domingo, 9 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO FINAL




Pedro dio un paso hacia ella y Paula sintió que le flaqueaban las piernas, así que se apoyó en la mesa. Se forzó a quedarse de pie cuando, en realidad, lo que habría deseado hubiera sido dejarse caer sobre su butaca de cuero.


Sin embargo, tenía mucha curiosidad por averiguar qué había llevado a Pedro a cruzarse todo el país para verla y quería estar de pie cuando obtuviera la respuesta.


—¿Y qué es eso tan importante que tienes que decirme?


Pedro dio otro paso hacia ella.


—Te quiero.


Paula parpadeó preguntándose si había oído bien.


Al sentir que se había quedado sin aire en los pulmones y que le zumbaban los oídos, comprendió que sí, que había oído correctamente.


Sin poder evitarlo, se llevó la mano al corazón, se apoyó en la mesa y se mojó los labios.


—¿Acabas de decir que…?


—Que te quiero, sí —repitió Pedro bordeando la mesa y tomándola de los brazos.


Paula lo miró a los ojos.


—Y estoy dispuesto a repetírtelo todas las veces que sea necesario para que me creas —continuó Pedro—. Te quiero, Paula. Fue un error por mi parte dejar que te fueras sin decírtelo. También fue un error fingir que no era así hace siete años o incluso antes, hace diez años, cuando me di cuenta de que ya no eras la hermana pequeña de mi mejor amigo sino la chica con la que quería salir.


Paula se moría por gritar de felicidad, por pasarle los brazos por el cuello y besarlo con todo el amor y toda la pasión que aquel hombre le inspiraba, pero no era la primera vez que le hacía daño y no estaba dispuesta a hacerse ilusiones otra vez porque la vida le había enseñado a no soñar.


No podría volver a soportar que sus esperanzas no llegaran a buen puerto.


—¿Y por qué me dices esto ahora? —quiso saber.


—Porque ha llegado el momento de comportarme como Dios manda, de dejar de hacer el imbécil. Además, he hablado con tu hermano y le he dicho que estoy enamorado de ti aunque me daba miedo, la verdad, que me mandara al garete, que me dijera que dejáramos de ser amigos y que no me acercara a tu familia —añadió Pedro cerrando los ojos por un momento—. Eso ha sido lo que siempre me ha dado miedo, cometer alguna estupidez que me distanciara de vosotros porque siempre me habéis tratado bien, siempre me habéis tratado como si fuera de vuestra familia, pero yo siempre he tenido mucho cuidado de no meter la pata porque no quería que vierais que era un desastre en realidad.


—Oh, Pedro —suspiró Paula acariciándole el pelo—. Nunca hemos pensado eso de ti porque no es cierto —le aseguró.


—Sí, ahora me doy cuenta de ello —sonrió Pedro—, pero cuando éramos adolescentes no lo tenía tan claro. Cuando empezaste a gustarme, me dije que a tus padres no les haría ninguna gracia.


—¿Por eso me evitabas en el colegio y no me llamaste después de aquella noche?


Pedro asintió.


—Estaba muerto de miedo —admitió—. La posibilidad de que tus padres se enteraran de que me había acostado con su hija y de que me dieran la espalda pudo conmigo.


—Jamás lo habrían hecho…


—Sí, después de hablar con tu hermano me he convencido de ello —contestó Pedro acariciándole los brazos—. Por cierto, a Karen y a él les ha encantado la habitación del bebé. La terminé todo lo mejor que pude. Tu cuñada se puso a llorar y tu hermano se quedó sin palabras durante un buen rato, algo raro en él, ¿verdad? —sonrió estrechándola entre sus brazos—. Me habría gustado que hubieras estado conmigo cuando se la enseñé. Quiero que estés conmigo para siempre, Paula. Me he comportado como un idiota durante mucho tiempo y no quiero seguir cometiendo los mismos errores. Por favor, dame una oportunidad y te aseguro que haré todo lo que esté en mi mano para hacerte feliz. Y, si a tu familia no le parece bien…


Paula percibió cómo Pedro tragaba saliva.


—Si a tu familia no le parece bien, lo siento mucho porque voy a seguir queriéndote con todo mi corazón y no pienso esconder mis sentimientos. Si me rechazan, qué se le va a hacer. Les va a costar mucho deshacerse de mí porque, para entonces, espero estar casado con su hija.


