lunes, 17 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 21




Paula dejó las bolsas en el suelo y cerró con llave la pesada puerta de madera de su casa. Fue hacia el sofá y prácticamente se dejó caer encima. Era genial estar en casa. Su viaje había ido bien. Una empresa de Memphis la había contratado para hacer trabajos de investigación sobre sus empleados y llevar a cabo labores de vigilancia. Se estaban produciendo algunos robos en la compañía y su clienta quería identificar al culpable y detenerlo antes de tener que comunicárselo a su supervisor.


Paula no había tardado mucho en encontrar al culpable y ahora Sara, una antigua cliente suya, tendría un nombre que darle a su supervisor en lugar de tener que acudir a él y pedirle ayuda porque ella sola no podía encontrar al autor de los robos.


Paula sonrió mientras pensaba en los cambios que se habían producido en la vida de Sara Fulton. Tan sólo seis meses antes, la había visto sentada en su despacho. Paula había grabado al novio de Sara, un tipo al que no le había parecido nada mal acostarse con otra mujer.


El flequillo se le alborotó cuando resopló profundamente. Sí. El amor era un asco, pero no volvería a hacerle daño. Y tampoco a Sara.


Subió las escaleras hasta su habitación de dos en dos, dispuesta a colarse entre las sábanas y dormir. Ese último trabajo le había dado una nueva clase de satisfacción, mucho mejor que un caso de infidelidad o una pareja de Talbart y por eso le resultó además un desafío tan agradable. Al darse cuenta del camino que estaban siguiendo sus pensamientos y lo que eso significaba, se detuvo en lo alto de la escalera. ¿Cuándo había dejado de querer investigar posibles infidelidades? En eso se basaba su trabajo.


Por otro lado, le gustó volver a ver a una antigua cliente. Sí, claro, ésa sería la única razón por la que ese último caso la había llenado tanto. 


Aliviada, entró en la habitación, se quitó las botas, las tiró al fondo del armario y fue al baño. 


Había evitado pensar en Pedro mientras estuvo de viaje. Después de todo, era sólo una aventura y hacía mucho tiempo que ella había dejado de pensar demasiado en los hombres. Sin embargo, al ver su cama se dio cuenta de que el recuerdo de estar entre las sábanas con Pedro tendido sobre ella ocupó toda su mente.


Bien, ya tenía una nueva regla. Esos encuentros deberían tener lugar fuera del dormitorio, de cualquier lugar que le resultara familiar. Hoteles. La casa de él. Donde fuera, menos en su casa.


Intentó ignorar el brillo de sus ojos cuando se vio reflejada en el espejo del baño. Rápidamente se echó crema en las mejillas. No, no podía ignorar ese brillo. Las cosas le estaban yendo bien. No le habían ido mejor desde que había sacado de su vida a ese bastardo de Kevin. Desde antes, incluso. Nunca se había sentido tan realizada, ni siquiera cuando era policía. Su aparición en Entre nosotras le había aportado algunas cosas a su vida: profesionalmente, antes le estaba yendo bien, pero desde ese día, con todo el trabajo añadido, ya tenía una verdadera seguridad económica… Además de unas relaciones sexuales fantásticas.


Terminó de limpiarse la cara y estaba a punto de lavarse los dientes cuando el teléfono sonó.


—Hola —dijo ella, olvidando mirar la pantalla.


—¿Qué tal el viaje de vuelta?


Se le cortó la respiración. Era Pedro. La recorrió una cálida sensación a pesar de saber que esa llamada iba contra las reglas de una aventura como ésa.


—Bien.


—Esta noche no tienes que trabajar, ¿verdad? —le preguntó él con una voz sensual que le provocó un cosquilleo por la espalda. ¿Era posible que Pedro Alfonso la estuviera llamando para proponerle un poco de sexo nocturno?


—No, supuse que estaría muy cansada después de este fin de semana.


—Pues es una pena, porque tenía un caso para ti.


