viernes, 7 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 21




La casa entera retumbaba con los martillazos, los ruidos de la sierra y la música que habían puesto en el vestíbulo.


Llevaban tres días trabajando y la habitación estaba quedando estupendamente. Pedro le había enseñado un montón de cosas de carpintería y ella era una maravillosa alumna, así que formaban un buen equipo.


De momento, habían retirado las cortinas antiguas, habían quitado la vieja y descolorida moqueta y habían lijado y barnizado el suelo de madera que había debajo.


En aquellos momentos, Pedro estaba subido a una escalera y a Paula se le antojó el hombre más sensual sobre la faz de la tierra.


Llevaba una camiseta de algodón que marcaba su espalda y sus maravillosos bíceps como una segunda piel y unos vaqueros desgastados que enmarcaban un trasero de premio.


Paula se dijo que debía de dejar de mirarlo y concentrarse en lo que tenía que estar haciendo, que era dar la primera capa de pintura sobre la pared.


Así que volvió a meter el rodillo en el bote de pintura y siguió pintando, tarareando y bailando con una canción de los B52’s.


—¿Te lo estás pasando bien?


La voz de Pedro tan cerca la hizo dar un respingo y mancharse de pintura.


—Me has dado un susto de muerte —contestó Paula llevándose la mano al corazón.


—Lo siento —se disculpó Pedro con una gran sonrisa—. La pared te está quedando fenomenal. Deberías venirte a trabajar con Nico y conmigo.


—Gracias —sonrió Paula.


Al sonreír, el brillo de sus ojos era tan intenso que Pedro sintió que el aire no le llegaba a los pulmones.


Madre mía, qué guapa era.


Durante los últimos siete años, Pedro creía que la había mitificado y que el brillo de su pelo castaño y de sus ojos azules y la chispa de su sonrisa no eran tan intensos como él recordaba, pero ahora, teniéndola delante, se daba cuenta de que era todavía más bonita de lo que la recordaba.


Hacía un rato, cuando había terminado de colocar las últimas molduras del techo y se había girado hacia ella, había estado a punto de caerse de la escalera pues Paula estaba dándole al rodillo arriba y abajo y moviendo el trasero al ritmo de la música.


Aquello había hecho que a Pedro se le acelerara el ritmo cardíaco, por lo que había decidido bajar muy lentamente de la escalera y tomarse un descanso.


—Si te parece bien, yo creo que podríamos dejarlo por hoy. Es miércoles y has quedado con tus amigas en el Longneck, ¿no? —comentó volviendo al presente.


Paula lo miró confusa sorprendida durante un segundo.


—Es verdad —contestó—. Se me había olvidado. ¿Qué hora es?


—Son casi las seis —contestó Pedro—. Yo creo que nos da tiempo de cenar algo en casa después de ducharnos, a menos que quieras tomar algo allí.


—Yo creo que sí, que tomaremos algo allí —contestó Paula—. Si quieres, te puedes venir con nosotras —añadió en voz baja.


Al principio, Pedro pensó que lo había dicho única y exclusivamente por educación, pero su mirada le dejó claro que estaba siendo sincera.
Obviamente, la tentación de aceptar era grande porque era la excusa perfecta para estar cerca de ella.


—Gracias, pero supongo que te apetecerá estar a solas con tus amigas para hablar de hombres y de cómo hacer para que no se os noten las braguitas debajo de los pantalones.


Aquello hizo reír a Paula.


—¿Te crees que las mujeres hablamos de eso cuando estamos solas?


Pedro se encogió de hombros.


—Lo cierto es que hablamos de hombres solo cuando una de nosotras ha tenido una mala experiencia, pero, si no, hablamos del trabajo, de la familia, de moda y de un montón de cosas más.


—Es bueno saberlo —dijo Pedro alargando el brazo y quitándole una mancha de pintura de la nariz.


—Gracias —dijo Paula—. Me parece que deberíamos meternos en la ducha.


Pedro sintió una descarga de deseo por todo el cuerpo porque tenerla tan cerca era divina tortura.


Por supuesto, le habría gustado tomarla entre sus brazos y besarla hasta dejarla sin sentido, deslizar los dedos por aquella melena castaña maravillosa y, sí, ducharse juntos… o no ducharse e irse directamente a la cama.


Pedro tragó saliva y se dijo que debía controlarse.


Lo que había sucedido aquella noche en el sofá había sido producto de haberse tomado un par de copas de vino con el estómago vacío, pero nada más.


Por favor, pero si Paula llevaba casi siete años sin hablarle y él había estado viviendo con otra mujer hasta hacía muy poco.


Aquello, fuera lo que fuese lo que estaba sucediendo entre ellos, debía de ser algún tipo de atracción residual que les quedaba de la adolescencia y la juventud, cuestiones sin resolver de aquella noche en la que habían hecho el amor en el coche.


En cuanto Paula volviera a California, cosa que Pedro no creía que tardara mucho tiempo en suceder, todo terminaría, la electricidad, el deseo, los temblores en las rodillas y todo lo demás pasaría a la historia.


Ambos seguirían con sus respectivas vidas, así que era mejor no empezar nada por mucho que le costara controlarse, por mucho que le apeteciera acostarse con ella.


Pedro no creía que fuera una buena idea arriesgarse a que Paula volviera a dejar de hablarle durante otros siete años.


Al igual que cuando estaba en el colegio, no quería hacer nada que pudiera hacerle daño a ella ni a su familia, nada que pudiera distanciarlos o que pudiera causar problemas en las relaciones familiares.


Se sentía como una mosca debatiéndose en la tela de una araña hambrienta, pero la ironía era que había sido él quien había tejido la tela.


—Bueno, vamos a cambiarnos —dijo dejando el cinturón con las herramientas en el suelo a pesar de que lo último que le apetecía era salir.


Si por él hubiera sido, se habría quedado en casa con ella, bien cerca, mirándose en sus ojos, abrazándola en el sofá, viendo una película.


Aunque no sucediera nada entre ellos, porque no podía suceder, estar a solas con ella era mucho mejor que ir al Longneck.


—Muy bien —contestó Paula.


Acto seguido, desvió la mirada y comenzó a recoger sus utensilios de trabajo.


Pedro se quedó mirándola, y al ver que se mojaba los labios con la punta de la lengua, se dijo que tenía que salir de allí cuanto antes, antes de que la tomara en brazos, la apoyara contra la pared y la hiciera suya, como había estado soñando durante diez años.


Desde luego, estaba metido en un buen lío.


Por una parte, su mente le decía que debía distanciarse y no jugar con fuego y, por otra, no podía evitar imaginarse a Paula con la camiseta levantada y las piernas enrolladas en su cintura.


—¿Quieres que te ayude? —le preguntó con un hilo de voz.


—No, gracias —contestó Paula mirándolo con sus preciosos ojos azules—. No tardo nada, voy a meter el rodillo en agua para mañana y ya está.


—Bueno, pues yo me voy a ir duchando —comentó Pedro girándose para irse.


—Muy bien —contestó Paula—. Por cierto, Pedro, una última cosa.


—Dime.


—Las mujeres no solemos hablar de cómo hacer para que no se nos marquen las braguitas debajo del pantalón porque hace mucho tiempo que sabemos qué es lo que tenemos que hacer para impedirlo.


—¿Ah, sí? —dijo Pedro con la voz entrecortada por la excitación.


—Sí, es muy sencillo, lo mejor es no llevar braguitas —dijo Paula sonriendo con picardía y concentrándose de nuevo en la pintura.


Maldición.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario