lunes, 15 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 37




Las palabras de su madre escocieron y se le humedecieron los ojos. No había imaginado que tenía esas palabras dentro. ¿Había tratado de vivir una vida que había querido su madre y no la suya propia? Se sentó, con el corazón martilleándole en el pecho, en parte por la adrenalina provocada por la idea de que tal vez ésa no habría sido la vida que ella hubiera escogido para sí misma. Quizá la habían empujado e instado y ordenado que se inscribiera en los concursos de belleza y ser modelo había parecido el siguiente paso lógico, pero ¿era lo que ella quería?


De pronto comprendió que en realidad no sabía lo que quería. En su interior se abrió un vacío oscuro que le aceleró el corazón. Asustaba demasiado mirar en ese vacío y tratar de crear algo que lo llenara. Por supuesto, se hallaba en el camino correcto. Llevaba haciendo eso desde los seis años. Debería ser la elección correcta. 


Si lo dejaba en ese momento, habría fracasado.


Se debía a sí misma una segunda oportunidad de éxito. Quizá entonces sería capaz de pensar qué otra cosa podría funcionar para ella.


Cerró los ojos para contener las lágrimas y sintió un nudo en la garganta.


Respiró hondo, calmándose. Giró la cabeza y supo que no podría acabar ese trabajo en un día, ni siquiera con la ayuda de Naomi. Salió al pasillo, recogió el bolso y sacó el número de Betty Sue, con quien había compartido espera y pasarela en muchos concursos de belleza.


Se había casado con un profesor de Harvard y había vuelto a instalarse en Cambridge. Y en más de una ocasión le había dicho que la llamara cuando quisiera y que podría contar con la presencia de todo el grupo de RBU, Reinas de Belleza Unidas.


Y eso pensaba hacer.


Tuvo el pensamiento fugaz de que en el pasado jamás habría solicitado ayuda, pero su amistad con Naomi le había enseñado que pedirla no era lo mismo que fracasar. Las amistades eran algo rico y fuerte, llenas de cariño y amabilidad. 


Decidió que era algo a lo que podría acostumbrarse con facilidad.


Sonrió mientras marcaba. Las RBU irían a su rescate.


Y se presentaron en masa, cinco mujeres y un hombre muy hermoso. La ayudaron con el trabajo mientras Naomi preparaba café y supervisaba.


El hombre, una drag queen llamada Dany, realizaba tres actuaciones los sábados en un club de Boston. Las entretuvo con imitaciones de Barbara Streisand y Liza Minnelli. Paula tuvo que llevarse las manos al estómago para tratar de respirar entre las carcajadas.


Después de aproximadamente una hora de trabajo, Dany dijo:
—Paula, cariño, ¿de dónde has sacado esa blusa? Sencillamente, es divina.


El resto del grupo de las RBU asintió. Todas exclamaron que quería saber dónde podía comprar una.


Aturdida, Paula respondió:


—No la podéis comprar en ninguna tienda. La hice yo misma con la tela que estamos grapando y enviando ahora mismo.


—Entonces, ¿qué patrón usaste? A mí se me da de miedo coser —indicó Dany.


—Ninguno. La diseñé yo misma.


—Bueno, cariño, te has equivocado de negocio —afirmó Dany—. No deberías lucir la ropa. Deberías estar diseñándola.


Paula movió la cabeza y sonrió.


—No, Yo no. Sólo es algo que he probado. No tiene tanta importancia.


—Oh, cariño. Te aseguro que no pararías de ganar dinero si hicieras más blusas como ésa. De hecho, ¿podrías hacerme una?


—Podría, si de verdad la quieres. Es lo mínimo que puedo hacer por la ayuda que me habéis prestado hoy. La tela es tan cómoda y agradable…


—Eso sería maravilloso, cariño.



*****


Pedro no podía quitar la vista de la mujer deslumbrante que bajaba por las escaleras.


Literalmente, le quitaba el aire.


Había esperado que estuviera bien. Paula siempre estaba bien, pero el vestido negro centelleante y ceñido que llevaba era despampanante, combinado con el maquillaje aplicado con arte que resaltaba sus ojos azules pero sin ocultar el resto de sus facciones. 


Llevaba recogidas las trenzas rubias de una moda sensual que exhibía su cuello y sus hombros hasta la base de la espalda. Luego estaban esos zapatos sexys con apenas unas tiras que lograban que sus piernas enfundadas en medias parecieran imposiblemente largas.


Y cuando sus miradas se encontraron en el recibidor tenuemente iluminado, Pedro sintió que su corazón descendía en caída libre.


Le tomó la mano y esas uñas impecablemente pintadas de rojo lo excitaron. 


—Estás arrebatadora.


La boca hermosa, pintada con una leve y brillante tonalidad de miel, se curvó en una sonrisa.


—Gracias… por el cumplido y la invitación. Había olvidado lo divertido que es arreglarse.


—De nada… por el cumplido y por la invitación.


Pedro le ofreció el brazo y, con una risita, lo aceptó.


—Eres todo un caballero.


Su tía asomó la cabeza desde la cocina.


—Que te diviertas, querida.


—Gracias —dijo en el momento en que Naomi se materializó al lado de ella con una manzana en la mano.


—Vaya, estás fabulosa. Esas sandalias son fantásticas con el vestido.


Su tía le guiñó un ojo y Pedro la condujo a través de la puerta.


Paula se detuvo en la puerta y sonrió.


—Has traído el cupé. En alguna parte ahí dentro, llevas un salvaje. Reconócelo.


—Reconozco que el coche se conduce de ensueño y que es adictivo. El dinero sirve para algo.


—Es agradable saber que las cosas materiales te afectan, Pedro. Te vuelve más…


—Humano.


—No, como los demás. Superficial.


—Tú no eres superficial, Paula.


Lo miró de reojo mientras le abría la puerta.


—Bromeaba.


—Oh.


Después de ayudarla a sentarse, se situó ante el volante. El entusiasmo que le provocaba el poderoso motor bajo su control jamás dejaba de estimularlo.


—¿Cómo ha ido el proyecto de las muestras?


—Lo conseguí con ayuda.





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