martes, 6 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 7




El pastor volvió para informar a Pedro de que la boda se había suspendido.


—¿Suspendido? ¿Por qué?


—El novio… —dudó el reverendo Smiley, sin saber cómo explicarlo—. Por algún motivo no ha podido asistir.


—¿No ha podido? ¿O no ha querido? —preguntó Pedro sin rodeos; conocía a Benjamin.


El pastor, avergonzado, admitió que parecía que el novio había abandonado la ciudad.


Pedro se sorprendió. ¿Qué jugada estaba preparando Benjamin? Intentó pensar. Sí, le había negado el dinero a Benjamin hasta que comprobó que Construcciones Chaves existía de verdad, y sí, le había dicho a Benjamin que recibiría el dinero cuando se casara con la hija.


—No lo entiendo —exclamó el reverendo Smalley, moviendo la cabeza—. Estuvo aquí ayer noche para el ensayo de la boda. Y según parece, ahora ha abandonado la ciudad. Sin avisar. Pobre Paula, es un golpe muy duro. Y ella es una chica encantadora. De hecho, toda la familia lo es. La señora Chaves es una de nuestras diaconisas, se encarga de la parroquia, una buena mujer. Se ha esforzado mucho en organizar todo esto. Paula es su única hija —explicó volviendo a mover la cabeza—. ¡Que lástima! No lo entiendo.


Pedro tampoco lo entendía. Suponía que la chica debía ser un adefesio, para que Benjamin se hubiera echado atrás, tanto de la boda como de un trato que le hubiera proporcionado ingresos fijos. Era posible que nunca hubiera tenido intención de casarse con ella. Sólo había sido una estratagema para agenciarse unos malditos dólares. ¡Maldición!


—Sí. Una lástima —asintió Pedro marchándose.


—Espere. No se vaya tan rápido. Seguro que… —el pastor vaciló—. Es decir, todo está preparado en el salón social. Hay muchos invitados, seguro que continuarán adelante con la recepción.


—Gracias —dijo Pedro. Pero no hacía falta que él se quedara. No conocía a nadie, y no tenía ningún deseo de ver a la novia que habían dejado plantada. ¡Era terrible! Los preparativos, los invitados, y todo para nada. Salió al vestíbulo pensando en la nena: «Soy la niña de las flores», había dicho feliz y orgullosa.


Se detuvo junto a una puerta abierta, y se asustó al ver a una mujer vestida de novia alzar una botella. ¡La novia! Iba a…


—¡No! —Entró corriendo y tiró la botella de un golpe—. Él no lo merece.


Ella alzó la cara, acosada y atormentada, hacia él.


—¡Sácame de aquí! ¡Por favor!




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