viernes, 12 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 24
Paula nunca había visto vestirse tan rápidamente a un ser humano. Él recogió las prendas sexys que acababa de quitarle y la arrastró hasta el cuarto de baño de abajo.
Muriéndose de curiosidad, se asomó por la puerta levemente abierta. Pedro y una mujer se hallaban cerca del sofá y había otra persona justo fuera de su campo de visión. Fue en ese momento cuando vio el albornoz. Y maldijo para sus adentros.
Con una expresión astuta en el rostro, la mujer lo recogió.
—Pedro, ¿tienes una novia nueva de la que no me has hablado?
Pedro carraspeó.
—Ah, no, es de la mujer de al lado.
Durante un segundo irracional, Paula se sintió aguijoneada por la evasiva y críptica respuesta de Pedro.
—De acuerdo —dijo la mujer astuta—. Tiene muy buen gusto.
De modo que Pedro conocía bien a esa mujer.
La recorrió una oleada de irritación que terminó por enrojecerle la cara. La furia irracional era extraña e inusual. Sabía que salir del cuarto de baño de Pedro vestida con ese atuendo provocativo sería una locura, por eso siguió mirando y controlando el deseo abrumador de hacerlo.
Se sentía resentida. No quería que conociera a sus amigos. Ni siquiera podía tomarse un momento para besarla. «Ahí tienes a tu hombre», se dijo.
En cuanto se marcharon, fue al sofá y recogió el albornoz. Se lo puso, fue a la ventana y se asomó, consiguiendo una imagen clara de la mujer. Pedro hablaba con ella en la entrada de vehículos mientras bajaban hasta un coche que los esperaba junto a la acera. Iba impecablemente vestida con un traje pantalón de color verde lima de Donna Karan. El cabello oscuro caía con un corte elegante que como mínimo tenía que haberle costado doscientos dólares. Llevaba unos zapatos negros de tacón de Kenneth Cole.
Mientras los miraba, la acompañante de Pedro enlazó el brazo por el de Pedro y Paula entrecerró los ojos. Aunque la mujer tenía un gusto magnífico con la ropa y los hombres, tuvo ganas de cortarla en pedacitos por tocar a Pedro. Él era suyo.
Vaya.
No era suyo. No podía serlo. No iba a quedarse en Cambridge el tiempo suficiente para desarrollar una relación duradera. Sólo era cuestión de tiempo que regresara a su vida en Nueva York. Les dio la espalda, incapaz de seguir mirándolos. Sospechó que debía de ser una compañera de trabajo.
Estaba segura de que tendrían mucho de qué hablar. La complejidad de la química o lo que hacía falta para fabricar una tela eran temas mucho más interesantes que el atuendo sexy de Paula. Estaba segura de que la señorita Donna Karan era intelectualmente mucho más estimulante que lo que alguna vez podía esperar ser ella.
Fue a la puerta de entrada con la intención de escabullirse y cerrar a su espalda, pero se dio cuenta tarde de que Pedro y sus amigos seguían en la acera. La mujer giró la cabeza justo cuando Paula salía. Ésta se quedó paralizada. La mujer pudo estudiarla bien antes de que recobrara el movimiento y volviera a entrar.
Con suerte, Pedro se equivocaba y su amiga no la reconocería del artículo en el periódico o de la revista On. Se preguntó si las intelectuales leían esas revistas.
Pero algo hizo que lo dudara. La mujer era elegante y sabía bien lo que se ponía y cómo lo combinaba. Quizá lo tuviera todo… cerebro, belleza y buen gusto.
Se asomó por la ventana, lo bastante alejada del cristal como para cerciorarse de que el coche había arrancado. Sintiéndose como una idiota, regresó a la puerta y abandonó la casa de Pedro.
Era hora de dejar de tontear. Tenía que levantar un negocio. Esperaba que cuando él terminara de comer, ella aún tuviera un trabajo.
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