martes, 16 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 39
Era incómodo estar en esa sala, pero a medida que pasaba el tiempo y Sheila acomodaba a Paula en una posición de perfil, no pudo dejar de mirarla, el sonrojo reemplazado por un fuego lento en su interior.
Envidió su abandono natural y se dio un festín visual con esos pechos altos y firmes, de pezones de color frambuesa bajo la luz tenue.
La caja torácica esbelta fluía hasta las caderas estrechas y descendía por esas piernas largas y de dureza exquisita. Con los ojos le acarició el trasero hermoso.
Contuvo el aliento al comprender en ese momento súbito que la amaba, y con desesperación. Ella iba a regresar a Nueva York a reanudar su sueño… ¿y él cómo podía detenerla? No era más que un punto insignificante en el radar de Paula, un momento divertido en Cambridge mientras se recuperaba para otro asalto con la industria de la moda.
Cerró los ojos al experimentar un aguijonazo de dolor. Siempre había estado enamorado de ella y era lo bastante inteligente para no tratar de negarlo. Siendo adolescente la había amado desde lejos y una vez que había tenido el placer de amarla de cerca siendo un hombre, se sentía despojado al pensar que se iba a marchar.
No sabía cómo retenerla, encajarla en su vida o si alguna vez podría encajar en la de Paula.
Sabía que la iba a perder, que tenía que contener en su interior ese amor desesperado y mantenerlo oculto. Era el único modo en que sabía funcionar. Ella jamás debería saberlo, jamás debería sentir pena.
En ese instante Paula lo miró y sonrió. En el estado mental en el que se hallaba, no estaba preparado para el caudal de emociones que le disparó. Lo abrumó. Ella alargó la mano y dijo:
—Pedro, ven. Sheila quiere que posemos para ella. Juntos.
No. No estaba preparado para eso. Ni siquiera le había pedido su permiso. No iba a ponerse a posar por un capricho.
Tenía que pensarlo.
Necesitaba aire, sentía que se ahogaba en los sentimientos intensos que tenía por Paula.
Llevó la mano hacia atrás y tanteó en busca del pomo de la puerta. La abrió y salió al pasillo, donde respiró hondo.
Ella no entendía su necesidad de intimidad.
Debería haber comprendido que su deseo por Paula lo desorientaría y le haría perder el control.
Era la única mujer que podía lograr eso, conseguir que olvidara todo. Subió las escaleras y volvió a la galería y salió a la calle. El aire estival lo refrescó.
La esperaría ahí, con los pensamientos agitados.
No creía que su intelecto fuera a librarlo de ésa. Incluso en ese instante, quería estar inmerso en ella… y al siguiente huir como perseguido por mil demonios.
Pero no podía huir. Era demasiado tarde.
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