jueves, 2 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 19




Pedro sabía que iba a haber problemas tan pronto como llegaran a la posada Charlotte. El enorme caserón de estilo victoriano se encontraba al final de una carretera particular, justo encima del lago. Aquel lugar clamaba a gritos una escapada romántica de un fin de semana. Y se había encargado de instalar al equipo en un barato motel de carretera... pero provisto de televisión por cable.


Paula y él estarían allí solos. Ella pensaría que la había llevado a aquel nido de amor con un propósito. Y si el equipo lo descubría, los rumores ya habrían llegado al estudio para cuando volvieran a la semana siguiente.


La crisis del día anterior había sido como un divino regalo destinado a devolverle la cordura.


Besarla había sido algo completamente inapropiado, muy a su pesar.


Paula Chaves era una compañera de trabajo. 


Era una persona abierta y amigable, y él se había aprovechado de la situación. Había estado dispuesto a disculparse y se sentía agradecido de que, aparentemente, Paula hubiera atribuido su aberrante comportamiento a una especie de locura transitoria que había desaparecido con la luz del día.


Era una verdadera lección de humildad darse cuenta de la facilidad con que Paula podía pasar por alto algo que a él le había afectado tan profundamente, pero sabía que así era mejor.


Y ahora aquello... No la culparía si se le ocurría abofetearlo. Todavía no se decidía a explicarle que el equipo había se había quedado con la única habitación disponible del motel debido a que disponía de televisión por cable. La miró de reojo, indeciso; Paula estaba contemplando boquiabierta la posada de Charlotte.


Pedro —susurró—. Es preciosa —se volvió para mirarlo—. ¿Cómo te las arreglado para encontrar un lugar así?


—Parece bastante grande, ¿eh? —repuso, recriminándose mentalmente y obligándose a sonreír; esperaba que se diera cuenta de que él no había podido imaginarse el aspecto de aquel lugar cuando reservó por teléfono las habitaciones—. Justo el lugar adecuado para que te tomes tu taza de té — «y yo un buen copazo de whisky», añadió para sí.


Aparcó el coche y entraron en el caserón; Paula no cesaba de admirarlo todo a cada paso.


—Oh, qué bien, han llegado a tiempo para el té.


Una mujer de cabello gris, elegantemente vestida, los llevó a un salón con un servicio de té colocado sobre una mesa baja, cerca de la chimenea. Negros nubarrones habían oscurecido la tarde y había empezado a caer una fina lluvia.


Mientras él miraba por la ventana, consternado por la situación, Paula se acercó a la mesa del té. A su espalda, Pedro podía escuchar a la señora de cabello gris saludando a los otros tres huéspedes de la pensión.


Pedro, ¿quieres que te sirva una taza de té? —le preguntó Paula, sonriendo de oreja a oreja.



—Más tarde —intentó corresponder a su sonrisa—. Voy a meter el equipaje antes de que empiece a llover más.



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