sábado, 8 de diciembre de 2018
PASADO DE AMOR: CAPITULO 25
Según pronunciaba las palabras, Paula se dio cuenta de que era verdad. Lo deseaba de verdad.
Lo cierto era que llevaba deseándolo muchos años, incluso durante el tiempo durante el que se había conseguido convencer de que lo odiaba.
Durante los últimos días, atrapada con él en la misma casa, había intentado mantener la distancia, pero lo único que habían conseguido había sido hacer saltar chispas entre ellos y esas chispas habían acrecentado el deseo.
¿Qué tenía de malo estar con él otra vez… la última vez? Era obvio que ambos lo querían y los dos eran adultos sin compromisos.
Paula no había salido con nadie en serio desde hacía tres o cuatro años y no había salido con nadie, serio o no, durante el último año y medio.
Así que se dijo que ya iba siendo hora de desengrasar la máquina y, además, acostándose con Pedro conseguiría olvidarse de él para siempre.
Sí, acostarse con él apagaría las chispas de deseo que habían surgido entre ellos en aquellos últimos días y, lo que era más importante, pondría el punto final a lo que se había iniciado entre ellos aquella primera vez hacía siete años.
Sí, eso era exactamente lo que necesitaba, pasar una noche con Pedro para apagar el fuego que corría por sus venas y exorcizar cualquier tipo de sentimiento negativo que hubiera entre ellos.
Hecho eso, podría volver a Los Ángeles y no tener que volverse a enfrentar a los feos demonios que la habían atemorizado en el pasado.
Paula miró a Pedro a los ojos y metió la mano un poco más abajo.
—Sé perfectamente lo que estoy haciendo —le dijo con voz seductora—. ¿Entendido?
—Sí —contestó Pedro con un hilo de voz—. Nunca volveré a dudar de tus intenciones.
Paula sonrió divertida.
—Así me gusta.
Apoyándose en los codos, Pedro se echó hacia delante y la besó hasta dejarla sin respiración, hasta hacerla ronronear de placer, consiguiendo que Paula se apretara contra él queriendo fundirse en un solo ser.
Pedro olía a fresco y a limpio, como la lluvia que los había empapado a los dos y era maravilloso acariciar su musculoso torso y sentir sus piernas entrelazadas con las suyas.
Pero lo que más le gustaba a Paula de aquel hombre era su cara, aquella cara enmarcada en una mandíbula firme y fuerte, aquel ceño que fruncía cuando estaba molesto o pensativo, la nariz recta y cruzada por una pequeña cicatriz en el puente producto de una riña adolescente y aquellos maravillosos ojos marrones que hacía que le temblaran las piernas cuando la miraba.
Paula sintió las manos de Pedro en el pelo, acariciándole la espalda, los costados y la cintura, sintió sus dedos desatando el nudo del cinturón de la bata que, una vez abierta, cayó al suelo.
Paula se encontró en braguitas y camisón con los brazos, las piernas y la espalda desnudos, pero no tenía frío. Más bien, estaba muerta de calor y sabía que no era efecto del fuego que ardía en la chimenea.
A medida que siguieron besándose, las respiraciones de los dos se fueron entrecortando y Pedro comenzó a recorrer su cuerpo preso de la febrilidad.
—No te puedes ni imaginar cuánto te deseo —exclamó al comprobar que llevaba tanga—. Me vuelves loco. Quiero lamer todo tu cuerpo, de la cabeza a los pies, apoderarme de tus pezones y de tus labios, meterte en mi cama y no dejar que te vayas jamás —añadió sin dejar de apretarle el trasero y de besarle el cuello.
—Dado que estamos en casa de mi hermano, que las camas son suyas y están un poco lejos, ¿te conformas con el sofá? —contestó Paula.
—Sí, el sofá es un sitio perfecto —contestó Pedro.
Paula sintió las palmas de sus manos en las caderas y pronto percibió los dedos de Pedro bajándole las braguitas con agotadora lentitud, revelando la zona más íntima de su cuerpo.
Al mismo tiempo, la boca de Pedro encontró uno de sus pechos y se dedicó a juguetear con su pezón, que ya estaba erecto, pero que se endureció todavía más.
Paula arqueó la espalda hacia delante para recibir el placer. Pedro tocaba su cuerpo como un instrumento que él mismo hubiera afinado pues sabía exactamente dónde tocarlo y cómo.
Paula sentía que la cabeza le daba vueltas, que la sangre se le agolpaba en las sienes y que el deseo hacía que el bajo vientre le fuera a estallar.
Sin embargo, allí pasaba algo.
Pedro estaba excitado, pero no desesperado, no sudaba y eso era lo que Paula quería.
Paula quería acariciarlo y volverlo loco para que le suplicara.
—Pedro.
Pedro no contestó pues estaba muy concentrado con sus pezones.
—Pedro.
—¿Mmm?
—Para —le dijo Paula.
Pedro se apresuró a obedecer, lo que era increíble dado el grado de excitación en el que se encontraban los dos.
—No me refería a que pararas del todo —le aclaró Paula.
Pedro la miró confuso.
—¿Entonces? —dijo acariciándole la parte interna del muslo.
Paula se sentó a horcajadas sobre él, lo agarró de las muñecas, le puso las manos por encima de la cabeza y, a continuación, comenzó a frotarse contra su erección.
Aquello obligó a Pedro a inhalar aire y a apretar los dientes.
—Entonces, ahora me toca a mí —contestó Paula.
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