miércoles, 7 de noviembre de 2018
LA TRAMPA: CAPITULO 11
Paula siguió a Pedro escalerilla arriba, y se puso a su lado, en lo que él denominó «puente volante». Desde ese punto de mira, observó cómo sacaba al Pájaro Azul del embarcadero.
Había otras personas navegando, o subiendo a su barco para arreglar, limpiar o simplemente sentarse y disfrutar. Todos, incluido Pedro, parecían conocer a los demás, y los saludos y bromas se cruzaban de barco a barco. Dos niños, envueltos en equipo salvavidas, miraron hacia Paula y la saludaron con la mano, haciendo que formara parte del jolgorio.
Les devolvió el saludo, de nuevo sintiendo la risa aflorar. Estaba de vacaciones. No estaba, aunque lo hubiera planeado durante dos meses, de luna de miel con Benjamin. En vez de eso, iba a navegar con un hombre que era prácticamente un desconocido, y se sentía más feliz que en mucho tiempo.
¿Por qué estaba tan contenta? ¿Por el hombre que la acompañaba?
Cielos, casi no lo conocía. Ayer, lo había utilizado porque estaba allí. Un baluarte para salvarla de lo ocurrido. Una forma de escapar a la curiosidad, las recriminaciones y la vergüenza. Apenas lo había mirado.
Simplemente lo había agarrado y no lo había vuelto a soltar. ¡Era una desvergonzada!
¿Qué pensaría de ella? Sintió como su cara se arrebolaba. Se obligó a mirarlo, posiblemente por primera vez. De ayer tenía un recuerdo borroso. Incluso esa mañana, había estado más interesada en el barco que en él.
Era bastante guapo. Su pelo fosco y revuelto, quemado por el sol, contrastaba con su piel bronceada. Obviamente, pasaba mucho tiempo al aire libre. Tenía facciones regulares, labios carnosos, nariz afilada y ligeramente desviada, lo que contribuía a crear esa expresión de… ¿arrogancia? No, decidió. Simplemente de distanciamiento, como si no le importara lo que nadie pensara de él. Igual que no le importaba llevar un jersey descolorido, ni que los vaqueros que cubrían sus largas piernas tuvieran manchas de gasolina. Los llevaba con la misma elegancia natural con que llevaba el esmoquin el día anterior. Estaba descalzo, sujetando el timón con dedos fuertes. Sus ojos eran tan límpidos y tan azules como el cielo, y escrutaban a su alrededor con atención. Estaba concentrado en dejar atrás los barcos que los rodeaban y sacar el Pájaro Azul a mar abierto.
A ella se le ocurrió que así era él. Siempre concentrando su atención en el momento presente.
Ayer le había dicho «Sácame de aquí» y él hizo justamente eso. Sin preguntas ni explicaciones, sin sonsacarla.
Esa mañana, había estado pendiente de sus necesidades básicas… ropa, comida. Le había proporcionado las dos. Y sin preguntas.
Incluso diversión, como si hubiera sido su invitada. «¿Te gustaría salir a navegar? Las cosas pueden esperar». Lo que venía a ser lo mismo que decir: «Olvídate del ayer y del mañana. Disfruta del hoy».
—Bueno, Paula Chaves, no podrías haber elegido mejor día —le dijo, dedicándole, por fin, toda su atención. Ella notó una sensación de calor que le recorría todo el cuerpo.
—¿Mejor día? —preguntó.
—Para tu primera travesía en barco.
Ella miró a su alrededor y vio ya estaban fuera del puerto y navegaban a bastante velocidad.
—El viento, el tiempo, el agua. Es un día perfecto —dijo él.
—Sí —corroboró ella, encantada con la calidez del sol sobre su espalda, con la forma en que el viento le revolvía el cabello y la sensación de atravesar el espacio a gran velocidad. Estuvo callada un rato, disfrutándolo.
—¿Te gusta?
