lunes, 5 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 10




Pedro devolvió el menú a la camarera con una sonrisa, y se acomodó en la silla cuando se quedaron solos en la mesa. 


Después se puso a contemplar atentamente los meticulosos esfuerzos de Paula por romper en trocitos exactamente iguales una servilleta de papel.


Había estado excepcionalmente silenciosa durante el camino al restaurante. Desde el breve beso del ascensor, había estado muy distante. Se preguntó si estaría cambiando de opinión, si habría decidido que el asunto le venía demasiado grande.


-¿Te lo has pensado mejor?


-No, ya te dije que estaba de acuerdo. No voy a cambiar de opinión.


Pedro suspiró aliviado.


-Parece que todo ha ido bien, ¿no?


-Supongo que sí –contestó Paula, un poco azorada.


-Tu cuñada se lo ha creído completamente.


-Sí, sabía que lo haría; lleva años intentando emparejarme con alguien.


Pedro tomó un largo trago de café, intentando eliminar el sabor del champán. Aquella bebida nunca le había gustado, pero pensó que sugerirla en aquel momento había sido lo adecuado. Así pudo desviar la atención de la familia y obligarlos a celebrar el compromiso en vez de cuestionarlo. 


Pero todavía faltaba lo más difícil: convencer a los padres y unirse a la empresa.


-Tu hermano no pareció tan entusiasmado como su mujer…


-No. Armando, no es precisamente un romántico. Es el mayor de mis hermanos, y se siente responsable de todos nosotros. Es tan parecido a mi padre…


Pedro recordó lo que Javier le había contado acerca de Joel Chaves, el ciudadano ejemplar que cuidaba de su suegra, viuda desde hacía unos años, y aportaba los servicios de su empresa de catering al hogar de beneficencia de la localidad.


-Genial.


Paula esbozó una sonrisa.


-No te preocupes; Judith se encargará de él.


-No tenemos mucho tiempo. La boda de los Fitzpatrik es al mes que viene. Y para entonces tengo que estar trabajando para tu padre. Hoy hemos tenido suerte. Estaban demasiado sorprendidos para hacernos preguntas, pero tenemos que inventarnos algo por si acaso.


-Odio tener que engañarlos.


-Es algo provisional.


-Ya lo sé. Es sólo que… -hizo una pausa-. Supongo que no esperaba tener que empezar tan pronto. Creo que no estaba preparada para… tener que actuar.


-Por eso tenemos que hablar, antes de seguir adelante –dijo Pedro, cruzando los brazos sobre la mesa-. Vamos a ver. ¿Qué nos va a preguntar tu familia?


-¿Lo dices en serio? ¡Todo! Cómo nos conocimos, cuándo, cuánto tiempo llevamos saliendo, para cuándo es la boda…


-Vale, vamos a buscar una explicación sencilla. Nos conocimos en el ascensor, hace dos meses, cuando me cambié de casa. Como dijo Judith, fue amor a primera vista. No necesitamos fijar una fecha para la boda; diles que estás demasiado ocupada de momento. ¿Qué más?


Paula vaciló, jugueteando con el vaso de agua.


-Querrán saber cosas sobre ti. De qué vives, en qué trabajas…


-Bueno, no puedo tener un trabajo fijo, porque si no, no querría un empleo en la empresa Chaves. Puedes decir que soy programador informático, y que acabo de perder el empleo.


-¿Sabes algo de ordenadores? –preguntó Paula, un tanto incrédula.


-Lo suficiente. ¿Por qué? ¿Preferirías que fuera otra cosa?


-No, programador está bien –aseguró Paula-. Tendría que saber también de dónde vienes y cómo es tu familia.



Los hombros de Pedro se tensaron. Se esforzó para recordar que aquél era sólo uno más de sus trabajos de incógnito. No tenía sentido que la idea de decepcionar a la familia de Paula lo preocupara tanto, que le resultara tan difícil mentir a aquellas personas.


-Bien, muy fácil, también. Soy de Cleveland. Nunca me he casado. No tengo parientes cercanos, y mis padres murieron en un accidente de coche cuando era un crío.


La cara de Paula se entristeció.


-Oh, Pedro, lo siento.


-Es pura invención.


-Oh.


-¿Qué más necesitarán saber?


-Bueno, si se supone que estamos comprometidos, deberíamos saber… cosas.


-¿Cosas? –repitió Pedro, arqueando una ceja.


-Tu música favorita, tus aficiones, qué cine te gusta, tu color preferido… Cosas así.


-Garth Brooks, no tengo tiempo para aficiones, me gustan las películas de acción –sus ojos se fijaron en el delicado tono azul del vestido que Paula llevaba-. Y si tengo que elegir, escogería el azul.


-¿Esto también es mentira?


-No; sólo miento cuando es estrictamente necesario.


Pedro guardó silencio mientras la camarera les servía los platos que habían pedido. Cuando se quedaron solos de nuevo, Paula intentó retomar la conversación, pero Pedro la disuadió.


-Ya iremos resolviendo los problemas a medida que se presenten; de momento, este filete tiene muy buena pinta. Aunque creo no creo que esté ni la mitad de bueno que tu café y esos pastelillos de canela que haces.


-Sí, ya sé que tienes buen apetito.


-Bien, y tú, ¿qué? –preguntó Pedro-. Aparte de hacer punto, leer novelas de misterio, cocinar deliciosas recetas y pasar todo el tiempo posible con tu familia, ¿qué otras cosas debería saber sobre ti?


-Bueno, supongo que eso es todo.


-Estupendo.


Pedro dedicó toda su atención al suculento filete de ternera que reposaba en su plato.


-Y si hay alguna pregunta sobre el otro que no sepamos contestar, siempre podemos decir que estábamos demasiado ocupados haciendo el amor como para hablar de nuestra vida.


A Paula se le cayó el tenedor de las manos.


Pedro!


-¿Qué pasa? Estamos comprometidos.



-No voy a empezar a contar a todo el mundo detalles sobre nuestra vida sexual. Quiero decir, sobre nuestra supuesta vida sexual.


-Bueno, no mentirías si dijeras que has estado en la cama conmigo.


Paula no pudo evitar sonrojarse.


-En un interrogatorio en toda regla, yo podría declarar que he visto ese lunarcito que tienes en el interior del muslo derecho.


Pedro!


-Las parejas son ardientes, querida. Podría parecer sospechoso si nosotros no lo fuéramos. Sobre todo, teniendo en cuenta lo rápido que nos enamoramos.


-Pero es que nosotros no estamos enamorados –dijo Paula, haciendo una mueca-. Aunque cualquiera lo diría, teniendo en cuenta cómo nos hemos comportado.


-Lo has hecho muy bien esta tarde, delante de Armando y Judith; todo lo que tienes que hacer es continuar línea, y nadie dudará de nuestra historia.


-Acerca de esta tarde… no creo que sea necesario que seamos… expresivos, ¿verdad?


La verdad era que Pedro había sido más expresivo de lo estrictamente necesario. Entonces pensó que sencillamente estaba actuando. Los suaves besos, las caricias, todos los gestos de afecto habían sido parte de su trabajo. Había resultado todo tan natural que no había querido pensar demasiado en ello.


Pero tendría que haberlo hecho. No sabía cuántas veces tenía que repetirse que Paula no era una chica que pudiera sentirse interesada por un hombre como él. Su tímida respuesta al primer beso en el ascensor, su mirada, la forma en que se había recostado en él, la cálida respuesta a sus caricias… Todo había sido fingido. Y si en algún momento le había parecido real, se debía a la cantidad de tiempo que había pasado pensando en ello desde la primera vez que la había tenido en sus brazos.


-Quiero decir que se supone que estamos comprometidos –continuó Paula-, pero esto es sólo… una cuestión de negocios. Trabajamos juntos. No hay nada personal.


-Pensaba que todo esto había quedado claro desde el principio.


-Sí, ya me lo explicaste. Y yo estuve de acuerdo –asintió Paula-. Sólo quiero asegurarme de que eres consciente de que no estoy interesada en ningún tipo de relación.


-Yo tampoco.


-Y mucho menos si hablamos de matrimonio.


-Lo mismo digo.


-Vale.


-Vale –dijo con un tono más duro de lo que pretendía-. Me aseguraré de que mantengamos nuestra relación dentro de lo estrictamente indispensable.



