lunes, 17 de septiembre de 2018
AÑOS ROBADOS: CAPITULO 22
Paula se arrimó a Pedro y se acurrucó contra él, inhalando su aroma a cítricos y menta, pero además, pudo captar que también olía mucho a ella y eso la hizo sonreír.
Ya que estaba dispuesta a hacer que esa relación se limitara a algo puramente físico, pensó que lo mejor sería irse enseguida.
—¿Vas a dejarme aquí atado? —le preguntó él.
Ella se rió y le quitó el cinturón de las muñecas.
Al darse cuenta de que los nudos estaban muy flojos, lo miró diciendo:
—Creo que tú mismo te podrías haber desatado sólito.
Él le guiñó un ojo de un color completamente avellana.
—Pensaba que para ti era importante tenerme bajo tu poder.
Paula apartó la vista, no podía mirarlo a los ojos. Pedro tenía razón, quería tener el control. Necesitaba tener el poder. Estaba claro que en la cama no se encontraban al mismo nivel; al menos unos momentos antes no lo habían estado.
Los dedos de Pedro se hundieron en su cabello y él le giró la cabeza para apoyarla sobre su hombro. Paula se relajó, aún perdida en sus pensamientos. A Pedro ni siquiera le había importado que ella quisiera ser la parte dominante en la cama porque, a juzgar por su mirada de satisfacción, se había deleitado con su femenino poder.
Pedro se estiró y apagó la lámpara de noche, dejando la habitación en una absoluta oscuridad.
Bien, al parecer iba a quedarse a dormir con él, y eso infringía la primera de sus reglas. Nada de dormir en casa del otro. Pero sus músculos se encontraban en estado de letargo y la profunda respiración de Pedro fue como una nana que la adormeció.
Ella era una persona de la noche, rendía mejor en su trabajo a partir de las once y no podía ser mucho más tarde de esa hora. No debería estar deseando dormir.
Por supuesto, había gastado mucha energía, y además, la calidez de Pedro en ese momento resultaba tan tentadora que se permitiría una pequeña siesta. Una siesta reparadora para recobrar su poder. De hecho, después se despertaría y despertaría también a Pedro. Eso de cerrar los ojos durante un instante parecía tener mucho sentido.
Pero finalmente fue el sol lo que la despertó.
Bruscamente, se dio la vuelta. Pedro estaba a su lado, de cara a ella y jugueteando con un mechón de su pelo con gesto pensativo. Tenía un aspecto brillante, resultaba muy, muy agradable ver algo así por la mañana.
Ella se puso bizca y soltó una carcajada.
—¿Te has vestido así especialmente para mí?
Él la miró, algo confuso.
—¿Qué?
—¿Te has dado cuenta de que estás cubierto de purpurina?
Pedro se sentó e inmediatamente llevó sus dedos hasta los cortos y oscuros mechones de su pelo. Se levantó y fue hasta el baño, sin importarle en absoluto su desnudez, aunque eso no era de extrañar, porque tenía un cuerpo increíble. La luz del sol jugaba sobre los fuertes músculos de su espalda y de su trasero, tan firme y redondo, mientras caminaba.
Paula levantó la camiseta de Pedro del suelo y la puso del derecho. Se tomó un momento para oler su aroma y después se la puso. Ese gesto tan íntimo no estaba prohibido por las reglas de una aventura, aunque probablemente debería estarlo. El pulso se le aceleró. Lo siguió hasta el baño y se apoyó contra la pared. Una sonrisa se
marcó en sus labios mientras lo miraba examinándose el pelo frente al espejo.
—Es de las niñas. Mi hermana les compró crema con purpurina y como saltaron encima de mi chaqueta, debe de habérseme pegado algo en el pelo.
—Te sienta de maravilla.
Él se volvió y la miró.
—No te rías porque tú también la tienes por todas partes.
—¡Ja! Pero yo soy una chica.
Él la recorrió de arriba abajo con la mirada y los pezones de Paula se endurecieron marcándose contra la fina tela de la camiseta. Pedro se quedó mirando hacia la zona donde terminaba la prenda y comenzaban sus muslos haciendo que la piel de Paula ardiera bajo esa mirada.
Entonces la miró a los ojos.
—Y menuda chica eres.
