lunes, 5 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 9




El contacto de los labios de Pedro sobre los suyos diluyó cualquier protesta, antes incluso de que ésta se hubiera formado en su mente. Aquellos cálidos y suaves labios rozaron los suyos, en una breve caricia, apenas promesa de un beso.


Nunca pensó que un beso pudiera hacerla sentir de aquella forma. Pedro era tan resuelto, tan vigoroso, tan decidido, que nunca lo habría creído capaz de comportarse con tanta gentileza como había demostrado en el beso.


-No me esperaba esto –murmuró Paula.


Él la tomó de la mano y le besó las puntas de los dedos. 


Paula sintió su cuerpo desfallecer y se apoyó en su sólido pecho; el cálido contacto de su piel le aceleró el pulso, y un montón de sensaciones que había luchado por olvidar la inundó.


De pronto oyeron un carraspeo, procedente de la puerta del ascensor.


Paula parpadeó entre los brazos de Pedro, y vislumbró a Armando a unos metros. Estaba cruzado de brazos y los contemplaba con las cejas arqueadas.


Pedro la rodeó de nuevo con los brazos, mordisqueando con suavidad el lóbulo de su oreja.


-Sigue así. Lo estás haciendo muy bien –le susurró.


La realidad la golpeó bruscamente y Paula se sonrojó, humillada.


-Dios mío –murmuró.


Con las mejillas ardiendo de vergüenza, se apartó de Pedro.


Todo había sido una farsa. Todo era mentira. No entendía cómo había sido capaz de olvidarlo, ni siquiera durante un segundo. Pedro no había vivido un momento romántico; sólo estaba actuando.


Afortunadamente, había pensado que ella también fingía.


Incapaz de mirarlo a la cara, Paula dedicó su atención a recomponer su aspecto. Luego se enfrentó con su hermano.


-Hola, Armando.


-Hola, Paula.


Como su madre, Armando tenía el talento de expresar miles de cosas con una sola palabra.


Paula se sonrojó de nuevo. De todas formas, no era asunto de sus hermanos si ella decidía besarse con un hombre en el ascensor. Y no le hacía ninguna gracia sentirse como si tuviera que pedir perdón; a fin de cuentas, ya tenía veintiocho años. Tenía todo el derecho del mundo de besar a quien le diera la gana, donde le diera la gana.


En algunas cosas, sus hermanos eran más severos que sus padres; al menos, éstos querían verla casada. Armando prefería conservarla intacta en una torre de cristal; una doncella pura y virginal par el resto de sus días.



Además, si a Armando le sorprendía tanto aquel breve beso, no sabía qué pensaría si supiera el resto, cómo reaccionaría su protectora familia si supiera que estaba dispuesta a participar en una peligrosa operación policial encubierta.


Pedro se volvió hacia Armando, intentando romper el hielo.


-Tú debes ser el hermano de Paula. Me llamo Pedro Alfonso –dijo tendiéndole la mano.


Armando dudaba, con una expresión contrariada en el rostro. Por fin alargó la mano, y estrechó la que Pedro le tendía.


-Armando Chaves.


Pedro se agachó, levantó la caja del suelo y salió del acensor.


-¿Dónde quieres que deje las copas, Armando? –le preguntó amablemente.


-Déjelas en el mostrador de recepción, ahora los guardo –contestó Armando con cierta sequedad.


Pedro pasó por alto la actitud del hermano de Paula.


-Vale. ¿Hay algo más que pueda hacer?


-No, gracias. ¿Has tenido algún problema con el ascensor? –dijo mirando fijamente a su hermana.


-Creo que he pulsado el botón de parada por accidente –contestó Pedro.


-Pedro ha venido a ayudarme con la caja –interrumpió Paula.


-Ya veo… No recuerdo que Paula me haya hablado nunca de usted –dijo Armando, poco convencido.


Pero Pedro no estaba dispuesto a permitir que la situación se le escapara de las manos.


