lunes, 17 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 23




Después de pasar un tiempo demasiado delicioso en la ducha, Pedro tuvo que salir corriendo hacia el trabajo. Le había dicho a Paula que se quedara allí todo el tiempo que necesitara, y que después cerrara la puerta. 


Después de encontrar su albornoz colgado en el baño, ella dio unas vueltas por el apartamento para que se le secara el pelo. Ya que Pedro no tenía nada que se pareciera remotamente a un suavizante de pelo, quería evitar el secador para que no se le estropeara más.


No tuvo ningún reparo en mirar sus cosas personales. Pedro la había invitado a entrar. Además, era investigadora privada, él ya se imaginaría que iba a curiosear.


Claro, por eso probablemente le había dicho que se quedara. En cierto modo, quería que curioseara sus cosas. Al menos, eso fue lo que Paula se dijo.


Deslizó los dedos sobre la encimera de la cocina mientras debatía sobre qué cajón abrir y en qué armario echar un vistazo. Pero luego lo pensó mejor… ¿quién guardaba cosas interesantes en la cocina? Mejor ir al dormitorio. En los dormitorios se escondía todo lo mejor. Dio la vuelta y avanzó en la misma dirección en que Pedro la había llevado en brazos la noche anterior.


No tenía muchas opciones: una mesilla de noche destartalada y una cómoda vieja. Nada le llamaba la atención, nada le decía nada. No tenía ánimos.


Después de desabrocharse el cinturón, se quitó el albornoz tan rápidamente como pudo. Tenía que salir de allí. ¿No tenía ánimos para curiosear? ¿Pero qué le estaba pasando?


Encontró el tanga rojo tirado por la cama, cerca del sujetador. Se los puso en cuestión de segundos, y enfundarse en la gabardina no le llevó más que un momento. Enseguida se puso los zapatos y salió por la puerta.


Hasta que no estuvo a medio camino de su casa, no recordó que se había dejado olvidado el sombrero. Genial.


Ya en casa, se puso su ropa habitual y al instante volvió a sentirse ella misma.


Los lunes los dedicaba a poner en orden sus libros de contabilidad, para asegurarse de que le había hecho la factura a todos sus clientes y que no faltaba ningún pago.


Se detuvo al llegar al hombre de Brock.


Algo le preocupaba; había recibido el cheque, todo parecía estar en orden, pero aún seguía pensando en el incidente del parque, en el otro fotógrafo.


Aunque tal vez estaba siendo demasiado paranoica. El señor Brock la había contratado bajo el pretexto de un caso de infidelidad. A algunas personas les gustaba ponerle un poco de salsa a su vida sexual teniendo relaciones en sitios públicos. A otros les gustaba sacarse fotografías o grabarse en vídeo. Y a los Brock, al parecer, les gustaba combinar las dos cosas. Igual que a los Talbart.


Le habían pagado para sacarles fotos en el parque, no para investigar sus vidas.


Pero aun así, sentía que algo fallaba. Buscó su número de teléfono en el archivo, pero cuando saltó el buzón de voz, colgó sin dejar mensaje. ¿Qué iba a decirles? «¿Sucede algo extraño en sus vidas además del hecho de querer hacer el amor en sitios públicos?». De ninguna manera. Pero al ser investigadora privada, ¿debería seguir otra ruta para encontrar las respuestas que buscaba? No. Le habían pagado por los servicios que les había prestado. Caso cerrado.


Cerró el archivo y volvió a colocarlo en el armario.


Al llegar la tarde, ya había terminado todas las cuentas y había confirmado lo que imaginaba: si el negocio seguía a ese ritmo, podría contratar a un administrativo que le sería de gran ayuda.


El teléfono sonó y respondió mientras cerraba el ordenador.


—Chaves Investigaciones.


—Hola.


Pedro. A pesar de advertirle a su cuerpo que no lo hiciera, éste reaccionó ante esa voz. El pulso se le aceleró y se sonrojó.


—Hola —dijo y empezó a juguetear con el mismo mechón de pelo que antes había tenido entre sus dedos Pedro.


—¿Qué haces?


—Algo de papeleo.


—¿Esta noche tienes que hacer algún seguimiento?


Ella miró su agenda.


—No, pero sí que tengo que salir el resto de la semana.


—Ya hemos terminado con el programa por hoy. Ha ido muy bien.


Paula sacudió la cabeza. ¿Qué estaba pasando? Parecía que estaban teniendo una conversación.


—¿Por qué me llamas?


Él se tomó un instante antes de responder.


—¿Qué quieres decir? Quería hablar contigo. Llevo pensando en ti todo el día.


A pesar de la emoción que le provocaron esas palabras, también la pusieron en alerta.


—No puedes —exclamó, sonando más desesperada de lo que debería—. Quiero decir, esto no es más que una aventura. Creí que lo entenderías. No tenemos que llamarnos para charlar. No tenemos que relacionarnos de este modo.


—Una aventura, sí. Sólo sexo, no —suspiró profundamente, dando muestras de frustración—. Mira, Paula, ¿por qué no cenas conmigo? Tengo que comer. Tú tienes que comer. Vamos a comer juntos.


No lo pudo evitar. Sonrió. Dicho así, le parecía bastante razonable y esa sensación de desesperación se desvaneció. Pedro no estaba rechazando una aventura, no estaba presionando para que tuvieran algo más serio.


—Claro.


—Iré a recogerte.


Aunque no podía verla, Paula sacudía la cabeza. Había que respetar las reglas.


—Yo iré a tu casa.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario