jueves, 15 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 37




Fue sólo un pequeño golpe en la boca del estómago, tan ligero que apenas se notaba. 


Pero Paula lo notó. La estremeció de arriba a abajo.


Algo dentro de ella estaba vivo y pateando.


¡Increíble!


Se puso las manos sobre el estómago, agarrando y protegiendo, instintivamente, a esa cosita que estaba tan viva. ¡Otra! Volvió a suceder. Un bebé, viviendo y creciendo.


¿Un niño? ¿Con ojos azul mar, que se entrecerrarían al sol?


—¿No podrías, Paula?


—¿Qué? —Paula miró a Doris, desconcertada. 


Se había olvidado de dónde estaba. Sentada en el salón del club con Lisa y Doris, mientras esperaban a que los hombres acabaran su partida de frontón para ir a comer.


—¿No podrías, Paula? —repitió Doris, como si intentara despertarla—. No me refiero a que lo hagas tú personalmente. Pedro utilizó su influencia como miembro de la junta de directiva de M&S y, de hecho, donaron dos televisores.


—Y te hubiera conseguido mucho más si hubieras pedido dinero —gruñó Lisa—. Mary tiene razón —dijo, refiriéndose a la mujer que la había criado—. Dice que toda esa gente rica pierde tiempo y energía organizando subastas y bailes de caridad. Si en vez de eso hicieran una donación…


—Oh, cállate Lisa. La fundación lleva celebrando esta subasta todos los otoños desde hace quince años. Resulta que estoy en el comité de captación de fondos, y estoy obligada a conseguir suficientes objetos para que la subasta cumpla su objetivo. Aparte del trabajo, es divertido y, exactamente igual que tú, lo pasamos muy bien.


—¡Tocada! —Aceptó Lisa—. Me has convencido. Sigue.


—Paula, me refiero a Construcciones Chaves. Será buena publicidad y además, por supuesto, sirve para deducir impuestos. ¿Entiendes?


—Sí. Bueno, de acuerdo, pensaré algo —dijo Paula, volviendo a la conversación. ¿Qué podía contribuir una empresa constructora? ¿Una caja de herramientas muy completa? Sonrió irónicamente. ¡Como si a los ricachones que irían a la subasta les sirviera para algo una caja de herramientas! A lo mejor la Mary de Lisa tenía razón.


—Bueno, señoras, ¿listas para comer? —Pedro tenía la voz ronca, siempre le pasaba justo después de ducharse. Tenía el pelo húmedo y pegado.


Paula dio un respingo y la subasta se le fue por completo de la cabeza. Apenas era consciente de las bromas que se sucedían mientras el grupo se dirigía al comedor. Estaba imaginándose una niña diminuta, con el pelo de color paja, quemado por el sol.


—Tráenos una botella del mejor champán —dijo Pedro al camarero—. Hay que celebrarlo, señoras.


—¿El qué? —preguntó Doris.


—Nada importante —dijo Sergio—. Sólo su buena suerte habitual.


—¿Tú también has perdido? —le preguntó alguien a Alvaro.


—¿Yo? No, sólo he entrenado. No soy tan tonto como para enfrentarme con un profesional —replicó, y comenzaron las bromas habituales. 


Claro que Pedro ganaba siempre. Jugaba como un profesional porque se pasaba todo el día jugando.


Eso irritaba a Paula. Pedro era bueno en los deportes, simplemente ¡porque era bueno! 


Recordaba su cuidado y maestría cuando pilotaba el Pájaro Azul. Veía sus fuertes manos agarrando los remos aquella tarde, dominando el bote en medio del viento y de las fuertes olas.


Manos que esa noche la habían acariciado tiernamente. Volvió a notar la patada, y una mano voló hacia su estómago, sujetando, acariciando. Se sonrojó y apartó la mano apresuradamente. Miró a Pedro, al otro lado de la mesa, y lo vio probar el champán, sonreír y darle su aprobación al camarero. Sergio y Alvaro seguían con las bromas sobre el playboy rico y privilegiado. Sabía que le estaban tomando el pelo, pero esa mañana la irritó. ¿Por qué Pedro no se defendía, en vez de quedarse allí sentado, sonriendo?


A mitad de la comida el camarero le trajo una nota a Pedro.


La leyó y se excusó, diciéndoles que tenía que ir a llamar por teléfono.


—Volveré enseguida.


—Seguro que es por ese tema de la fusión —dijo Alvaro a Sergio, cuando Pedro se marchó.


—Seguro. Estoy de acuerdo, y apuesto lo que quieras a que lo parará —asintió Sergio.


—Sí. Eso creo.


—Sin problemas —dijo Sergio—. Igual que hizo el Master de administración de empresas en Harvard.


—Es curioso que siempre haya rechazado el trabajo empresarial —reflexionó Alvaro.


—Pero es excelente en inversiones de alto riesgo y como miembro de juntas directivas.


Para entonces, a Paula le alegró que Lisa se decidiera a preguntar.


—¿Qué pasa? ¿Nos podéis decir de una vez de qué habláis?


—Ya no es ningún secreto. Pedro acaba de desmantelar una fusión muy bien organizada. M&S iba a absorber a Comunicaciones Atkins, y los beneficios de los inversionistas iban a subir como la espuma —explicó Sergio.


—Eso es bueno, ¿no? —inquirió Doris.


—A tu hombre no se lo ha parecido —dijo Alvaro señalando a Paula con un dedo—. La plantilla se reduciría en dos mil personas. Todas quedarían en la calle.


—Eso sería terrible —dijo Paula—. Demasiadas empresas están haciendo justamente eso.


—Eso es lo que pensó Pedro—dijo Alvaro—. Se enfrentó al grupo que estaba a favor de la fusión y que había organizado el golpe. Arguyó que el precio de mercado tanto de Alfonso y Sellers como de Atkins bajaría, no al contrario. Dijo que ya no era rentable para los inversionistas apoyar tratos que implicaban reducir la plantilla. Nos comentaron que, al final de su discurso, preguntó «¿Qué pasará cuando esas dos mil familias, sus vecinos y sus amigos dejen de comprar nuestros productos y de utilizar nuestros servicios?». Nadie tuvo una buena respuesta que ofrecer, y las dos juntas directivas empezaron a poner objeciones. Han vuelto a empezar los planes desde cero. Le han pedido a Pedro que sea el moderador del grupo de trabajo.


—No es tarea fácil —dijo Sergio—. No le va a quedar mucho tiempo para jugar.


«Pero estará allí, luchando por los trabajadores», pensó Paula, con orgullo. Volvió a ponerse la mano sobre el estómago. Allí dentro había un ser vivo. Quería que ¿él o ella? se convirtiera con el tiempo en alguien tan inteligente y considerado como su padre.


Pedro volvió, con cara preocupada.


—Lo siento, amigos. Paula, tenemos que marcharnos. Tengo que ir a Nueva York. Ahora mismo.



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