que...
—¿Que qué tal está? —interrumpió Pedro—. Pues ahora no puede estar peor. Está como una gata en celo, y lo siento si suena muy fuerte.
Damian echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada.
—¿Y eso? —bajó la voz—. ¿Me estás diciendo que ha intentado algo contigo? Si es así, te diré que ya era ho...
—¿Conmigo? Qué va. No tiene nada que ver conmigo. Somos amigos —su nerviosismo aumentó un punto más en la escala—. Está embarcada en una misión que consiste en encontrar al hombre de sus sueños.
—¿Y qué? Está soltera y es preciosa, por si no te habías dado cuenta. Tiene todo el derecho del mundo a en contrar al hombre de sus sueños.
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