jueves, 25 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 10




Informe de estado: hasta el momento, más que bien


Más comentarios:

11. Calidude dice: los hombres están recibiendo demasiada caña en este blog. Me voy a jugar un poco con mi pito hasta que estéis más tranquilas, chicas.


12. Asiana dice: perdona, Calidude. Tienes razón. Hay hombres que no se merecen este trato. Unos pocos al menos… Tiene que haber alguno por alguna parte, ¿no?


13. Calidude dice: a esto precisamente me refería. Yo me voy.


14. Mr. Crispy dice: si no fuéramos todos como somos, las mujeres no nos tratarían así.


15. Carissa Ann dice. Amén, Mr. Crispy.


16. Tanenbaum dice: dado que Eurogirl no está aquí para defender el espíritu de este blog (intento no pensar en lo que debe de estar haciendo en este momento, cuando yo estoy aquí sentada a punto de castigarme con una sesión porno), sólo quiero recordaros que nuestra anfitriona escribe sobre maneras de amar a los hombres, no de insultarlos.


17. Calidude dice: Tanenbaum, tú lo único que quieres es hacer cibersexo con Eurogirl.


Paula se sentó en una roca y aspiró el fragante aire del crepúsculo. Besar a 
Pedro la estaba mareando, o quizá simplemente estuviera algo deshidratada. La habían divertido sus esfuerzos por reprimirse en su apartamento, pero no se había dejado engañar.


Pedro era uno de aquellos tipos que creían tener un comportamiento más refinado a la hora de salir con una chica, eso era todo. Creía que ella se sentiría más intrigada y fascinada por él si seguían los pasos preliminares de rigor, y se comportaban como si cada uno estuviera interesado en el otro y toda aquella cháchara.


Por lo demás, a ella le daba igual. Le gustaba escuchar las historias de la gente, aunque sabía que las conversaciones para «llegar a conocerse mejor» no solían ser más que escenificaciones bien ensayadas con el objetivo de impresionar al otro. El verdadero proceso de conocimiento mutuo era tan sutil y tan lento que a la mayor parte de la gente se le agotaba la paciencia y se lo perdía, como le pasaba a la propia Paula.


Pedro se sentó a su lado, y cuando ella se puso a contemplar a los peatones que transitaban por el paseo más próximo, por un instante creyó distinguir a Kostas. Se le encogió el estómago y se incorporó un tanto para mirar mejor. Sin embargo, lo único que pudo ver fue a un grupo de japoneses saliendo de un autocar. No había señal alguna del atractivo griego…


Qué extraño. La culpa la debía de tener aquel quinto comentario de su blog, que la estaba volviendo paranoica…


Oyeron un leve maullido. Un gatito de pelaje plateado surgió de entre unas piedras y se los quedó mirando.


—Roma es famosa por sus gatos callejeros —comentó él.


Paula asintió, esperando que pensara que si se había sobresaltado hacía unos segundos había sido por el gato, y no por otra cosa…


—Sí. Las ruinas están llenas de ellos.


—Una vez intenté adoptar uno, pero se me escapó a la primera ocasión que tuvo.


—Yo jamás tuve una mascota —le confesó Paula.


Era alérgica a los afectos, como le gustaba decir. Pero la verdad era que había volcado todo su instinto maternal en su hermano pequeño… y ya no le quedaba nada que ofrecer.


—¿Ni siquiera un pez? ¿De niña tampoco?


—Mis padres no eran muy buenos cuidando animales. Para no hablar de los niños.


—Vaya, lo siento.


El gatito se había acercado para rodear el pie de Paula y en aquel momento estaba restregando su cabecita contra su tobillo. Tenía una carita encantadora. Estiró una mano para acariciarlo emocionada.


—Creo que le gustas —observó Pedro.


Dejó que el animalillo le lamiera la palma de la mano con su áspera y diminuta lengua. Rió ante aquella sensación tan curiosa.


—Creo que nunca antes había estado tan cerca de un gato. No tenía ni idea de que tuvieran la lengua como de lija…


Alzó la mirada hacia él y lo sorprendió mirándola con una misteriosa sonrisa.


—¿Qué pasa?


—Que eres muy guapa. Me resulta difícil no mirarte.


—Yo podría decir lo mismo de ti…


Así era. Era un hombre impresionante, de una belleza nada típica, muy masculina.


—Gracias.


—Háblame de tu crisis de los cuarenta.


El gatito estaba intentando subir por la pierna de Paula. No cesó de maullar hasta que consiguió que lo levantara. Estaba claro que no era una apasionada de los animales, pero al menos podía demostrarle un poco de afecto…


—No es nada del otro mundo. No siento la urgencia de comprarme un Ferrari o dejarme coleta…


—Llevas el pelo lo suficiente largo como para hacértela —sonrió Paula—. Te queda muy sexy, por cierto.


