lunes, 7 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 16




—He conseguido un par de primeros planos antes de que nuestro querido detective me echara de allí —dijo Steve—. Juan nos va a adorar.


Y se cambió la cámara de hombro.


Paula estaba asombrada por el entusiasmo del fotógrafo ante aquel macabro espectáculo.


—Me alegro de que esta vez hayas llegado a tiempo.


—Eh, el otro día habría llegado a tiempo si me hubieras dicho lo que me esperaba.


—Tu trabajo consiste en venir cuando te llamo.


—De acuerdo, lo del otro día fue un pequeño desliz. Pero no tienes por qué reprochármelo continuamente. Soy tu fotógrafo. Además, esta noche Juan me ha llamado antes que tú.


—Supongo que ha recibido la noticia inmediatamente después de la televisión.


—Sería bonito poder enterarnos alguna vez de algo antes que la televisión —comentó Steve—. Bueno, creo que ya es hora de que volvamos al periódico.


—Adelántate tú.


—Muy bien. Nos vemos —contestó Steve, y se alejó de allí a grandes zancadas.


Steve sólo tenía cuatro años menos que Paula, pero para él la vida continuaba siendo una fiesta.


Paula se cerró con fuerza la chaqueta mientras lo observaba marcharse y se volvió de nuevo hacia el parque. Ya sólo quedaban unos cuantos hombres. Pedro, por supuesto, y un puñado de policías. Los del Canal Seis se habían ido rápidamente, sin duda alguna para poder editar un reportaje que pudiera ser emitido en las noticias de última hora. El Prentice Times saldría varias horas después con aquella noticia en portada, de modo que esperaba poder obtener algún detalle más.


El segundo asesinato había sido tan macabro como el primero. Pero Paula lo había soportado mucho mejor. Aunque se le había revuelto el estómago, había conseguido no vomitar. Pero por dentro estaba destrozada. El hombre que había cometido una atrocidad como aquella probablemente estaba observándola.


Se apoyó contra la verja del parque, a sólo unos metros de Pedro.


El detective no le había dicho una sola palabra al verla llegar, pero había reconocido su presencia con la mirada. De hecho, la miraba constantemente, como si quisiera asegurarse de que continuaba allí, de que no se había ido con el asesino.


Era curioso. Aparentemente, la intención del asesino era acercarla a él, pero en cambio, ella se sentía como si estuviera siendo arrastrada hacia el mundo de Pedro, como si involuntariamente, se estuvieran convirtiendo en una pareja.


Segundos después, sintió una mano en el hombro.


—¿Te encuentras bien?


—No.


—¿Quieres que vayamos a comer algo y hablemos de lo ocurrido?


—Tengo ganas de hablar, pero no estoy segura de que pueda comer.


—Yo estoy muerto de hambre. El Grille es el único sitio que abre después de las nueve durante la semana, aparte de otros establecimientos de comida rápida. Puedes venir conmigo, si quieres.


—Vamos a mi casa —Paula se sorprendió a sí misma al oírselo decir—. Puedo preparar unas tortillas. Siempre serán más fáciles de digerir.


—¿Estás segura?


—¿Por qué no?


—La verdad es que no se me ocurre ninguna razón. Pero dame unos minutos.


—Tómate el tiempo que quieras. Yo me adelantaré.


—Preferiría que me esperaras.


—¿Porque crees que el asesino puede seguirme hasta mi casa?


—Simplemente, espérame. Después te seguiré hasta tu casa.


Paula asintió, agradecida por su preocupación, y todavía más, por su protección. Pero sólo podría contar con ella durante una hora. Después, volvería a quedar abierta la veda.


Sacó la libreta mientras Pedro se alejaba. 


Escribiría el artículo en su ordenador portátil en cuanto hubieran terminado de cenar. Necesitaba tomar algunas notas, pero además, había algunas preguntas que no cesaban de acosarla y que inmediatamente se abrieron paso hasta la libreta.


¿Latirá más rápido el corazón de un loco cuando mata? ¿Le entusiasmará especialmente la sangre? ¿O es el miedo que ve en los ojos de la víctima el que le procura un sádico placer? ¿Y es eso lo que ese loco quiere de mí?


Los dedos comenzaron a temblarle y se le cayó el bolígrafo. Un hombre que estaba cerca de ella se lo tendió.


—No tiene ningún motivo para continuar por aquí.


A Paula se le paralizó el corazón. Pero el hombre continuó mirándola con aspecto totalmente inofensivo y sonriente. Se estaba volviendo paranoica. Aquella zona estaba plagada de policías. Ningún asesino se arriesgaría a pasearse por allí.


—¿Es usted del departamento de policía?


—Sí, soy Mateo Hastings, de homicidios. Y usted debe de ser periodista.


—Sí, Paula Chaves, del Prentice Times, ¿cómo lo sabe?


—Un policía siempre reconoce a un periodista. Sus ojos tienen el resplandor de la mirada de un buitre.


—Está bromeando, ¿verdad?


—Sí —contestó, en tono más amistoso—. Pedro me ha dicho que era usted la que recibió la nota.


—¿Pedro le ha contado eso?


—Llevamos juntos el caso —miró hacia un par de policías uniformados, que estaban acotando con cinta la zona en la que se había cometido el crimen—. Creo que ya no hay gran cosa que hacer por aquí esta noche. Debería marcharse. Si quiere, puedo llevarla a casa.


—No, gracias. He venido en coche.


—Supongo que usted es nueva en esto —comentó Mateo, alargando la conversación—. No recuerdo haberla visto antes del asesinato de Sally Martin.


—Llevo seis meses en el periódico, pero acabo de empezar a cubrir los sucesos.


—Ha tenido suerte, ¿eh?


—¿Qué quiere decir?


—Dos asesinatos en menos de una semana. Y ya tiene hasta un asesino en serie.


—Podría haber hecho mi trabajo sin él.


—En cualquier caso, una noticia como ésta puede llevar a la fama a un periodista.


—Ni siquiera estoy segura de que valga para hacer este tipo de trabajo.


—¡Eh, Mateo! —Lo llamó uno de los policías—. Pedro te está buscando.


—El deber me llama… —dijo Mateo—. Me alegro de que esté usted por aquí. Ilumina la escena del crimen.


A Paula le temblaban los dedos cuando se dispuso a escribir otra vez. Pero en aquella ocasión, fueron las palabras de Mateo las que anotó en la hoja: Y ya tiene hasta un asesino en serie.


¿Cómo había podido tener tanta suerte?


No hay comentarios.:

Publicar un comentario