domingo, 30 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 33




Pedro se abrió paso entre las parejas que bailaban en la carpa convertida en discoteca.


Tenía que encontrar a Paula.


Llevaba toda la noche intentando no alejarse mucho de ella, lo suficiente para comprobar que estaba bien, pero cada vez que se acercaba, ella parecía alejarse. No le faltaban hombres alrededor, pensó. Pero aunque unos días antes eso lo hubiera llenado de desdén, ahora lo hacía sentir protector. Si alguno de ellos le ponía una mano encima…


—¡Eduardo! —Pedro vio al número cuatro del equipo de San Silvana acercándose a él, su brazo sobre el hombro de una morena con vestido plateado—. ¿Has visto a Paula?


—¿Rubia, vestido azul? Sí, claro.


—¿Dónde?


—Está hablando con Francisco ahí, detrás de esa carpa. Pero no sé si querrán ser molestados… ¡Pedro! ¡Pedro, espera!


Pero era demasiado tarde. Pedro Alfonso se alejaba a grandes zancadas con expresión asesina.


—Para mí la solución es muy sencilla —Francisco suspiró teatralmente—. No veo por qué ibas a decir que no.


Sonriendo, Paula apartó la mano que había puesto en su muslo.


—No saldría bien —le dijo—. Sé que Pedro me encontraría mucho más atractiva si tuviera experiencia, pero la ironía es que yo no quiero experimentar nada con alguien que no sea él.


Francisco pasó un dedo por su cara.


Pedro siempre ha sido un enigma. Llevamos cinco años jugando al polo y sigue habiendo muchas cosas que desconozco de él, pero nunca había pensado que fuera un idiota. Y si no quiere a una chica tan preciosa como tú porque no tiene experiencia en la cama, es que es un idiota.


Paula cerró los ojos un momento y respiró profundamente el fragante aire de la noche. Los dos vodkas con chocolate empezaban a hacerle efecto y aunque media hora antes se había sentido animada, ahora se sentía profundamente triste.


Francisco era tan amable, tan comprensivo, que una parte de ella quería hacer lo que sugería. 


Había muchas cosas peores que ser iniciada en el arte del sexo por alguien tan dulce y experto como él. Alguien sin complicaciones que no esperaría nada que no pudiese darle.


Y, sin embargo, era absurdo. La idea de acostarse con alguien que no fuera Pedro le resultaba insoportable. Por eso precisamente se encontraba en aquella situación.


Paula le pasó un brazo por los hombros para darle un beso en la mejilla.


—Gracias por escucharme. Hablar contigo…


No pudo terminar la frase porque, de repente, alguien tiró de la pechera de la camisa de Francisco, levantándolo bruscamente del banco. 


Paula dejó escapar un grito al ver a Pedro, su rostro una máscara de furia.


—¿Se puede saber qué estás haciendo? ¿La has tocado?


Su voz era como el gruñido de un animal salvaje, pero ella, sin dejarse amedrentar, se levantó para colocarse entre los dos hombres.


—No tienes ningún derecho a meterte en mi vida —le espetó—. Ya te he dicho que sé cuidar de mí misma. Además, no podrías haber dejado más claro que no soy nada para ti, así que…


—¿Te ha tocado?


Después de apartar las manos de Pedro, mirándolo con gesto de advertencia. Francisco se estiró la camisa.


—Creo que esta primitiva exhibición de masculinidad te dice todo lo que querías saber, Paula —suspiró, inclinándose para darle un beso en la mejilla antes de perderse entre las sombras.


Pedro cerró los ojos un segundo.


—¿Te ha tocado? —repitió.


—No, me ha dejado hablar y me ha escuchado como un amigo. Ha sido muy amable conmigo. Se ha ofrecido a… a enseñarme. No me ha presionado, sólo quería echarme una mano…


—Vámonos de aquí—dijo él entonces.


—¿Por qué? ¿Dónde vamos? Ya te he dicho que no soy una niña y no estoy borracha. Soy perfectamente capaz…


Pedro la tomó del brazo, tirando de ella hacia la puerta del club.


—Me da igual la edad que tengas, lo único que me importa es sacarte de aquí y llevarte a mi cama. Si alguien tiene que enseñarte algo, soy yo —la interrumpió él—. Y lo antes posible.



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