viernes, 25 de enero de 2019

FINJAMOS: CAPITULO 2




Cuando Pau volvió a centrarse, se fijó en los ríos de agua que recorrían los brazos del desconocido y chorreaban codo abajo. No sabía qué habría hecho sin él.


—Siento que te hayas mojado tanto. No sabes cuánto te agradezco que no pasaras de largo... como tantos otros.


—No creas que no lo pensé, pero soy demasiado caballeroso —se giró hacia ella y guiñó un burlón ojo azul. A Pau se le aceleró el pulso.


—Guando paraste, tuve miedo de que fueras un atracador —confesó Pau con una risita.


Él dejó caer la rueda en el suelo y ella siguió su caída con la vista, subiendo después por sus largas piernas, caderas estrechas y estómago prieto.


—¿Decepcionada? —preguntó él.


Pau alzó la cabeza y vio que él miraba la zona que ella acababa de examinar, la que estaba más debajo de su cintura. Se ruborizó intensamente.


—¿Decepcionada? No sé a qué te refieres.


—Decepcionada porque no sea un atracador —dijo él torciendo la boca con una media sonrisa.


—Oh, solo un poco —replicó ella, dedicándole una sonrisa de actriz de cine, aunque algo humillada. Él no se movió y, durante un instante, Paula creyó reconocerlo. Lo estudió y negó mentalmente con la cabeza. No. No podía ser.


—¿Te resguarda bien el paraguas? —preguntó él, agachándose junto a la rueda y titubeando como si esperara algo.


—En realidad no —replicó ella. De repente, su dura cabeza comprendió la razón de la pregunta. Su función era protegerlo a él con el paraguas, no a sí misma. Turbada, lo puso sobre él mientras aflojaba la rueda.


Cuando situó el gato en posición, Pau perdió el interés en la rueda y en el paraguas y se concentró en sus largas y fuertes piernas, embutidas en unos vaqueros empapados y muy ajustados que se acoplaban perfectamente a un trasero prieto y bien formado.


Incómoda con su observación, Pau volvió a mirar la rueda, diciéndose que quizá debería volver a incluir las aventuras en su agenda.


—Yo no me fiaría de esta rueda de repuesto —dijo el hombre—. Me parece que está pasada. Yo que tú la arreglaría cuanto antes —quitó el gato, se puso en pie y guardó la rueda pinchada y el gato en el maletero—. Pero aguantará de momento. Estrechó los ojos, escrutando su rostro, y entreabrio la boca como si quisiera hacerle una pregunta. Pero volvió a cerrarla y sonrió.


—Muchas gracias —dijo ella, mirando la lluvia que le caía por la barbilla. Nunca se había encontrado con alguien tan guapo... Pau se detuvo a medio pensamiento. Nunca se había encontrado con alguien tan caballeroso; recordó sus modales—. Permite que te dé algo por tu ayuda.


—De acuerdo —dijo él sin dudarlo, y extendió la mano.


Paula, que esperaba un «no gracias», disimuló su asombro. Mientras metía la mano en el bolso, oyó una carcajada. Alzó la vista.


—Me conformaré con mi paraguas —dijo él. Ella miró la tela negra que la protegía de la lluvia, mientras él esperaba como Neptuno saliendo de las aguas. Le dio el paraguas.


—Perdón. Soy algo despistada.


—¿En serio? No me había dado cuenta —agarró el paraguas y despidiéndose con la mano volvió a su coche. Encendió el motor y, en vez de marcharse, esperó a que lo arrancara ella.


Aún existía la galantería. Empapada, Pau subió al coche, comprendiendo que acababa de permitir que el hombre de sus sueños se le escapara entre los dedos sin tocarlo. Sonriendo por su ridícula fantasía, se incorporó al tráfico.




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