sábado, 8 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 26




Como si aquella frase no hubiera sido suficiente, como si aquellas palabras no hubieran hecho que Pedro sintiera pequeñas explosiones por todo su torrente sanguíneo, Paula se quitó el camisón en un abrir y cerrar de ojos, lo tiró al suelo y le sonrió desnuda.


Pedro se dijo que debía de estar soñando porque tanta magnificencia y tanta gloria no eran posibles.


Aquélla era la chica más sexy que había visto en su vida e iba a ser suya… por lo menos aquella noche.


Pedro alargó la mano para tocarla, pero Paula no se lo permitió.


—No, no, no —lo reprendió Paula volviéndole a colocar la mano por detrás de la cabeza—. Me toca a mí y vamos a jugar con mis reglas. Tú no me puedes tocar… de momento.


Aquello hizo reír a Pedro.


—No sé si voy a poder soportarlo.


—Sí, claro que lo vas a soportar. No te preocupes, te va a encantar. Ahora, me tienes que dejar que me divierta.


Gracias a Dios, el concepto que Paula tenía de divertirse lo incluía a él, tal y como demostró que comenzara a acariciarle el pecho con las uñas, dejando una estela de éxtasis a su paso.


A continuación, Paula se puso las manos en las caderas, subió por la cintura y se tomó los pechos, que ofreció a Pedro, en las palmas de las manos.


¡Como si le hiciera falta que le recordara lo maravillosos que eran cuando hacía pocos minutos los había tenido en la boca!


—¿Te gusta lo que estás viendo? —preguntó Paula.


Pedro se colocó de tal de manera que Paula sintiera su erección bien potente entre las piernas.


—¿Tú qué crees?


Paula se echó hacia delante de manera que la parte superior de su cuerpo entrara en contacto con la parte superior del cuerpo de Pedro, que percibió su humedad a través de los calzoncillos y, aunque lo creía imposible, se excitó todavía más.


—Sí, me parece que te gusta —ronroneó Paula besándole por el cuello—. A mí también me gusta lo que veo —añadió lamiéndole un pezón y deslizándose a continuación hasta su ombligo.


—Me… alegro —consiguió decir Pedro.


Pedro.


Pedro no podía respirar, así que ni se molestó en contestar. No habría podido aunque hubiera querido porque ver a Paula bajándole los calzoncillos con la boca lo había dejado sin palabras.


—Te quiero sentir dentro.


Sí, por fin.


A la porra las reglas.


Pedro se incorporó a toda velocidad y la sentó en su regazo con una pierna a cada lado de su cuerpo.


—Rodéame la cintura con las piernas —le indicó.


Paula sonrió encantada.


—Sí, amo y señor —bromeó.


—Compórtate como es debido o tendré que castigarte —le advirtió Pedro.


—Oh, no, por favor, no me haga daño. Prometo ser buena.


—Pero no demasiado.


—No, no demasiado.


Pedro sonrió satisfecho y se puso en pie.


—¿Adónde vamos? —le preguntó Paula agarrándose a su cuello.


—A la cocina, me he dejado los pantalones allí.


—¿Y para qué quieres los pantalones ahora que estamos desnudos?


Al llegar a la cocina, Pedro se acercó al fregadero, dejó a Paula sentada en la encimera y rebuscó en sus vaqueros mojados.


—Preservativos —dijo sacando un paquete plateado como si fuera una medalla olímpica.


Por la cara que puso Paula, Pedro se dio cuenta de que no había pensado en ello, lo que no era de extrañar teniendo en cuenta lo rápido que había sido todo.


—Chico listo —comentó Paula acariciándole el pelo—. ¿Siempre llevas uno en la cartera por si surge una emergencia? —bromeó.


—Sí, y arriba tengo una caja entera —contestó Pedro—. Uno nunca sabe cuándo una tía buena lo va a querer violar.


Paula lo miró con la cabeza ladeada.


—Los hombres sois de lo más optimistas, ¿eh?


—Pues sí, la verdad es que sí y la verdad es que, a veces, merece la pena porque tus sueños se hacen realidad.


—Bueno, ¿vas a utilizar ese preservativo o me vas a dar una charla sobre él?


Aquellas palabras bastaron para que Pedro sintiera la libido de nuevo disparada.


—Lo voy a utilizar —le aseguró bajándose los calzoncillos y abriendo el envoltorio con los dientes a la vez—. ¿Quieres volver al sofá o nos quedamos aquí?


Paula miró a su alrededor.


—Aquí, en la mesa, ahora, date prisa.


—Ten cuidado con lo que deseas —contestó Pedro, que ya no podía más.