Ella se enroscó el cordón del teléfono en el dedo.


—¿Y yo soy la única que puede resolverlo?


Él se rió suavemente.


—Correcto.


—Qué frase tan típica me has dicho —dijo ella sonriendo.


—Es que tengo el vocabulario un poco oxidado y no se me ocurría otra cosa — aunque se le oía muy seguro de sí mismo y en absoluto avergonzado.


Ella se rió, el comentario de Pedro había sido muy divertido.


—Puede que me apetezca hurgar en… algo corrupto.


—Ahora mismo estoy allí.


Entonces Paula recordó su nueva regla.


—No, trabajo mejor si estoy en la escena del crimen. En tu casa.


Tras una larga pausa, Pedro respondió lentamente:
—De acuerdo —sin duda, su voz ya no tenía ese tono juguetón de antes.


Pero ella tenía que mantenerse firme. Las reglas eran las reglas.


—¿Nos vemos en una hora? ¿Tienes mi dirección?


Sintió alivio. Pedro no se había molestado.


—Sí a todo. He buscado tu dirección en Internet.


Lo oyó reír mientras colgaba. Volvió al cuarto de baño corriendo. No iba a preocuparse por el maquillaje, pero sí que tenía que recogerse el pelo en una cola de caballo. Sonrió. Pedro quería una investigación. Eso era exactamente lo que buscaba.


Se quitó la ropa y, desnuda, se puso frente a la cómoda. En el fondo de uno de los cajones había un impresionante y finísimo tanga rojo con un sujetador transparente a juego que la que iba a haber sido su dama de honor le dio poco después de que Paula cancelara la boda. 


Había estado a punto de tirar el conjunto a la basura, y aunque no necesitaba pruebas de ello, el hecho de ponérselo esa noche le demostraría que por fin había dejado atrás a Kevin, tanto física como emocionalmente.


Se puso el tanga y mientras lo deslizaba sobre sus muslos la piel se le erizó al imaginarse a Pedro bajándoselo de nuevo. Tras ponerse el sujetador, se subió a unos zapatos rojos de tacón de aguja. Todo detective privado que se preciara tenía que tener al menos una gabardina en su posesión.


Cuando comenzó con en el negocio, se la había comprado junto a un sombrero tipo fedora a modo de broma. Ese sombrero completaría su atuendo esa noche.


Debería haberse sentido como una estúpida vestida así, pero por el contrario se sintió maravillosamente sexy por no llevar prácticamente nada bajo el abrigo. Corrió al coche. Se arriesgaría a llegar un poco antes. El suave tejido de la gabardina le acarició sensualmente la piel. Pisó el acelerador y su coche atravesó Atlanta en la noche.


Aparcó delante del apartamento de Pedro y respiró hondo. La zona de la ciudad en la que Pedro vivía no era demasiado buena y Paula no se había fijado en ese detalle al anotar la dirección. Era un lugar en el que le daría miedo estar sola de noche, y eso que sabía defensa personal. ¿Habría anotado mal la dirección?


El corazón le dio un vuelco cuando vio a Pedro esperándola en las escaleras de hierro. Estaba de pie bajo una luz, y unas polillas revoloteaban sobre su cabeza. Con gesto preocupado, y algo avergonzado, fue hacia la puerta de su coche antes de que si quiera tuviera tiempo para bajar.


—Te he llamado para decirte que nos viéramos en otra parte, pero ya te habías ido. Nunca había traído a nadie aquí. El alquiler es barato y así puedo ahorrar dinero… para las niñas.


A ella se le encogió el estómago. Odió el hecho de que ese hombre tan orgulloso sintiera que tenía que darle explicaciones y disculparse. Hubo una época en la que lo único que Pedro había tenido había sido su orgullo… hasta que su padre se lo arrebató.


Le sonrió.


—No me distraigas. Estoy en medio de una investigación muy importante.


