martes, 16 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 38




Al llegar, aparcó en el solar de la galería y tomados de la mano atravesaron las puertas del Estudio 10. El edificio albergaba otros nueve estudios, empezando con el número uno y terminando con la elegante galería que ocupaba toda la planta baja.


En el interior había una luz suave y unas cuantas personas se mezclaban en una atmósfera de fiesta de cóctel. Muchas tenían copas de champán y de vino en las manos mientras caminaban entre los cuadros, las esculturas y los objetos de arte allí expuestos en pedestales o en las paredes.


Paula recogió dos copas de champán de un camarero que pasó junto a ellos y le pasó una a él.


Terminaron por separarse y enfrascarse en diversas conversaciones sobre arte con otras personas. Al final, Pedro se dirigió hacia la colección de Sheila Bowden en la pared más alejada.


Mientras Paula mantenía una ávida conversación con una morena alta, se puso a buscarlo con la vista y al final sus miradas se encontraron.


Entusiasmada, ella le indicó que se acercara. 


Cuando llegó a su lado, se volvió hacia la mujer alta y lo presentó.


Pedro, te presento a Sheila Bowden. Pedro es un gran entusiasta de tu obra. Tiene uno de tus desnudos encima de su cama.


—¿Sí? Veo que eres un buen conocedor del arte, entonces —comentó con un leve acento inglés.


—Me gusta mucho tu trabajo.


Pedro, Sheila nos ha invitado a mirar su estudio. Tiene el número siete.


—¿No es un abuso?


—Claro que no. Vamos.


Fueron hacia una puerta lateral del amplio espacio de la galería, que Sheila abrió con una llave que sacó del bolsillo. Conducía a una escalera y a su estudio.


Abrió esa puerta y encendió una luz, apartándose para dejarlos pasar. Era una habitación grande con numerosos óleos apoyados contra una pared. El denso olor a pintura impregnaba el aire junto con la fragancia persistente de café.


Las paredes, las vigas vistas y el techo estaban pintados de un tono azul suave. Cerca de la pared del fondo había un sofá tapizado con una tela de color azul mediterráneo, un rincón acogedor para relajarse.


Sheila fue hasta una mesa larga para recoger un cuaderno y un carboncillo. Paula fue al sofá.


—Paula, ¿te importaría quitarte el vestido y posar para mí ahora?


Antes de que Pedro pudiera parpadear, se bajó las tiras del vestido negro por los hombros y sobre los generosos pechos hasta que el material suave quedó como un charco oscuro a sus pies. Se inclinó, lo recogió, lo alisó y lo depositó sobre el sofá. Se agachó para desprenderse de las sandalias, pero Sheila dijo:
—No, déjatelas puestas, y también las medias. Por ahora, en todo caso.


Pedro se movió, retrocediendo hasta topar con la pared. Miró a Sheila, quien estudiaba la forma de Paula con ojo de artista.


—Veo por qué te hiciste modelo, Paula. Tienes un cuerpo con una proporción perfecta —comentó, acercando el taburete al sofá.


Paula miró a Pedro.


—¿No te parece maravilloso? Dijo que quería dibujarme.




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