miércoles, 9 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 21



Dos días después, Paula estaba trabajando en su mesa del Times, dando los toques finales a un artículo sobre las reflexiones de los vecinos del parque Cedar, que estaban preocupados por el brutal crimen cometido en un barrio habitualmente tranquilo. La víctima había sido identificada como Ruby Givens, una joven enfermera de veintiséis años que había ido a correr al parque.


Paula había pasado la mañana entrevistando a personas que vivían por los alrededores del parque, y en todos los casos había podido reconocer el miedo en sus miradas. La mayor parte de ellas no quería que se mencionara su nombre en el artículo. El anonimato les hacía sentirse más seguras.


Se sabía ya que el asesino era la misma persona que había llamado tanto a la televisión como a las oficinas del periódico. Al parecer, estaba buscando publicidad. Pero todavía no se tenía ninguna pista que pudiera resultar reveladora sobre su identidad.


Aun así, las palabras de Pedro continuaban danzando en la mente de Paula: «Las muertas no hablan». ¿Tendría eso algo que ver con el hecho de que estuvieran muertas? ¿El asesino las habría acosado, habría intentando acostarse con ellas y las habría matado al sentirse rechazado? Pero si ese había sido el caso, ¿por qué ningún familiar lo había mencionado?


No, era una tontería. Nadie le contaría a sus padres que estaba siendo acosada. Pero seguro que Sally se lo habría contado a alguien. Las mujeres siempre compartían ese tipo de cosas.


Pero entonces, ¿por qué sus amigos no le habían dicho nada a la policía?


Por miedo. El mismo miedo que tan patente era en las personas a las que Paula había entrevistado aquella mañana.


Debería volver al Catfish Shack para hablar con Tamara Mitchell. Tamara y Sally tenían aproximadamente la misma edad. Ambas trabajaban en el restaurante, y al pensar en ello, recordó que Tamara se había puesto muy nerviosa cuando la había entrevistado después del asesinato de Sally. Aunque la verdad, no más que los demás.


Él teléfono de su escritorio sonó. El piloto de la línea tres estaba parpadeando. Levantó el auricular.


—Paula Chaves, redactora de sucesos.


—¿Cómo van los sucesos estos días?


—Hola, Barbara. Estaba pensando en llamarte.


—¿Has comido ya?


—Me he comprado una hamburguesa cuando venía hacia la oficina.


—Grasa y comida basura cuando podrías haber parado en Bon Appetit. Deberías venir a tomar el café y el postre.


—Me encantaría, pero tengo que terminar un artículo para la edición de mañana.


—¿Entonces qué te parece si jugamos mañana al tenis?


Paula rió ante la incontenible energía de Barbara.


—Me parece perfecto.


—Genial. ¿Quedamos a las diez? Podemos vernos en el club.


—Sí, allí nos veremos.


Barbara era propietaria del Bon Appetit, un pequeño café en el que servían todo tipo de delicias gastronómicas. En realidad, no necesitaba el dinero, pero de esa forma, podía trabajar cuando le apetecía.


Tenía además una familia maravillosa. Aunque no tenía hermanos, el doctor y la señora Simpson eran las dos personas más amables que Paula había conocido y adoraban a su hija.


Lo único que a Barbara le faltaba, era un novio.


Pero todavía tenía tiempo más que de sobra para ello, aunque quisiera tener una casa llena de hijos. Barbara tenía veintiséis años.


Los mismos que Ruby Givens.



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