—Bueno, yo…


La gabardina se abrió cuando ella se movió, revelando una larga pierna desnuda.


La expresión de Pedro se relajó mientras la ayudaba a bajar del coche y sus ojos se estrecharon al recorrer su piel desnuda.


—Necesito inspeccionar la escena inmediatamente.


—Es un lugar peligroso.


Paula deslizó un dedo sobre la mandíbula de Pedro.


—Cuento con ello.


Él la llevó hasta las escaleras y juntos subieron al apartamento. No tenía muchos muebles; había un sillón reclinable, una televisión sobre una caja de leche y una mesa de cocina de cromo con dos sillas desparejadas. Estaba claro que no llevaba a sus hijas allí. Había mencionado que nunca llevaba a nadie.


El aire contenía una pizca de limpiador de pino, de la colonia cítrica de Pedro y de su olor. Respiró hondo y observó el lugar; le resultaba imposible no fijarse en todos los detalles.


La única cosa que le daba algo de personalidad al lugar era la pared llena de fotografías, que mostraban a dos niñas pequeñas de varias edades, pasando de bebés a niñas que iban al colegio. Las fotos le recordaron a Paula que Pedro tenía una vida completamente diferente de la que ella conocía.


Y así seguiría siendo, aunque para ello tuviera que ignorar la extraña punzada que sintió en el corazón.


A excepción de por el pelo rubio, se parecían a Pedro. Eran unas niñas con suerte, las dos tenían una sonrisa contagiosa. Si Pedro hubiera nacido en otra vida, si hubiera tenido otro padre, ¿habría tenido la misma chispa que esas dos niñas?


Esperaba que sí.


Más fotografías cubrían el pasillo que, supuso, conducía hasta el dormitorio.


—¿Te apetece beber algo?


Ni copas, ni conversación. Se trataba de una aventura sexual y por lo tanto tenía que dejar de especular sobre las fotografías. Sin embargo, sí que podía jugar a desempeñar un papel.


Sacudió la cabeza y fue hacia él.


—No me distraigas mientras trabajo. Algo muy indecoroso está a punto de suceder en este apartamento.


Él enarcó una ceja con gesto de sorpresa fingida.


Paula dio una vuelta a su alrededor mientras se quitaba el cinturón de la gabardina. Cuando volvió a estar frente a él, se puso las manos en las caderas ofreciéndole una visión completa de lo que llevaba debajo. Lo cual no era mucho.


Pedro contuvo el aliento y su mirada salvaje recorrió su cuerpo.


—Lo confieso. Hazme pagar por mi crimen.


Ella se rió y dio un grito ahogado cuando él la alzó y la llevó en brazos por ese misterioso pasillo. La bajó delante de la cama. Esas tácticas de macho eran verdaderamente excitantes. Su piel se encendió. Tal vez más tarde le dejaría que siguiera actuando como todo un superhombre.


—¿Estás intentando hacerte con mi investigación? —le preguntó mientras se deslizaba contra el cuerpo de Pedro.


Los ojos de él se oscurecieron bajo la luz de la lámpara del dormitorio. Ese lugar estaba tan escasamente amueblado como el resto, pero la cama con las sábanas de seda color champán resultaban excitantes.


—Veo que has apartado las sábanas para que sea más fácil meternos en la cama. Me gustan los hombres que piensan en todo. ¿Seda? Resulta bastante ilícito.


Él le quitó el abrigo y le recorrió la piel con los dedos.


—Ilícito es el modo en que vas a sentirlas contra tu piel.


—Así que quieres mostrarme tu lado más inmoral, ¿eh? Vamos a ponerte a prueba, para que veas que esto va a ser un verdadero castigo. A este juego lo llamaremos «A ver cuánto puede aguantar Pedro».


El cuerpo de Pedro ya mostraba signos de estar preparado para el juego. Paula le sacó la camisa de los pantalones, ansiosa por desnudarlo.


