jueves, 8 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 14




Inmediatamente después de la reunión de la junta directiva de Detroit, él tomó un avión. 


Aterrizó en Wilmington y se fue directo al barco, sorprendido por las ganas que tenía de verla. No hubiera ido a la reunión de Detroit de no ser por Cari. Había conocido a Cari Shepherd, un ingeniero eléctrico en paro, víctima de una reducción de plantilla, en Georgia, en el torneo PGA Masters de golf, y le habían intrigado sus ideas para coches eléctricos. Eso es el futuro, y deberíamos estar en vanguardia, había pensado Pedro.


No sabía si lo había conseguido. No dirigía Mode Motors, y estaba en la Junta Directiva exoficio, al igual que en varias compañías subsidiarias de Empresas Alfonso: tenía privilegios, pero no estaba exactamente en activo. Bueno, ahora todo quedaba en manos de Cari. Había conseguido que lo contrataran en un puesto estratégico. Él mismo tendría que defender sus ideas.


Pedro suspiró. A veces se sentía como si estuviera siempre fuera, mirando hacia dentro mientras otra persona hacía el trabajo o explicaba sus ideas.


Se le levantó el ánimo cuando llegó al aparcamiento del club. Estaba deseando volver a ver a Paula Chaves. Le gustaban ella, su entusiasmo y su risa musical, que no se habían desgastado con lo que había pasado. Es una chica con agallas, pensó, mientras se aflojaba la corbata y salía del coche. Se echó el abrigo por encima del hombro y caminó hacia el embarcadero.


Ella lo esperaba y saludó con la mano al verlo acercarse. Era agradable que hubiera alguien esperándolo…


Era agradable que fuera Paula la que lo esperaba.


—¿Bueno, cómo te ha ido? —preguntó él al subir a bordo.


—¡Fenomenal! Simplemente fenomenal, gracias a ti.


A él le gustó cómo le bailaban los ojos. Ojos azules.


—Me alegra que disfrutaras del barco.


—No sólo del barco. También del dinero.


—¿Y eso?


—Bueno, no sé cómo explicarlo. Pero me dio un bajón cuando te marchaste. Entonces abrí el sobre y ¡vaya! Fue como encontrar una mina de oro.


—No era ninguna mina de oro —sonrió él.


—Para mí lo fue. Como si me hubieras dicho que me pusiera en marcha y me hubieras proporcionado los medios para hacerlo. Gracias.


—De nada. ¿Así que te pusiste en marcha?


—Desde luego que sí. Primero fui de compras. Es un centro comercial demasiado lujoso, pero no necesitaba muchas cosas. Un par de pantalones cortos y de camisetas. ¿Te gustan? 
—preguntó, dándose la vuelta para que la mirara.


—Mucho —replicó él, fijándose en cómo se ceñían los pantalones a su trasero. Tenía muy buena figura. Y llevaba un top suelto, de punto. Era amarillo, quizás fuera eso lo que hacía que resaltara tanto el color de sus ojos.


—¿Tienes hambre? —Preguntó ella, como si fuera la anfitriona—. Hay cosas para hacer unos sándwiches, y café.


—He comido en el avión, pero no me importaría tomar un tentempié —replicó, bajando a la cocina tras ella.


—También compré papel para cartas —dijo ella mientras sacaba las cosas del frigorífico.


—¿Papel para cartas?


—Sí, está claro que no podía utilizar el que lleva impreso Señor y Señora Benjamín Cruz, que había comprado para enviar las notas de agradecimiento, ¿no te parece?


—No, supongo que no —respondió, asombrado de que bromeara sobre el tema con semejante tranquilidad. También parecía muy cómoda en la cocina, preparando sándwiches y café. Eso lo alegró.


—En cualquier caso, ese papel está en casa junto con la lista de regalos que recibí, que me vendría muy bien tener aquí —explicó, poniendo un plato de sándwiches sobre la mesa—. Tendré que escribir la dirección en cada nota y ponerlas con cada regalo que haya que devolver cuando vuelva a casa. Intenté acordarme de todo el mundo y del regalo que enviaron. Claro, que habrán llegado más —suspiró—. Tantos. Pero al menos he empezado. Mira, escribí todas esas —añadió, señalando un montón de sobres que había sobre la estantería.


—¿Todas esas?


—Sí. Fue fácil, una vez que decidí qué poner.


—¿Y qué…? —se interrumpió, deseando haberse mordido la lengua. Debía haber sido muy difícil darle explicaciones a la gente que había visto cómo la dejaban plantada ante el altar.


—¿Qué puse? Sólo que les devolvía el precioso lo que fuera, o su precioso regalo, si no recordaba qué era.


—Tu madre podría haberte dado esa información, ¿no?


—¡Oh! —Exclamó, sobresaltada por la pregunta— Bueno, supongo que no pensé… no quería que se molestara —contestó apresuradamente. A Pedro le resultó extraño, parecía que quería cambiar de tema—. Dije que sentía que nuestros planes se cancelaran así de bruscamente. Agradezco su consideración, lamento la inconveniencia, cosas así.


Sirvió el café y se sentó con él a la mesa, parecía muy tranquila, como si hablara de un pequeño contratiempo que le hubiera sucedido a otra persona.


—Yo tengo hambre, tengas tú o no —recalcó.


—Bueno, tomaré uno —aceptó, alargando la mano. Estaba intentando comprenderla. ¿Le importaba tan poco como parecía? ¿Y qué le pasaba con su madre?


—Creo que siempre tengo hambre desde que entré en este barco. Debe ser el aire del mar —dijo, metiéndose un par de patatas fritas en la boca—. ¡ Ah, sí! llamé y recuperé mi antiguo puesto de trabajo. Y hablé con Lois, una mujer que trabaja en el almacén de maderas. Voy a irme a vivir a su apartamento. Está más cerca del trabajo.


—Eso está bien —dijo y, dubitativo, preguntó—. ¿Has llamado a tu madre? —pasara lo que pasara entre ellas, su madre debería saber dónde estaba. No era exactamente menor de edad, pero aún así…


Ella negó con la cabeza.


—¡Pero no pasa nada! —Exclamó, como si le leyera el pensamiento—. Le escribí una carta, urgente.


—¿Por qué no la llamaste? Debe de estar muy afectada.


—¡Por eso! —Respondió Paula, sonrojándose, con cara de culpabilidad—. Se pone muy nerviosa. Y cuando está así, es imposible hablar con ella y… —lo miró con seriedad—. Le escribí para explicarle que necesitaba un poco de sitio, de tiempo, para superar el trauma. Y no era una mentira. ¡No lo era! —¿Intentaba convencerlo a él o a sí misma?—. Esto ha sido muy traumático para mí, ¿no lo entiendes?


—Bueno, sí —aceptó Pedro. Al menos en ese momento parecía muy afectada. ¿Qué le pasaba a esa chica?


—Eso fue lo que le dije a mi madre —dijo, muy recelosa.


—¿Lo entenderá?


—¡Debería! Ella misma está siempre con algún trauma u otro —dijo. Por primera vez, él notaba amargura en su voz. Era hora de cambiar de tema.


—Así que te vas el sábado. Un día más en el Pájaro Azul. ¿Qué te gustaría hacer?


—Lo mismo que el primer día —replicó ella sin dudarlo—. ¿Podríamos volver a esa playa y simplemente… no hacer nada?


—Ya veremos. El tiempo está algo revuelto.



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