domingo, 9 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 29




Pedro estaba sentado en su coche mientras Paula se despedía de sus padres.


La había llevado a su casa un rato antes con la esperanza de que fuera una visita rápida, pero a Helena y a Patricio les había hecho tanta ilusión ver a su hija y les daba tanta pena que se volviera a ir que habían insistido para que los dos se quedaran a comer con ellos.


Aquello había recordado a Pedro los viejos tiempos, pero seguía sintiéndose incómodo.


Los padres de Paula siempre lo habían tratado como a su propio hijo a pesar de que solo era el niño que había en el hogar de acogida de enfrente, un niño problemático.


Sin embargo, ellos habían sabido ver más allá, habían descubierto al niño desesperado por tener una familia y le habían dado todo su amor.


Así seguía siendo y Pedro tenía muy claro que haría cualquier cosa por ellos, lo que, por supuesto, no incluía traicionar su confianza aprovechándose de su hija.


Claro que ya era un poco tarde para arrepentirse de eso, ¿no?


Los hechos irrefutables eran que se había acostado con su hija hacía siete años, la había dejado embarazada y sola.


Menos mal que aquello no había salido a relucir durante la comida.


Pedro no había dilucidado todavía cómo arreglar las cosas entre ellos y ahora Paula se estaba despidiendo de sus padres, la iba a llevar al aeropuerto, ella iba a volver a California y no se iban a ver nunca más.


Paula no solía ir a casa muy a menudo y, después de aquello, Pedro no creía que fuera a aparecer durante mucho tiempo.


Maldición.


¿Qué podía hacer?


En ese momento, se abrió la puerta del copiloto y Paula se subió al coche.


—¿Estás bien? —le preguntó Pedro al advertir su tristeza.


Paula lo miró haciendo un gran esfuerzo para no llorar.


—Sí, es que… nunca me ha costado tanto irme —admitió Paula—. Las demás veces no me he sentido tan mal.


—A lo mejor es porque esta vez has vuelto de verdad.


Paula palideció y Pedro comprendió que había metido el dedo en la llaga. Sin embargo, Paula no contestó, se limitó a mirar por la ventana y a decirles adiós a sus padres con la mano.


Pedro puso el motor en marcha y se dirigió al aeropuerto. El trayecto transcurrió en silencio, un silencio cómodo, pero que Pedro no quería.


De hecho, intentó empezar la conversación sobre su relación unas cuantas veces, pero no sabía exactamente qué decir.


Pedro estaba frustrado.


¿Por qué demonios no sabía qué decirle?


Al llegar al aeropuerto, dejó el coche en el aparcamiento, se bajó del vehículo y sacó la maleta de Paula.


A continuación, entraron en la terminal, Paula facturó su equipaje y Pedro la acompañó hasta el puesto de control.


Justo antes de llegar, Paula se giró hacia él y lo miró a los ojos.


Llevaba un traje de chaqueta negro que la hacía parecer la profesional abogada que era en realidad.


Pedro se dio cuenta de que aquella mujer era todo lo que deseaba en la vida, no solo por fuera sino también por dentro.


Sin embargo, por lo visto, estaban destinados a vivir en paralelo, pero no a terminar juntos.


Parecían dos asteroides que volaban por el espacio y que entraban en colisión de vez en cuando para, a continuación, salir despedidos cada uno en una dirección.


—No hace falta que me acompañes —dijo Paula colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja—. Supongo que tendrás mejores cosas que hacer que quedarte esperando a que despegue mi avión.


Pedro se metió las manos en los bolsillos.


—¿Estás segura?


—Sí —contestó Paula sonriendo con amabilidad y acariciándole el brazo—. Gracias por todo.


—De nada —contestó Pedro devanándose los sesos en el último intento para decir algo inteligente—. Me ha encantado volver a verte.


—A mí también, Pedro.


—Siento mucho todo lo que ha ocurrido, Paula —dijo de repente.


Ahora que ya había comenzado, podría haber seguido, pero Paula le puso los dedos sobre los labios.


—No pasa nada —le aseguró—. Me alegro de que volvamos a ser amigos, te he echado mucho de menos.


Pedro sintió que se le saltaban las lágrimas.


—Llámame alguna vez —añadió Paula.


Y entonces, antes de que a Pedro le diera tiempo de reaccionar, se colocó bien el bolso sobre el hombro, sonrió por última vez y se giró para irse.


Pedro se quedó mirándola mientras cruzaba el punto de seguridad hacia la puerta de embarque y sintió una bola de angustia en la boca del estómago.


Se había ido.


Había perdido su oportunidad.


Pedro se quedó allí unos minutos, con la esperanza de que Paula volviera a aparecer para retomar la conversación, pero eso no sucedió.


Pedro suspiró y dejó caer la cabeza hacia delante.


Todo había terminado.


La había perdido.



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