Ese modo en que lo dijo fue como si le estuviera diciendo lo mucho que valía como chica. Kevin siempre la había hecho sentirse estúpida.
«Corres como una chica. ¿Ahora vas a ponerte a llorar? Deja de comportarte como una chica». Qué tonta había sido por aguantar tanto tiempo al lado de semejante cretino.
Pero esa noche, no le importaría correr como una chica, comportarse como una chica, hasta podría ponerse más purpurina todavía por encima.
Quería reírse por lo bien que se sentía.
«Tienes que estar con alguien que te haga sentir bien, no mal».
Eso era lo que le había dicho su padre, aunque en algún momento de su vida lo había olvidado. Ahora lo veía como uno de los mejores consejos que le había dado y ya no volvería a olvidarlo.
Había querido tener un matrimonio como el de sus padres que, después de treinta y cinco años, seguían enamorados. Paula pensó que con Kevin había elegido a un hombre como su padre, también policía, pero se había equivocado. Era curioso que el señor Aparentemente Honesto resultara ser un cretino mientras que el chico malo había terminado convirtiéndose en un hombre en el que una mujer podía confiar.
Pedro la hacía sentirse mejor consigo misma.
Por fin se sentía curada del daño que Kevin le había causado, pero el problema era que debería haber llegado hasta ese punto ella sola, sin la ayuda de Pedro.
Él no siempre tenía que ser el que estuviera al mando. Ver sus ojos oscurecerse y oír los sexys sonidos que emitía cuando ella se mostraba autoritaria en la cama… era todo el ánimo que necesitaba.
Pedro era un hombre que la valoraba y eso lo convertía en alguien muy, muy sexy.
Sintió un nudo en la garganta y unas lágrimas tomaron forma en sus ojos. Unas lágrimas de chica.
¿Y a quién le importaba?
No sería ningún problema si no fuera porque en esa clase de aventuras las emociones no tenían cabida. Ya lloraría para celebrarlo en privado. Miró a su alrededor en busca de algo que la distrajera para no llorar.
Sobre la encimera vio su frasco de colonia.
—Así que eso es lo que llevas. Valorous —levantó la tapa y la olió. El aroma a naranja hizo que los dedos de los pies se le encogieran contra el suelo—. Qué aroma tan dulce.
—Genial. Eso era exactamente lo que estaba buscando —algo contrariado, Pedro le quitó el frasco y la tapa de las manos y los puso sobre la encimera.
Abrió el grifo de la ducha y se giró hacia ella.
—¿Te ha dicho alguien alguna vez que el ego masculino es una cosa muy frágil? Creo que sólo puedo soportar un golpe a mi imagen de macho. Hoy ya llevo dos y aún ni siquiera he tomado café.
Paula lo miró a la cara; no parecía ni enfadado ni avergonzado, sólo un poco… decepcionado.
Alargó la mano y cerró la puerta, haciendo que el baño se calentara con el calor del agua. Pronto el vapor comenzó a alzarse sobre la ducha.
Le había hecho sentirse mal.
Él le había dado mucho la noche anterior, pero ella no le había devuelto el favor esa mañana y por eso quería hacerle sentir muy, muy bien.
Él abrió la puerta de la ducha y entró.
—Pedro.
Al oír su nombre, no cerró la puerta, sino que se la quedó mirando con esos ojos avellana. A la espera. Quería algo de ella.
—Creo… creo que eres el hombre más sensacional que he visto en mi vida —su voz sonó temblorosa, pero cargada de verdad.
Algo brilló en la mirada de Pedro. Algo que ella no quería ver, que no quería reconocer. Los dos compartían una historia que habían estado evitando. Ocultarse tras una aventura enmascararía el grado de intimidad que habían construido entre los dos por poco tiempo más.
Estar desnuda ante él a la luz del día, cuando la razón y las ideas claras imperaban, sería un error.
Entonces él extendió la mano hacia ella.
—Demuéstramelo.
Paula tragó saliva y miró los fuertes dedos que la esperaban.
¿Estaba loca? Cruzó los brazos y se quitó la camiseta. Le tomó la mano y dejó que la llevara bajo el agua, junto a él, que cerró la puerta de cristal.
El agua le caía sobre la cabeza mientras Pedro la besaba. Estaría encantada de demostrarle lo bello que le parecía su cuerpo.
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