En cuanto se hubo colocado el preservativo, la tomó en brazos y besándola la depositó sobre la mesa como si se tratara de un festín.


Paula suspiró y arqueó la espalda hacia él, momento que Pedro aprovechó para besarle el cuello y los pechos, pero sin concentrarse en sus pezones, dejándola con las ganas, queriendo hacerla sufrir un poco.


Con el mismo pensamiento en la cabeza, dirigió su erección hacia el centro de su feminidad y comenzó a acariciarlo suavemente, pero pronto se dio cuenta de que no iba ser capaz de aguantar mucho, así que decidió que había llegado el momento.


Con un empujón de las caderas, se introdujo en su cuerpo mientras la besaba extasiado. La sensación de estar dentro de ella era maravillosa y Pedro se dijo que podría quedarse así para siempre, sintiendo su humedad y su calor, pero Paula echó las caderas hacia delante, indicándole que quería más.


Así que pronto se encontraron moviéndose al unísono.


Paula se mordió el labio inferior para no gritar de placer, pero mantuvo los ojos abiertos porque le gustaba ver a Pedro moviéndose encima de ella. Mientras los dos iban hacia el orgasmo, le mordía el lóbulo de la oreja.


—Más rápido, Pedro.


—Sí.


Pedro la tomó de las corvas, acercándose todavía más a ella para tener mejor acceso y, en unos segundos, ambos alcanzaron el éxtasis, que sacudió sus cuerpos en maravillosas oleadas de placer.


A continuación, Pedro se dejó caer sobre ella y Paula recibió su peso encantada, dándose cuenta de que estaba sonriendo.


—Estás sonriendo —comentó Pedro al levantar la cabeza y mirarla.


—Sí.


—Estás genial —dijo Pedro acariciándole las sienes.


—Me siento genial —contestó Paula apretando la vagina y sintiendo cómo Pedro volvía a endurecerse—. Tú tampoco estás mal, ¿eh?


—¿Otro? —dijo Pedro enarcando una ceja.


—Cuando tú quieras —contestó Paula.


—Por mí, ahora mismo —contestó Pedro.


Acto seguido, la levantó de la mesa, pero sin salir de su cuerpo y se dirigió al pasillo.


—Mira que te gusta moverte —comentó Paula en tono de broma—. ¿Y ahora adónde vamos?


—Arriba, a buscar más preservativos. A lo mejor, esta vez conseguimos llegar a la cama.


—Mmm, hacer el amor en la cama, eso es nuevo.


Pedro chasqueó la lengua y le dio un cachete en el trasero.


—No te pongas sarcástica. Si no hubieras estado tan excitada y con tantas prisas, a lo mejor habríamos llegado esta vez.


—Sí, claro, ahora va a resultar que la culpable de todo es la pobre mujer indefensa y desnuda que llevan de un lado para otro como a un saco de patatas.


Pedro se golpeó contra un mueble y maldijo.


—¿Estás bien? —le preguntó Paula riendo.


—Sobreviviré —contestó él apretando los dientes y masajeándose el lugar en el que se había golpeado.


—¿Quieres una linterna? —preguntó Paula citando sus palabras de hacía un rato.


—Muy graciosa. Será mejor que te calles para que me pueda concentrar en llegar arriba entero.


—No diré una palabra más —prometió Paula.


Efectivamente, no volvió a hablar sino que utilizó la boca para succionar el lóbulo de la oreja de Pedro, que gimió de placer y se tropezó con el siguiente escalón.


—Espero que te estés dando cuenta de que me estás matando.


Paula sonrió, pero no contestó porque había dado su palabra.


Al llegar a lo alto de las escaleras, Pedro volvió a tropezarse y ambos cayeron al suelo, donde comenzaron a besarse y a dar rienda suelta a la pasión.


—Ya basta —dijo Pedro saliendo de su cuerpo.


Al instante, Paula se sintió vacía, pero aquel sentimiento no duró mucho tiempo porque Pedro se apresuró a tomarla en brazos y a llevarla a su habitación, donde la dejó sobre la cama.


Acto seguido, fue al armario y, en un abrir y cerrar de ojos, se quitó el preservativo usado y se colocó uno nuevo.


—¿Dónde estábamos? —preguntó tumbándose junto a ella en la cama.


—Más o menos por aquí —contestó Paula envolviéndole las caderas con una pierna y acariciándole el brazo.


Sentía su erección entre las piernas, justo en la entrada de su cuerpo, allí exactamente era donde quería sentirlo.


Pedro penetró en su calor y Paula lo abrazó encantada, suspirando.


Aquello era exactamente lo que quería, pasar una noche con Pedro Alfonso.


Todos se evaporaría a la mañana siguiente, pero, de momento, Pedro era suyo.




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