domingo, 30 de septiembre de 2018

A TU MERCED: CAPITULO 32




Paula vio un tanga de encaje rojo sobre uno de los cables de los que colgaban las linternas de papel que iluminaban los jardines del club y, mirando alrededor, encontró el sujetador a juego tirado sobre unos arbustos. Y tras los arbustos se oían los reconocibles gemidos de una pareja haciendo el amor.


Pedro le había dicho la verdad: los jugadores del equipo de polo no se andaban con contemplaciones.


Habían instalado una serie de carpas en los jardines del club de campo y el efecto era como una fiesta medieval, al menos a distancia. La realidad era bastante menos romántica. Los miembros de los dos equipos rivales hacían cola en las barras para competir bebiendo alcohol mientras algunas parejas bailaban en poses que Paula sólo había visto en el Kama Sutra.


Y en medio de todo aquello, ella se sentía absolutamente sola.


Desde que llegaron al club había intentado alejarse de Pedro y no le resultó difícil porque estaba permanentemente rodeado de admiradores: sobre todo mujeres guapísimas, pero también algunos hombres que querían charlar con él o sencillamente formar parte de ese foco de atención. Paula estaba decidida a no molestar, de modo que terminó hablando con un montón de personas a las que no conocía y con las que no tenía nada en común.


Apartándose educadamente de una modelo brasileña que sólo hablaba de dietas y moda, se refugió en la carpa más cercana.


—Ah, la esquiva lady Chaves —oyó una voz a su lado—. Por fin nos conocemos.


Paula se volvió. En la penumbra de la carpa sólo podía ver el brillo de los ojos del hombre y sus blanquísimos dientes.


—Soy Francisco —se presentó—. Juego en el equipo de San Silvana con Pedro. Deja que te invite a una copa, querida, así podremos charlar un rato.


Volvió un minuto después con una copa de martini y, poniendo una mano en su espalda, la llevó de vuelta al jardín.


—¿Te importa que nos sentemos? —Francisco señaló un banco—. El partido de hoy me ha dejado hecho polvo.


—¿El polo es siempre tan violento?—preguntó Paula.


—Es duro, pero entre La Maya y San Silvana es algo más que eso. Es como una batalla.


—Eso me había parecido. La verdad, temía que alguien se hiciera daño de verdad.


—¿Alguien en particular? —preguntó Francisco.


Paula lo miró. A la luz de las linternas de papel que colgaban sobre sus cabezas vio que sus ojos eran amables, dulces. Y ella necesitaba tanto confiar en alguien…


—Sí —admitió, tomando un sorbo del cóctel—. Pero no sirve de nada que me preocupe.


—¿Por qué dices eso? Tú eres una chica guapísima.


—Eres muy amable pero, desgraciadamente, no creo que eso sea suficiente. Hay otras… cuestiones —Paula suspiró, tomando otro sorbo del delicioso cóctel y comprobando después que su copa estaba ya vacía—. Me gusta mucho. ¿Qué es?


—Vodka con chocolate. Está rico, ¿verdad? —rió Francisco—, Creo que en el cielo deben de tomarlo todo el tiempo, pero como no sé si yo soy lo bastante bueno como para ir allí, lo bebo siempre que puedo. Espera, voy a pedir otro y luego me contarás qué es eso que tanto te preocupa. Quién sabe, a lo mejor puedo ayudarte.




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