—Me encanta —musitó. Le encantaba estar junto a él, descalza sobre la madera mientras el barco surcaba la superficie del agua. Tenía una sensación de libertad que no había sentido nunca antes. Veía vagamente a los escasos barcos que pasaban, la costa en la distancia, con edificios y casas donde la gente trabajaba, jugaba, amaba y se peleaba. Pero eso no tenía nada que ver con ella. Estaba aquí, apartada de todo. Lo único que tenía que hacer era quedarse en ese puente volante y ¡volar! Se sentía libre como un pájaro—. Ahora sé por qué lo llamas Pájaro Azul —comentó.
—Eso ya lo dijiste esta mañana.
—¡Es verdad! Lo dije. Pero era distinto. Pensaba en el diseño, en la decoración azul. Es curioso —replicó, arrugando la nariz—. El azul es uno de los colores que menos me gustan.
—¿Ah sí? ¿Debería cambiarlo?
—¡No! Es perfecto. Esta mañana se me ocurrió que trae hacia dentro el exterior… el cielo y el mar.
—Bueno, es un alivio —dijo él con voz seria, pero sus ojos chispeaban de risa. Ojos azules. A Paula empezaba a gustarle ese color.
—En cualquier caso, ahora sé por qué lo llamas Pájaro Azul.
—¿Sí?
—Uno se siente como si estuviera volando —explicó, haciendo un ademán con la mano.
—Esa es una sensación que siempre he asociado con los aviones.
—¡No! Estar en un avión es más como estar encerrado en un armario volador —al ver su mueca añadió—. Vale. Ríete. Pero no me digas que en un avión te has sentido como si tuvieras alas y pudieras volar a… a cualquier sitio.
—¿Te sientes así?
Ella asintió, y comenzó a reírse.
—Es una locura ¿verdad? Pero así me siento. Libre como un pájaro al que han abierto la jaula.
Él la miró desconcertado, como si intentara comprenderla. Ella sintió la necesidad de tranquilizarlo.
—Es una sensación maravillosa. De veras. Como si pudiera ir a cualquier sitio, hacer cualquier cosa que desee. Simplemente extender las alas y despegar. El cielo es el único límite.
—Bueno, ¡eso es fenomenal! —dijo él. «Eso supongo», pensó, mirándola fijamente. Parecía muy excitada y, sí, feliz. Se preguntó si sería un sentimiento auténtico.
Ayer había sido auténtico. Vio las pastillas y percibió su tristeza y confusión cuando se enganchó a él, un perfecto desconocido. Y allí estaba, ignorando el episodio por completo.
Borrándolo de su mente, igual que cuando tiró sus mejores galas a la papelera. Eso no podía ser sano. ¿Debería recordárselo? ¿O tal vez ayudarla a mantener las apariencias?
—Oye, ¿te apetece ir a nadar? —preguntó, mientras intentaba decidirse.
—¿Ahí? —exclamó mirando el agua. Hizo una mueca—. Muchas gracias, pero me siento como un pájaro, no como un pez.
—Bueno, no quiero que salgas volando. Sólo intentaba traerte de nuevo a la tierra —calló, sonriendo avergonzado, porque eso era exactamente lo que intentaba hacer. Si le hubiera dado una oportunidad, le habría dicho que Benjamin le había hecho un favor desapareciendo—. De todas formas, no me refería a nadar aquí —concluyó.
—¿No?
—No. Hay una playa unas millas más abajo. Es casi inaccesible desde la carretera, así que es muy tranquila.
—¡Ah!, sería divertido, pero… —Paula se miró la ropa.
—Seguro que hay bañadores de sobra. Ve a mirar —dijo él. Observó cómo bajaba la escalerilla. Desde luego, no parecía desolada. ¿Por qué recordarle lo de ayer?
Y menos aún él, un extraño. Era mejor dejar esas conversaciones para su madre, o para su amiga del alma. Hoy era un día para olvidarse de todo, él podía ayudarla a volar, era un experto. ¡Sin duda!
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