lunes, 6 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 32




—¿Estas enamorada de él, ¿verdad?


—¿De quién? —Paula le ofreció a Georgina un vaso de helado de chocolate y una cuchara; luego se sentó junto a la cama de su amiga a comer el suyo.


—De Pedro —respondió mientras lamía cuidadosamente la tapa.


—No sé cómo se te ha podido ocurrir eso —para cuando Georgina hubo terminado con la tapa, Paula ya había engullido dos grandes cucharadas.


—Quizá porque son las ocho de la mañana y estamos comiendo helado... helado con muchas grasas y azúcar. La única razón para consumir grasas y azúcar es un problema con un hombre. Y el único hombre al que has frecuentado últimamente es Pedro.


—Por favor. Hay tres hombres en mi equipo.


—Y ninguno de ellos se merece semejante consumo calórico —Georgina tomó la primera cucharada y suspiró—. Excepto Julian, si se cortara el pelo y se afeitase.


—Hmmm, Julian. Es discreto, obediente y no habla hasta que no se lo piden. El hombre perfecto —Paula engulló otra gran cucharada de helado—. Tendré que tomarlo seriamente en consideración.


—Ha llamado —le informó Georgina mientras chupaba la cuchara.


—¿Julian?


Pedro. Y parecía preocupado. Muy preocupado.


—No sé por qué; le dejé una nota.


—Venga, cuéntame lo que pasó.


Paula siempre había sabido que tarde o temprano se lo contaría todo a Georgina, y así lo hizo. Le relató toda la historia, incluido lo que estuvo a punto de ser la petición de matrimonio; luego se echó a llorar. Para cuando terminó, lo que quedaba del helado se le había derretido.


—A ver si lo entiendo —Georgina la miró con expresión severa—. ¿Dejaste solo a Pedro allí?


—Puede arreglárselas perfectamente.


—Discúlpame, pero rodar segmentos de Hartson Flowers no es su responsabilidad.


—Oh, vamos, Georgina. Todo esto fue idea suya. Yo tengo que montar el especial de San Valentín.


—¡Pero él te lo dejó todo preparado y tú te marchaste!


Paula se dijo que, teóricamente, Georgina debería ponerse de parte suya, no de Pedro.


—Él sabe por qué me marché —murmuró.


—Quizá no. Y, Paula, cariño —continuó Georgina con tono suave—, quizá hayas sobrevalorado sus sentimientos.


—¡Oh, por favor! No puede ir besando a las mujeres como me besó a mí, y luego esperar que ellas lo ignoren.


—¿De qué manera besa el señor Alfonso? —le preguntó su amiga, maliciosa.


—Oh, Georgina... primero nos besamos a la luz de la luna y él me dijo que nunca volvería a mirar a la luna sin acordarse de mí.


—¿Pedro dijo eso? ¿Nuestro Pedro?


—Mi Pedro.


—No va a ser tu Pedro si no regresas a Roperville y te enfrentas a él. Si sales ahora, podrás estar en el este de Texas a eso de la una.


—No tengo tiempo para volver —repuso Paula—. Estoy empezando a montar el gran especial de San Valentín.


—No, estás evitando a Pedro.


—Y seguiré evitándolo —le aseguró Paula—. He tenido mucha práctica. Por cierto, me comentó que vendería nuestro programa a las grandes cadenas. Espero que lo haga. Así nunca más tendré que volver a verlo.


Georgnia le ofreció un pañuelo.


—Anda, toma. Se te están cayendo las lágrimas en el helado.


Sonó el teléfono. Georgina contestó y, por su expresión, Paula supo que era Pedro.



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