domingo, 9 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 31




Paula terminó de tomar notas sobre el contrato de un cliente y se congratuló a sí misma por haber sido capaz de terminar con aquello antes de la hora de comer porque había quedado con otro cliente en un restaurante cercano.


Desde que había vuelto de Ohio, no había parado de trabajar y era ese día especialmente difícil porque tenía que hacerse cargo de los clientes de Dany, que se había quedado en casa cuidando de su hijo enfermo.


Al sentir que su estómago protestaba, alargó el brazo de manera automática hacia el cajón para tomarse una pastilla para la acidez de estómago.


Era gracioso darse cuenta de que nunca necesitaba los antiácidos cuando estaba en Crystal Springs.


Aunque intentaba evitarlo, no podía dejar de pensar en Crystal Springs porque allí estaba su familia y, para ser sincera con ella misma, su corazón.


Ante aquel pensamiento, Paula se metió la pastilla en la boca y la destrozó con los dientes.
Bueno, ¿y qué si durante su visita a Ohio no había necesitado tomar ninguna medicación?


¡Tampoco la habría necesitado si se hubiera ido de vacaciones a Jamaica!


Paula dejó el contrato a un lado sobre la mesa y se dirigió al baño para ver si estaba bien peinada y maquillada para ir a ver al cliente.


Estaba colgándose el bolso del hombro cuando sonó el interfono para salir.


—Dime, Nina.


—Hay un caballero aquí que quiere verla, señorita Chaves.


Paula arrugó el ceño.


Normalmente, su secretaria le decía exactamente quién solicitaba verla. En cualquier caso, aquella mañana Paula no tenía tiempo para visitas inesperadas ni nuevos clientes.


—¿De quién se trata?


—Dice que prefiere permanecer en el anonimato.


Paula suspiró exasperada y consultó el reloj.


—Muy bien, pero dile que estoy a punto de salir y que solo puedo concederle un par de minutos. Si necesita más tiempo, dale hora para otro día.


—No, no creo que tarde mucho.


Al oír la voz de Pedro, Paula sintió que el corazón le daba un vuelco.


No había oído que se abriera la puerta, pero al girarse se encontró con él.


Estaba guapísimo.


¿Cómo era posible que a Paula le pareciera que estaba más guapo que nunca cuando hacía solamente una semana y media que no lo veía?


Sí, era cierto que aquel pensamiento desafiaba la lógica, pero daba igual porque le parecía que estaba más guapo que nunca con sus vaqueros desteñidos, sus botas viejas, su cazadora vaquera abierta y su camisa de franela roja.


Se había afeitado y llevaba el pelo recién cortado y la miraba con sus ojos marrones llenos de decisión.


Pedro, ¿qué haces aquí?


—Se me había olvidado decirte una cosa.


Paula lo miró sorprendida.


—¿Y para eso has venido hasta aquí en avión? ¿No me lo podrías haber dicho por teléfono?


—No.




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