-Tutéame, por favor; teniendo en cuenta las circunstancias, no hay necesidad de ser tan formales.


-Y ¿cuáles son esas circunstancias? –preguntó Armando, realmente sorprendido.


-Creo que han descubierto nuestro secreto, cariño. ¿Se lo dices tú o se lo digo yo?


Pedro la atrajo hacia sí e intentó besarla de nuevo, pero Paula consiguió evitarlo, sin que resultara demasiado evidente para su hermano.


-Eres el primero en saberlo; Paula ha aceptado ser mi esposa –anunció Pedro, sonriendo.


Armando se quedó boquiabierto. Con una expresión de completa sorpresa en el rostro, se encaró con su hermana.


-No puedo creerlo. ¿Es eso cierto, Paula? –consiguió articular.


Paula pudo sentir cómo el cuerpo de Pedro se tensaba a su lado. Sin embargo, una voz femenina interrumpió la situación.


-Hola, Paula. Te estábamos esperando.


Paula se volvió hacia la puerta. Su cuñada Judith, la esposa de Armando, se acercaba al grupo con las manos llenas de serpentinas de colores. Se detuvo junto a su marido, dirigiendo a Pedro una mirada de curiosidad con sus cálidos ojos castaños.


-Bueno, hola a todos –dijo con una sonrisa.


-Hola, Judith –dijo Paula.


Intentó una vez más deshacer el estrecho abrazo que la unía a Pedro, pero él no se lo permitió, así que prosiguió con las presentaciones.


-Judith, te presento a Pedro AlfonsoPedro, ésta es mi cuñada Judith.


-No habréis traído una botella de champán con las copas, ¿verdad? –preguntó Pedro, estrechado la mano de Judith.


-¿Champán? –preguntó Judith, arqueando una ceja.


-Paula y yo vamos a casarnos. Acabamos de comprometernos.


Durante un instante, la cara de Judith reflejó tanta sorpresa como la de su marido. Dirigiéndose a su cuñada, preguntó:
-¿De verdad, Paula? ¿Es cierto que os vais a casar?


Para Paula había llegado la prueba de fuego, el punto sin retorno. Una vez que se lo hubiera dicho a Judith, la noticia llegaría a toda la familia en cuestión de minutos.


Los dedos de Pedro se deslizaron por su brazo, en una caricia que la hizo estremecer.


-Venga, cariño. Vamos allá –le susurró.


Armando la contemplaba, expectante, con los ojos entornados.


-Sí, estamos prometidos –contestó, resignada.


-¡Oh, querida! ¡Qué alegría me has dado! –dijo Judith, abrazándola y besándola en las mejillas.


-Gracias, Judith.


Paula, atónita por la efusión de su cuñada, intentó recuperar el equilibrio.


Judith no cesaba de repetir lo contenta que se sentía.


-Es maravilloso, ¿verdad, Armando? Simplemente maravilloso.


-E inesperado –añadió Armando.


El hermano de Paula no parecía muy contento con la noticia.


-Oh, déjalo ya, Armando –cortó Judith-. Si alguien merece en este mundo un poco de felicidad, después de todo lo que ha pasado, ésa es tu hermana –se volvió hacia su cuñada, con el rostro radiante-. ¡Qué calladito te lo tenías!


-Es que todos hemos estado muy ocupados últimamente y… -empezó a decir Paula, mientras buscaba una excusa convincente.


Pero fue Judith quien dio con la más adecuada.


-Debe haber sido un flechazo: amor a primera vista –concluyó-. Eso fue lo que pasó con Armando y conmigo. Nada más verlo supe que era el hombre de mi vida.


Amor a primera vista. La imagen de Pedro, desnudo, paseándose por su habitación cruzó fugazmente por la mente de Paula.


-Sí –asintió-. Fue algo así.



-Podríamos decir que le he robado el corazón –intervino Pedro, sonriendo.


Judith volvió su atención hacia Pedro.


-Eres el vecino de Paula, ¿verdad?