—Estoy pensando que primero acariciaré cada centímetro de tu piel —con los dedos, recorrió ligeramente la línea de sus músculos. Comenzó por el pecho y, cuando se inclinó para besarle los pezones, Cole gimió—. He oído que hay hombres que tienen tanta sensibilidad en los pezones como las mujeres. ¿Es verdad?


—Descúbrelo —dijo él con la voz entrecortada.


Ella lo rozó delicadamente con los dientes y él gimió.


A continuación, bajó las manos y las deslizó sobre sus costillas. Le encantaba cuando a Pedro se le erizaba el vello de los brazos. Cuando lo acarició por encima de la cinturilla de los pantalones, se humedeció al sentir sus músculos bajos sus manos.


Él intentó colar sus dedos bajo el sujetador.


—Nada de tocar. Esta es mi investigación.


Los dedos de Paula encontraron el botón de los vaqueros de Pedro y lo desabrocharon. El bulto que había bajo la cremallera aumentó de tamaño. Le encantaba ver cómo ese cuerpo respondía ante sus caricias. Podría estar jugando a ese juego todo el día, pero no quería esperar y le bajó la cremallera.


Pedro desobedeció las normas y le acarició la piel.


Ella le rodeó las caderas con los brazos y hundió las manos en la parte trasera de sus pantalones. Le apretó las nalgas y disfrutó con el movimiento de esos músculos. Enganchó los pulgares alrededor de la cintura de los vaqueros y de los calzoncillos y tiró hacia abajo. Al hacerlo, su miembro se erigió hacia delante, esperándola. Él se quitó los zapatos y la ropa de una patada.


—Quiero tocarte por todas partes —Paula se puso de rodillas y le acarició las piernas, las rodillas, los muslos. Cuando llegó a la base de su miembro, se detuvo—. A lo mejor esta parte no debería tocarla —dijo, aunque comenzó a acariciarla haciendo que aumentara en tamaño y dureza.


—Paula. Es genial.


¿Cuándo se había vuelto tan atrevida? Pedro le había dado la libertad para hacerlo.


—¿Te gusta? —le preguntó—. Pues ahora voy a hacer lo mismo, pero con la lengua y la boca.


Un profundo y grave gemido fue la única respuesta de Pedro.


Lentamente, ella se levantó rozando su cuerpo contra el de él. Lo empujó suavemente y él se tendió en la cama llevándola consigo. Paula se tendió sobre él aplastando sus pechos contra su musculoso torso. Encajaban a la perfección. Lamió la sensible piel de su muñeca y fue subiendo por el brazo hasta detenerse al llegar a un punto bajo su oreja.


Con un sorprendente movimiento de cadera, Pedro la tumbó de espaldas. Se echó sobre ella y en sus ojos se reflejó la clara intención de volverla loca. Así que los chicos malos no se convertían en hombres malos al crecer; se convertían en hombres muy malos. Deliciosamente malos.


Agarró los tirantes de su sujetador rojo y se los bajó por los brazos hasta liberar sus pechos. Al hacerlo, las tiras le dificultaron el movimiento a Paula. ¿Lo habría hecho a propósito?


Su boca buscó sus pechos y cubrió sus cúspides con su calidez.


—Eres la mujer más sexy que he conocido —le dijo contra su piel y sus palabras y su cálido aliento le provocaron un cosquilleo por todo el cuerpo—. He estado a punto de echarte al suelo ahí mismo cuando he visto ese tanga rojo.


La boca de Pedro fue descendiendo por su cuerpo; le rodeó el ombligo con la lengua y después trazó la línea del tanga rojo con sus labios, que avivaron más todavía su deseo. No tenía duda de que Paula lo deseaba.


—Quiero que te lo quites.


Ella no podía estar más de acuerdo.


—Sí.


Pedro no desperdició un instante, mordió el elástico de la prenda y la deslizó sobre un muslo.


