lunes, 17 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 24




Pedro contempló a Paula mientras bailaba con los ojos cerrados. Era tan hermosa y él la deseaba tan intensamente…


Consiguió dominar sus movimientos reflejos y la tensión de su cuello y sus hombros para disfrutar del roce de Paula. Su cabello olía a melocotones y caía sobre sus mejillas y su cuello como una cortina de seda. Le gustaba así, al final del día, sin lápiz de labios y con algunas arrugas en la ropa. Le gustaba verla bailar y que bailara con él.


En algún momento de la velada, las circunstancias habían adquirido una naturaleza distinta a la que se había propuesto inicialmente, y debía admitir que la culpa era suya.


Le había pedido que bailara con él porque ansiaba tocarla. Había querido consolarla tras el encuentro con su madre, pero ni siquiera había mencionado el episodio desde que llegaron al restaurante.


Pedro la acercó levemente hacia sí. Sentía cada movimiento que ella hacía, cada sensual contacto de sus cuerpos. Paula alzó la mirada con ojos brillantes. El resto de las personas que había en la pista se nublaron y Pedro sólo tuvo ojos para ella.


—Me encanta cómo bailas —le dijo Fiona al oído.


Sus senos rozaban el pecho de Pedro y éste, dando un suspiro la rodeó por la cintura y se movió con ella, con la sensación de sostener en sus brazos… un hogar, aunque ni siquiera supiera qué significaba esa palabra.


—A mí me gusta cómo bailas tú —su aliento acarició la oreja de Paula.


La línea que los separaba era tan tenue que podía traspasarse en cualquier momento.


El suspiro de Paula rozó la mejilla de Pedro. Un suspiro de placer por lo que estaban haciendo y por sentir la proximidad de Pedro.


Él se preguntó cuánto tardaría en perder la sensación de calma y en tener que concentrarse en controlar sus movimientos. Hasta que sucediera, se dio permiso para disfrutar del momento y de la deliciosa sensación de sentir sus torsos y sus piernas en contacto mientras bailaban. Quiso cerrar los ojos y dejarse llevar por la cadencia de la música. Y lo hizo.


Queriendo consolarla por el disgusto que le había causado su madre, y aunque no sabía en qué momento, Pedro había bajado la guardia, había dejado caer las barreras. Y lo peor era que ni siquiera le importaba lo suficiente como para intentar volver a erigirlas.


Bailaron y aunque Pedro apenas se movía, Paula no recordaba haber experimentado nada tan maravilloso porque Pedro no sólo bailaba con ella, sino que le hacía sentir que no había nadie más que ella en el mundo.


Fue inevitable que cada vez bailaran más juntos, que siguieran bailando de la misma manera aunque el tempo de la música variara, que Pedro posara su mejilla en la de ella y subiera una de sus manos hasta el hueco entre sus omóplatos, y bajara la otra a la curva de su cintura con su trasero.


La atención de Pedro logró hacer olvidar a Paula su sensación de fracaso con su familia. Por contraste, él la aceptaba tal y como era, y aunque no quería aceptar la atracción que sentía por ella, al menos en aquel instante lo estaba haciendo. Y Paula, por más que temía pecar de ingenua, quiso creer que quizá no fuera un sentimiento pasajero.


Le rodeó el cuello con los brazos. 


Permanecieron en silencio, con los ojos clavados el uno en el otro, bailando lentamente, hasta que, sin decir palabra, Pedro la tomó de la mano y Paula se limitó a dejarse llevar fuera de la pista, al exterior, hasta su furgoneta.


Ya en la carretera, Pedro le tomó una mano y la pegó a su muslo.


—Había pretendido hablar de tu familia…


—¿No prefieres hablar de Carlos…?


Pedro aparcó el coche en el aparcamiento que había en el exterior de la urbanización de Paula y se quedaron callados. La necesidad de hablar interfería con otros deseos más instintivos. Al no saber cómo actuar en ninguno de los dos sentidos, Paula acudió a los buenos modales.


—Gracias por una velada maravillosa —a ciegas, buscó la manilla para abrir la puerta y bajó.


Pedro había aparcado en el extremo más alejado de la casa. Estaba poco iluminado y reinaba un silencio total. Fue hasta el lado de Paula y cerró la puerta después de que ella bajara.


—¿A qué estamos jugando, Paula?


¿Abrió él los brazos o fue ella quien se acurrucó en ellos? ¿Tenía alguna importancia? Era inevitable que se fundieran en un abrazo.


—No sé que estamos haciendo —dijo ella, mirando a Pedro a los ojos—. Tú te aíslas por lo que Carlos te hizo, y no te das cuenta de que con ello le otorgas poder. No se trata sólo de tu autismo. Es parte de ti y es una parte maravillosa —dejó que las palabras fluyeran y expresaran lo que sabía intuitivamente aunque no fuera capaz de analizarlo.


Pedro sacudió la cabeza.


—La belleza está en tu interior, en tu generosidad y en tu capacidad de ver lo mejor de cada persona.


Tal vez Pedro no quería hablar de sí mismo o se limitó a reaccionar a un nivel puramente instintivo, pero se inclinó y la besó con toda su alma.



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