Paula apenas se atrevió a mirarlo.


-No quería herir tus sentimientos, Pedro. No es por ti. Es que no quiero volver a comprometerme con nadie otra vez.


-¿Otra vez?


-Una vez estuve a punto de casarme.


Al ver la tristeza que nublaba sus ojos, Pedro sintió la necesidad de tomarla de la mano y acariciarla. De hecho, ya había alargado la mano hacia ella cuando se dio cuenta, con el tiempo justo para cambiar de dirección y tomar el vaso de agua que tenía enfrente.


-Quizá deberías contármelo. Tu familia esperará que lo sepa.


-Se llamaba Ruben Beresford. Éramos amigos desde pequeños, y habíamos planeado casarnos cuando yo acabara los estudios, pero él… -Paula intentó continuar-. Lo siento. Debería haber sabido que toda esta historia del compromiso…


-¿Qué pasó?


-Acabábamos de comprarnos la casa cuando Ruben tuvo el accidente. Era campeón de salto con el equipo de la facultad, y estaba entrenando duro para las pruebas de selección del equipo nacional. Quería participar en las Olimpiadas. Fue en un entrenamiento. Calculó mal el salto y se rompió el cuello contra el bordillo de la piscina.


-Lo siento mucho. Debió ser horrible perderlo de esa manera.


-Ruben no murió en el salto. Quedó parapléjico.


-¡Dios!


-Canceló el compromiso, porque decía que no era justo para mí vivir atada a un inválido. Pero yo lo amaba de todas formas, así que, cuando salió del hospital, me trasladé a su casa. Viví con él hasta que murió, dos años después.


El dolor que sus palabras mostraban no empañaba la belleza de su rostro. Paula estaba confesándole su pesadilla privada. Y no se daba cuenta de lo que sus palabras revelaban. Después del accidente, lo amaba de todas formas. Se quedó con él, en una demostración de lealtad y fuerza que Pedro no había visto en su vida. Se preguntó cómo se sentiría una persona al ser amada de aquella forma.


No pudo evitarlo. Una breve caricia con la punta de los dedos, apenas rozándole la muñeca. Ella no retiró la mano.


-En su entierro me prometí que nunca me casaría. Mi familia lo sabe. Por eso Armando no se ha creído lo nuestro.


-Eso lo explica todo.


-Estaban tan preocupados por mí después de que Ruben muriera, que prácticamente me inundaron de cariño y buenas intenciones. No podían entender que yo tenía mi propia forma de enfrentarme a ello. No necesitaba su protección, necesitaba independencia.


-Eso lo puedo entender. Si estás solo, nadie puede hacerte daño.



-Exactamente. El amor te hace demasiado vulnerable… -Paula miró a Pedro directamente a los ojos-. Tú me entiendes, Pedro. ¿Qué fue lo que te pasó a ti? ¿Estuviste casado?


-No.


-¿Te has prometido alguna vez?


-No. Establecerse en pareja, vivir con una mujer no es para mí, eso es todo. El tipo de trabajo que yo hago no me permite ataduras –atajó, dedicando toda su atención al filete a medio terminar-. ¿Qué tengo que saber sobre el negocio de catering para trabajar con vosotros?


El brusco cambio de tema provocó una cierta frialdad entre ellos, lo cual estuvo bien, se dijo Pedro. A fin de cuentas, habían quedado en que su relación iba a ser estrictamente profesional. Ninguno de los dos quería una implicación personal.


La única persona de Chicago que conocía su pasado era Javier, y ni siquiera él lo sabía todo. Pero en cuestión de un día, Paula había roto con todas sus defensas. No entendía por qué. No podía ser simplemente porque la encontraba atractiva.


No era una mujer deslumbrante, y tampoco podía considerarla una belleza. Escondía sus suaves formas en ropas anchas e informales, y siempre llevaba el pelo escondido. Sin duda, el hecho de que no pudiera apartarla de sus pensamientos se debía a lo sucedido la noche anterior.


“Si estás solo, nadie puede hacerte daño”.


Su relación con ella formaba parte de su trabajo. Eso era todo. Si hubiera otra manera de acercarse a Fitzpatrick, la utilizaría.


Pero no la había.



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