—Oh, bueno…


—Y tampoco has sentado la cabeza, con lo cual tampoco necesitas comprarte un Ferrari para recuperar tu gusto por la aventura.


—Tienes razón. Es todo más sencillo: la extraña sensación que te da haber llegado a la mitad de tu vida. No dejo de preguntarme cómo habrían sido las cosas si hubiera elegido otro camino, o si hubiera hecho más de lo que he hecho hasta ahora.


—Creo que te entiendo —repuso Paula, pensando en el extraño malestar que la había acometido justo antes de cumplir los treinta años el pasado enero. Un malestar que todavía no había desaparecido—. Supongo que esos cumpleaños de números redondos son las ocasiones más adecuadas para reflexionar sobre tu vida y todas esas cosas…


—¿Qué tipo de crisis tienes tú? —le preguntó él viendo cómo el gatito se instalaba cómodamente en su regazo.


Parecía todo huesos y pelo. Paula experimentó una punzada de instinto maternal: un sentimiento que normalmente reservaba en exclusiva a su hermano.


—No dejo de preguntarme si he desperdiciado mi vida.


—A mí me sucede lo mismo.


—Y como más o menos por las fechas en que empezó la crisis, mi hermano pequeño me anunció que se casaba… no sé, tuve una sensación extraña. Como si él estuviera entrando en una nueva fase de mi vida, mientras que la mía se mantenía estancada, sin cambios.


—Excepto los cambios de lugar, claro.


—Sí, he viajado mucho, pero incluso viajar acaba cansando al cabo de un tiempo, ya sabes.


Pedro asintió.


—Siempre otro nuevo lugar, otra cultura extraña, otros desafíos. ¿Has pensado alguna vez en sentar la cabeza, en establecerte?


—¿Establecerme y luego qué? ¿Morir? —Paula intentó mantener un tono ligero para disimular su irritación ante la pregunta que había escuchado un millón de veces.


—En realidad yo soy el menos indicado para hacer esa pregunta —admitió Pedro—. Yo mismo la he escuchado demasiadas veces.


—¿Y qué sueles contestar?


—Que no saber lo que me deparará el futuro me gusta demasiado como para establecerme.


—Buena respuesta. ¿Y es sincera?


Pedro se encogió de hombros, contemplando el gatito que se había hecho una bola en el regazo de Paula.


—A veces sí. Otras no.


—Y últimamente no lo es, ¿verdad?


—Quizá porque cada vez me queda menos futuro. O porque a esta edad estoy empezando a darme cuenta de que hacerme esa pregunta no tiene por qué ser el fin de nada. Vaya, parece que acabas de hacer un amigo —señaló al gatito.


—Justo lo que necesito.


—Podrías llevártelo a casa. A lo mejor tienes más suerte que yo con los gatos.


—Ni siquiera sé si permiten tener animales en el edificio.


—¿Estás de broma? Esto es Italia. Hay mascotas por todas partes.


—Se escaparía si intentase llevármelo a casa.


—Creo que es lo suficientemente joven como para quedarse.


El gatito era aproximadamente de las dimensiones de su mano. No podía hacerse cargo de algo tan pequeño y vulnerable. Era alérgica a las responsabilidades: su hermano era la excepción.


—¿Qué haría yo con un gato? Salgo mucho y no estaría mucho tiempo en casa para hacerle compañía.


—No es tan exigente. Dale de comer por las mañanas, déjale la ventana abierta para que haga lo que quiera y acarícialo de cuando en cuando. No es tan difícil.


Paula le lanzó una mirada dubitativa.


—¿Por qué estás intentando convencerme de que me quede con el gato, hombre de la crisis de los cuarenta?


—¿Insinúas que quiero vivir esa experiencia a través de ti?


—Más o menos. ¿Se trata de tu crisis? ¿Quieres tener una mascota pero al mismo tiempo te da miedo?


—No exactamente.


—¿Qué es, entonces?


Pedro se encogió de hombros y se sentó a su lado, en la roca.


—No lo sé. Digamos que estoy algo desorientado, buscando, como todo el mundo, el verdadero sentido de la vida.


—El verdadero sentido de la vida es cuidar a la gente que te rodea. O al menos eso dicen.


—¿Y a los gatos que te rodean?


—Probablemente —repuso, resignada.


Paula maldijo para sus adentros. No quería más responsabilidades. Ni más compromisos.


Y sin embargo… quería quedarse con aquel gato.




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