martes, 22 de enero de 2019
AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 64
Paula se despertó al oír el timbre de la puerta.
Miró el reloj. La una y diez. Debía de ser Pedro, aunque la sorprendía que no hubiera utilizado la llave. No se molestó en ponerse la bata. Se levantó de la cama y salió descalza al pasillo.
Miró por la mirilla, pero el hombre que estaba al otro lado de la puerta no era Pedro.
¿Qué podía querer Ron a esas horas de la noche? A lo mejor había habido algún problema con el coche de Juan. Quizá se había dejado las luces encendidas y se había gastado la batería.
—Espera un momento —dijo, y corrió al dormitorio para ponerse la bata.
Un minuto después, abría la puerta.
—¿He hecho alguna tontería?
—Sí, Paula. Una gran tontería.
Ron dio un paso al interior de la casa.
—He dejado la llave debajo de la alfombrilla de la puerta.
—¿Qué?
—La llave del coche de Juan. La he dejado debajo de la alfombrilla, así que sé que ése no es el problema. ¿Está teniendo problemas para arrancar?
—No he venido aquí por el coche de Juan.
Hubo algo en la voz de Ron y en su forma de mirarla que puso a Paula en alerta.
—¿Entonces por qué has venido?
—Para verte. ¿O estabas esperando a alguien? ¿A Pedro Alfonso, quizá?
Empleaba un tono acusador. Y la aprensión de Paula se convirtió en pánico. Aquél no era el compañero amable con el que estaba acostumbrada a hablar en el periódico.
—¿Has estado bebiendo, Ron? Es demasiado tarde para que estés aquí. Tienes que irte.
—Pero yo todavía no quiero irme. Estaba pensando en que te pusieras ese vestido rojo que llevaste a mi primera fiesta. Me gustaba cómo te quedaba.
El miedo era tan intenso que Paula no podía respirar. No podía pensar. Apenas podía hablar.
—Has sido tú, ¿verdad, Ron? Has sido tú el que ha matado a Sally y a Ruby.
—Sabía que lo comprenderías, Paula. Tú y yo somos iguales. Los dos estuvimos allí, con esas ratas y esa gente que nos castigaba incluso cuando intentábamos portarnos bien.
Meyers Bickham. Estaba hablando del orfanato.
—Entonces no era tu amigo el que estuvo allí, eras tú.
—Ponte ese vestido, Paula. Tenemos que darnos prisa. Tamara nos está esperando.
No. Aquello no podía ser. Joaquin era el asesino. Y Tamara ni siquiera conocía a Ron. No podía estar con él.
—El vestido, Paula.
—No puedes hacer esto, Ron. Acabo de hablar con Pedro —mintió—. Viene hacia aquí.
—Un motivo más para que te des prisa.
Paula vio entonces la pistola. Y comenzó a correr hacia las escaleras. Pero Ron fue más rápido que ella. La agarró del brazo y tiró de ella.
Paula sólo vio la culata de la pistola. Y después sintió el calor de la sangre. Las últimas palabras que oyó antes de comenzar a caer por las escaleras fueron «vestido rojo».
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