Paula dio un respingo y se quedó mirándolo con el corazón latiéndole de manera acelerada.


—¿Qué me estás diciendo? —exclamó emocionada.


Pedro la miró divertido.


—¿Qué te estoy diciendo? ¿Tú qué crees? Te estoy diciendo lo que llevo diez minutos repitiéndote, que te quiero y que me quiero casar contigo, que quiero tener hijos contigo y hacerme mayor a tu lado.


Paula sacudió la cabeza, todavía sin poder creerse que lo que estaba oyendo era verdad. 


Se moría por creerlo, pero la parte lógica de su cerebro no paraba de insistir en que Pedro no podía haber cambiado de opinión en tan poco tiempo, en que si no sentía eso cuando se habían acostado era imposible que lo sintiera ahora.


Aun así, se había montado en un avión, algo que Paula sabía que no le hacía ninguna gracia, y se había cruzado todo el país para verla, para mirarla a los ojos y confesarle su amor.


¡Para pedirle que se casara con él!


—Siento mucho lo del bebé —añadió Pedro tomando su silencio por indecisión—. Siento mucho haberme comportado como lo hice después de haber hecho el amor contigo por primera vez. Desde luego, fui un perfecto canalla. Y también siento mucho no haber estado a tu lado cuando perdiste al niño. Me habría encantado tener un hijo contigo y te aseguro que, aun a riesgo de que tu padre me hubiera matado, habría hecho lo correcto y me habría quedado a tu lado —le aseguró Pedro acariciándole la mejilla—. La verdad es que me gustaría tener hijos contigo, si a ti te parece bien. Entiendo que no te haga gracia irte de Los Ángeles porque tu vida ahora está aquí y no espero que dejes tirado a tu socio y que vuelvas a Crystal Springs. He tenido mucho tiempo en el avión para pensar sobre esto y se me ha ocurrido que le podría vender mi parte de la empresa a tu hermano y venirme a vivir aquí contigo. No sé cómo podría ganarme la vida, pero ya se me ocurrirá algo…


Pedro, espera —lo interrumpió Paula poniéndole la mano sobre la boca y sonriendo.


Desde luego, no era de extrañar que estuviera perdidamente enamorada de aquel hombre porque, además de ser bueno y amable y de tener un trasero maravilloso, era la persona menos egoísta del mundo.


Pedro era de las personas que amaba sin condiciones y Paula se sentía profundamente feliz de que la amara.


—A mí también se me olvidó decirte una cosa el otro día en el aeropuerto.


Pedro se puso nervioso.


—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?


—Yo también te quiero —dijo Paula besándolo—. Siempre te he querido. Supongo que lo sabes porque nunca lo he podido disimular. Te aseguro que no te culpo por nada de lo que sucedió hace siete años entre nosotros y, la verdad es que no hay nada en el mundo que me haga más feliz que convertirme en tu esposa y en la madre tus hijos. Sí, quiero tener hijos contigo. Uno, dos, tres o los que vengan, pero contigo. No va a hacer falta que dejes de trabajar con mi hermano porque quiero volver a Crystal Springs, quiero volver a mi casa, con los míos.


—¿Estás segura?


Paula asintió con decisión.


—A lo mejor, al principio tengo que ir y venir durante un tiempo hasta dejarlo todo organizado, pero creo que Dany lo entenderá y no creo que le cueste mucho encontrar a un nuevo socio para sustituirme en el bufete.


Pedro la miró con una extrema felicidad reflejada en los ojos y Paula se dio cuenta de que ella le debía de estar mirando igual.


—¿Te das cuenta de que tenemos que recuperar un montón de tiempo? —murmuró Pedro—. Tenemos que recuperar meses, años, casi una década.


Paula se sorprendió al ver que la levantaba, la sentaba sobre la mesa y se colocaba entre sus piernas.


—Me encantaría, pero tengo una comida de negocios —contestó acariciándole el pelo y besándolo.


—Pues dile a tu secretaria que llame y la anule —propuso Pedro besándola por el cuello.


—No puedo, no es un cliente mío sino de Dany.


Pedro no se dio por vencido sino que apretó su erección contra su pubis y le sacó la camisa de la falda.


—Entonces, cariño, prepárate para llegar tarde.


Y así fue.





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