-¿Cómo lo sabes? –preguntó Pedro, sorprendido.


-Constanza me lo ha dicho todo.


-¿Qué? ¿Qué es lo que te ha dicho? –interrumpió Armando-. ¿Por qué nadie me cuenta nunca nada?


-Armando, los hermanos mayores no pueden estar enterados de todo –contestó Judith, guiñándole el ojo a Paula-. Tu madre comentó que Paula estaba saliendo con alguien, y yo tuve la impresión de que se trataba de algo serio.


Paula no sabía si enfadarse o echarse a reír. Debería haber sabido que su madre no iba a mantener silencio sobre el encuentro con Pedro de aquella mañana.


-Sabía que algún día cambiarías de opinión con respecto al matrimonio –continuó Judith-. Tienes demasiado amor dentro como para seguir soltera durante mucho tiempo –se volvió hacia Pedro-. Eres un hombre afortunado, Pedro. Paula es una verdadera joya.


-Lo sé, Judith. No sabes lo feliz que me ha hecho al darme el sí.


Sólo Paula conocía el verdadero significado de las palabras de Pedro.


-Pedro puede ser muy convincente –dijo-. Hasta hace unos minutos no estaba segura de cuál iba a ser mi respuesta.


-Eh, mamá, ¿cuándo vamos a comer? Ah, hola, tía Paula.


Jimmy se les acercó, con desgarbados aires de adolescente y las cejas arqueadas en una expresión que recordaba la que tenía su padre minutos antes. Era increíble lo mucho que se parecían.


-Paula va a casarse –dijo Judith, revolviendo cariñosamente el pelo de su hijo.


-¿Ah, sí? –murmuró el muchacho, cruzándose de brazos.


-No le hagáis caso; es cosa de los genes –sonrió Judith-. ¿Para cuándo es la boda?


-Todavía no lo hemos decidido –contestó Pedro, tomando la mano de Paula y besándola suavemente-. Pero espero que muy pronto.


Judith se volvió hacia su marido.


-¿Dónde has puesto la botella de champán, Armando? –le preguntó-. Ésta es una ocasión que hay que celebrar.


-Son para la fiesta de mañana. No podemos abrir una botella para nosotros –contesto su marido, indignado.


-Oh, pobrecito. No te preocupes; mañana traigo más –se burló su mujer-. Creo que he visto unas copas en la sala de reuniones… ¡Casi no puedo esperar a mañana para contárselo a los demás! –añadió, dirigiéndose a la sala.



Jimmy se alejó tras su madre, con las manos en los bolsillos. 


Después de ofrecer a Pedro una lenta y gélida mirada asesina, Armando los siguió.


Pedro acercó los labios al oído de Paula.


-Con tu cuñada no hay problema, pero dudo que tu hermano se lo haya tragado.


-A mis hermanos les encanta protegerme, Judith se encargará de convencerlo.


-Vamos a tener que ser más convincentes la próxima… un momento.


Se quedó callado, prestando atención a los sonidos que provenían de la sala y, sin previo aviso, la tomó en sus brazos.


-Pero Pedro, por favor, ¿qué haces? –exclamó Paula, intentando deshacer el abrazo-. ¡Bájame de aquí!


-Rodéame con los brazos –interrumpió Pedro- y finge que te gusta lo que hago.


Armando y Judith contemplaban la escena, apoyados en el quicio de la puerta. El rostro de ella era todo sonrisas, mientras que su hermano se obstinaba en permanecer ceñudo.


Sin soltar a Paula, Pedro se acercó a la pareja. A medido que avanzaban, Paula era casa vez más consciente de los fuertes músculos de Pedro rodeando su cuerpo, y dejó que el suave aroma de loción de afeitado invadiera sus sentidos.


“Finge que te gusta lo que hago”.


Las palabras de Pedro resonaron de nuevo en sus oídos. 


Aunque lo que sentía en aquellos momentos no era precisamente fingido.



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