miércoles, 29 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 2




Los diez minutos siguientes fueron los más largos que Paula había pasado en las dos semanas que llevaba en ese empleo en particular. El hombre se comportó de manera atroz. Tan seguro estaba de que la conquistaría con su atractivo físico, que ella tuvo dificultad para no perder el control. Parecía no aceptar que la palabra no era una expresión válida en idioma inglés. Pero como era su último día de trabajo con el señor Sawyer, y ella cuidaba mucho su reputación de secretaria eficiente, se cuidó mucho de ofenderlo. Fue muy difícil, algo así como caminar en puntas de pie con gruesas botas de escalar montañas. Y todo para encontrarlo aguardándola fuera del edificio cuando terminó de trabajar... ¡y para que después, él se atreviera a seguirla! ¡Era demasiado!


Paula aspiró profundamente preparándose para lanzar un grito que destrozara los tímpanos. 


Ahora era dueña de su tiempo y no temía las posibles repercusiones. Y él no creía que ella fuera a hacerlo. Todo eso junto eran tres buenas razones para borrar esa expresión riente, confiada, de esa cara hermosa pero arrogante.


Pero justamente cuando el comienzo del grito estaba formándose en sus labios, el hombre bajó la cabeza y con sus labios estranguló el sonido sin darle tiempo de nacer, y sus brazos la estrecharon hasta dejarla sin aliento.


A lo largo de sus veinticuatro años de edad, Paula hacía tiempo que se había acostumbrado al hecho de que los hombres quisieran besarla... desde cuando tenía diez y empezaron a aparecer los primeros indicios de su atractivo sexual. Su boca era suave y llena con una acentuada sensualidad en la línea curva del labio inferior. Su nariz era pequeña y recta, y sus ojos violetas estaban separados y tenían forma de almendra, bajo unas cejas delicadas que se elevaban para desaparecer bajo mechones de pelo negro como el carbón.


Pero además, en el curso de esos mismos años, Paula había aprendido a cuidarse. Había aprendido dolorosamente que los hombres y sus deseos traían penas además de placer, y había jurado que nunca más permitiría que la usaran. 


En esa decisión había tenido éxito. Ella era una mujer nueva que existía en una nueva y orgullosa era. Se abría camino sin necesidad de nadie para tener una vida completa. A veces salía con hombres, le gustaba tanto como a cualquiera pasar buenos momentos. Pero si un hombre llegaba a tratar de acercársele demasiado, Paula inmediatamente lo despedía. 


Había que aceptarla dentro de sus propios términos... o nada. Ella fijaba los límites, trazaba las líneas de separación.


Pero, aquí y ahora, este ladrón, este asaltante, estaba atacando las murallas que ella había creído que eran invencibles, y se puso rígida. 


Porque el ataque a su boca redujo su determinación a silencio y se convirtió, en cambio, en una seducción dulce y experta de sus sentidos... los brazos de él sostenían más que apretaban, sus labios firmes se movían contra la suavidad de los de ella con hipnótica intensidad, sus alientos se mezclaban con erótica intimidad... Paula sintió que él estaba triunfando. Una chispa, a la que creía muerta y sepultada hacía tiempo, se encendió y el choque la hizo apartar la boca bruscamente. 


Levantó la vista hacia él y lo miró con atónitos ojos color violeta.


Lentamente, el hombre levantó la cabeza y le sonrió.


—¿Lo ves? —murmuró él—. ¿No era esta una forma mejor de hacer una escena que ponerse a gritar?


Paula alzó la mirada hacía esos ojos color canela, vivaces y llenos de malicia, la piel bronceada y tensa contra los altos pómulos, la nariz recta, la mandíbula firme, y finalmente, la boca tan seductora que recientemente la había besado. Entonces, gradualmente empezó a darse cuenta de la gente que los rodeaba: algunos sonreían, otros se mostraban incómodos por la exhibición, y unos cuantos sólo parecían sentir curiosidad. De un automóvil que pasaba lanzaron un fuerte silbido.


Las mejillas de Paula estaban de un color rosado intenso cuando se liberó de los brazos del hombre, y casi antes de tener tiempo para pensarlo, su mano voló en una reacción puramente instintiva. Cuando oyó el golpe de la palma de su mano contra la carne del joven, quedó casi tan sorprendida como él.


Paula miró desorientada su mano ardiente y después la mejilla del hombre donde la impronta de sus dedos resaltaba con vivido relieve. Interiormente quedó apabullada por su acción, pero en lo exterior mantuvo su actitud agresiva, o por lo menos, todo lo agresiva que pudo conseguir. Sus ojos lo miraron sin parpadear.