Cambió al otro lado e hizo lo mismo. Mientras, ella contenía el aliento al sentir sus dientes sobre su piel y alzaba la pelvis para encontrarse con él.


Con un profundo gemido, Pedro puso los dedos sobre el pequeño triángulo que se formaba entre sus piernas y le bajó el tanga.


—Déjate los zapatos puestos.


Los ojos de Paula vieron el deseo que ardía en los de él.


—Te quiero con los zapatos puestos solamente.


Ella tembló y se alzó apoyándose en los codos.


—Espera un minuto. ¿Cómo he acabado tumbada así? Se supone que soy yo la que tiene que investigar. Voy a tener que emplear más medidas de fuerza.


Se apartó rodando y lo empujó sobre la cama. 


Después de quitarle el cinturón a la gabardina, le agarró las muñecas. Al hacerlo, sus pechos quedaron exactamente sobre los labios de Pedro y él la besó.


—Prueba todo lo que quieras, no me disuadirás —le dijo ella mientras le ataba la muñeca izquierda con un otro extremo del cinturón—. Pero sigue así.


Él le rodeó el pezón con la lengua y la hizo gemir. Ella le pasó el cinturón por la muñeca derecha.


—Así ya no podrás utilizar las manos.


Entonces se sentó encima de él y cerró los ojos por un momento al sentir el placer de su dureza contra el resbaladizo calor de entre sus piernas.


—Te quiero ahora —dijo él.


—¿Tan pronto? Aún no he explorado tu mejor parte con mi boca.


Pedro movió las caderas acercándose más a la humedad del cuerpo de Paula.


—Estás desesperado, ¿verdad? —le preguntó ella sintiendo también algo de esa desesperación.


Lentamente, sacó el preservativo que había metido en el bolsillo de su gabardina, alargando la espera de Pedro, alargando su tensión. Paula sentía sus pezones duros, su clítoris vibrante de deseo; por dentro estaba preparada para recibirlo.


—Aquí está mi primera pista. ¿Qué debería hacer con ella? —le preguntó mientras se movía sobre él, tan húmeda que Pedro se deslizó fácilmente contra ella.


—Paula —gimió—. Me vengaré.


Una erótica sensación se extendió entre sus piernas. Ese juego era divertido y algo con lo que ella había fantaseado durante esas largas y aburridas operaciones de vigilancia.


Se apartó de él para abrir el paquete del preservativo y después desenroscó el látex a lo largo de su duro miembro. Pedro gimió cuando llegó a la base de su sexo.


—Desátame las manos —le ordenó. Como oficial de policía, ella siempre había seguido órdenes. Como prometida, siempre había accedido a las peticiones de su novio. Como amante… no lo haría.


—Creo que no. Me gustas así. Y me gusta demasiado hacer el papel de chica mala —le dijo al volver a sentarse a horcajadas sobre él.


Los dos gimieron cuando Paula descendió sobre su miembro y él se adentró completamente en ella.


—Muévete con fuerza —le indicó él, con los ojos cerrados y la mandíbula apretada. Su voz y su cuerpo daban muestras de la tensión que sentía.


Paula estaba desesperada por obedecer a lo que le había dicho esa sexy voz. Se alzó para volver a dejarse caer una y otra vez sobre su miembro. Sus movimientos fueron haciéndose cada vez más intensos y frenéticos. Él se hundía en ella y rozaba cada punto que la hacía temblar.


De pronto, los músculos internos de Paula se tensaron y lo rodearon cuando oleadas de placer la invadieron. Pedro sacudió su gran y fuerte cuerpo al moverse contra ella y llegó al éxtasis con un fuerte gemido.


Ella se dejó caer sobre él, se sentía débil. La intensidad de sus respiraciones llenó la habitación.


Pedro la besó en la frente.


—Nunca había sentido nada igual —sonó sobrecogido. Reverente.


Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.


—A lo mejor deberías perder el control más a menudo —le sugirió ella con una voz juguetona y erótica.



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