martes, 11 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 1




—¿Alguna vez has pensado que tal vez éste no sea el trabajo que de verdad te gusta? —preguntó con aburrimiento Dana, periodista del Atlanta Daily News, mientras se metía una bolita de chocolate en la boca.


—No. ¿Por qué? —respondió Paula Chaves encogiéndose de hombros. Ella era una de las personas a las que la periodista estaba entrevistando para su artículo «Los profesionales más interesantes de Atlanta»—. Espera, agáchate —dijo, empujando la cabeza de Dana bajo el salpicadero del coche.


Las dos se encogieron hacia el suelo del coche de Paula, lleno de las bolsas de comida rápida que habían comido esa noche.


Paula escuchó con atención. Habían bajado un poco las ventanas para que les entrara aire y para oír mejor. A las dos de la mañana, esa calle residencial de Atlanta estaba tranquila. Pudo oír sin problema el sonido de unos tacones sobre la acera, la puerta de un coche abrirse y cerrarse y un motor encenderse.


Después de contar hasta diez, asomó la cabeza. 


El coche azul. ¡Bingo! Lo vio alejarse y girar a la izquierda. Contó diez segundos más y después, lentamente, lo siguió.


Dana se sentó y se frotó los músculos del cuello.


—Ya no me parece que eso de ser investigadora privada sea tan genial.


Bien. Paula agarraba el volante con satisfacción. 


Ser investigador a veces podía ser peligroso y excitante, pero la gente que decidía dedicarse a ello atraída por esas cualidades, acababa decepcionada al ver que no todo era así. Su trabajo entrañaba dificultad, noches muy largas y pocas horas de sueño. Y aburrimiento. 


Mucho aburrimiento.


—Bueno, me alegro de que esto se haya acabado —dijo Dana mientras buscaba
algo en su bolso—. No sé cuánto más podría aguantar metida en este coche.


—Bueno, aún no hemos acabado.


La reportera dejó de aplicarse el brillo de labios.


—¿Por qué? Ya tienes la foto de él con la mujer.


Paula se alejó un poco más del coche al que estaba siguiendo. Incluso en una ciudad grande como Atlanta, que un coche fuera tras otro resultaría sospechoso después de las dos de la mañana.


—Una fotografía sólo cuenta parte de la historia. No sabemos quién es la mujer ni qué relación tiene con el señor Roberts.


—Lo ha abrazado y después se ha quedado en su casa tres horas. No creo que sea la doncella. No con esos zapatos.


A Paula le encantaron esos zapatos de aguja y eso que ella no era muy aficionada a los zapatos. En su trabajo unos zapatos tan sofisticados no servían de mucho, a pesar de la imagen tan cinematográfica de su profesión.


Sonriendo, Paula no apartaba la mirada del sedán que llevaba delante. Estaban recorriendo calles laterales y pronto llegarían a una zona residencial. Rezó por que el coche la llevara hasta una casa unifamiliar en lugar de a un bloque de apartamentos.


Esos eran los peores. Demasiado esfuerzo para nada.


¡Sí! La propietaria de esos fabulosos zapatos de aguja estaba deteniéndose frente a una casa. Paula se detuvo con la esperanza de poder ver a la mujer entrar antes de pasar por delante de ella.


Después, fue avanzando lentamente, intentando pasar lo más desapercibida posible, como si fuera alguien del barrio. Y ése siempre había sido su fuerte: nunca había destacado sobre los demás y, a diferencia de la periodista que llevaba al lado, jamás se había aplicado brillo de labios en el coche.


Con una sutil mirada hacia el número que había delante de la casa, siguió su camino.


—Esto ha sido mucho más divertido. Hemos estado a punto de que nos descubran —dijo Dana casi sin aliento.


—No hemos estado a punto de que nos descubran —le dijo Paula secamente.


No le gustaba que exagerara la situación y que luego la plasmara en su artículo haciéndola quedar como una mujer poco profesional.


—No tienes por qué enfadarte. Quería decir que ha sido lo más emocionante que nos ha pasado desde que la rubia ha aparecido, cuando aún creía que esta noche sería interesante —le guiñó un ojo—. ¿Y ahora qué?


Paula era una mujer que se basaba en hechos, las conjeturas no formaban parte de su mundo, pero en las solitarias horas que seguían a la medianoche, el «Juego de la Especulación» era lo único que la mantenía despierta. Lo único que le generaba algo de interés. Tal vez Dana tuviera razón y tenía que buscarse otro empleo.


No. Amaba su trabajo. Decirle a una mujer la verdad, como por ejemplo, que el hombre con el que estaba a punto de casarse era un cretino, siempre era algo bueno.


Ojalá alguien le hubiera abierto los ojos a ella antes de que su prometido se mostrara como el canalla que era en realidad.


Miró a su compañera, cuyo portátil iluminaba el asiento delantero.


—Ahora es cuando empiezo a especular sobre adonde irá.


—¿Qué quieres decir? Acabamos de verla entrar en su casa —dijo Dana, sin molestarse en levantar la vista del teclado.


—No, me refiero a qué querrá hacer con ese microchip robado que él le ha dado antes.


Dana dejó de escribir y la miró.


—Microchip… Creí que sólo era un tipo que no pasa los jueves por la noche con su novia.


Paula puso su mejor expresión burlona.


—Oh, no. Puede parecer un contable que trabaja horas extra para comprar un anillo de compromiso, pero en realidad ha escapado de una tierra muy lejana y los agentes secretos de su país lo han encontrado.


—Del país de la Invención, ¿tal vez? —preguntó Dana sugiriendo con sus gestos que ella también podía participar en el Juego de la Especulación.


—Exacto. Y ahora esa mujer lo está acechando, pero él no revelará sus secretos.


—Sabía que había algo sospechoso en esos zapatos de aguja. Son unos auténticos zapatos de espía. Pero él le ha dado un chip falso, lo sé —se rió—. ¿Así que te inventas historias así toda la noche?


—Hace que sea un poco más divertido.


—Eso sin duda. La verdad es que esperaba que alguien furioso por que hubieras descubierto su aventura clandestina fuera detrás de ti con una pistola. Eso habría hecho que este caso fuera más interesante.


—Pues siento haberte decepcionado.


—Pero lo pensé antes de conocerte. Ahora ya no quiero que nadie te apunte con una pistola, prefiero que tu trabajo siga siendo aburrido —le dijo con una sonrisa.


Paula detuvo el coche en el aparcamiento de una cafetería.


—Entonces te va a encantar esta parte. Estás a punto de presenciar el emocionante momento de introducir la dirección en la base de datos.


—¿Y qué tiene eso de emocionante?


—¿No he mencionado lo de los waffle?



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