Una llama de cólera momentánea apareció en los ojos marrones, pero pronto quedó sepultada bajo la expresión divertida y burlona con que el hombre examinó el cuerpo pequeño y desafiante de Paula.


—La próxima vez me acordaré de agacharme —dijo él en tono burlón.


—No habrá próxima vez —repuso rápidamente Paula, en tono glacial.


—¿No lo crees?


Estaba tan seguro de sí mismo, tan confiado. Paula se irguió.


—¡Estoy segura!


—¿Por qué no me llamas Pedro? —sugirió descaradamente él, sin amilanarse por la continua hostilidad de ella—. Sería un comienzo.


Paula apoyó furiosa ambas manos en sus caderas.


—¡Dentro de un minuto lo llamaré otra cosa si no me deja tranquila!


Rápidamente, el simple disgusto de Paula se estaba convirtiendo en una furia absoluta. Había desaparecido la turbadora inquietud de hacía un momento. ¡Estaba contenta de haberle pegado! ¡Él se lo merecía! Y si se atrevía a flexionar un músculo hacia ella, volvería a hacerlo. ¡Sólo que esta vez no se detendría en una bofetada!


El hombre tuvo el descaro de reír tontamente, un sonido agradable que salió de lo profundo de su pecho.


Paula cerró con fuerza los puños. Casi deseaba que él intentara volver a tocarla. Si algo le había enseñado el vivir un año con David, era la necesidad de aprender a defenderse sola. Ya no era una muchacha confiada y al borde de la madurez. Ahora era una mujer crecida, tanto mental como físicamente, y ningún hombre, ¡ningún hombre volvería a aprovecharse de ella!


Su atención se centraba en esa hermosa cara, indiferente a la multitud que llenaba la acera y corría hacia sus automóviles en el calor y la humedad de una tarde de verano en Houston, tratando de ganar unos pocos segundos de tiempo en la monumental congestión de tráfico que frustraría sus esfuerzos de regresar a sus hogares por las autopistas que salían de la ciudad.


—Y después que me arriesgué para salvarte la vida... —murmuró el hombre llamado Pedro con un fulgor perverso en la mirada.


A Paula la disgustó recordar ese hecho, pero era un hecho que no podía ignorar totalmente. Si él no la hubiese arrancado de la senda del peligro, probablemente se encontraría en este mismo momento en una ambulancia, camino a la guardia de emergencia de un hospital, sabía Dios en qué estado. Pero, por otra parte, si él no hubiese venido molestándola ¡ella no habría bajado de la acera sin mirar a los lados! Abrió la boca para decirle eso pero en seguida volvió a cerrarla, todo en el espacio de un segundo. ¿De qué serviría? se preguntó impaciente. Sería gastar saliva. Porque él no había escuchado una sola palabra de las que ella dijo. ¿Qué la hacía pensar que esta vez sería diferente?


—Piense lo que quiera que a mí no me importa —replicó secamente.


El enarcó una ceja.


—¿Ni siquiera las gracias...?


Paula volvió a su infancia y dio una patada en el suelo.


—¡No! —exclamó.


El hombre sacudió la cabeza con su pelo castaño y largo que se rizaba ligeramente sobre el cuello de su camisa celeste. Suspiró con pena.


—Por alguna razón, esto no está saliendo como yo lo había planeado —dijo.


Paula permitió que una pequeña sonrisa de triunfo asomara» a sus labios. ¡Por fin! ¡Por fin él estaba recibiendo el mensaje!


—No, supongo que no —admitió ella—. Ahora, si me disculpa...


Se volvió con determinación. Su tono había sido perfecto: frío, preciso, despectivo. Miró cuidadosamente a los lados antes de bajar de la acera. La gente pasó apresuradamente a su lado, todos corrieron en un camino conocido.


Paula se alejó moviéndose graciosamente entre ellos, con la cabeza en alto, su esbelta figura favorecida por una falda blanca de lino y una chaqueta de la misma tela sobre una blusa de seda colorada que acentuaba la tersura de su piel desusadamente clara, felicitándose de lo bien que había manejado la situación... excepto ese pequeño desliz cuando él la besó. Pero eso podía ser atribuido al shock. ¡No todos los días una estaba a punto de ser aplastada por un camión!


Llegó a la acera de enfrente y estaba empezando a caminar cuando su curiosidad se impuso a su buen juicio y la hizo detenerse y lanzar una rápida mirada hacia atrás.


En seguida deseó fervientemente no haberlo hecho, porque la silueta atlética de él, ahora familiar, todavía la venía siguiendo. Unos cuantos pasos más atrás, cierto, pero lo mismo muy presente. Paula lo miró con furia y después fingió que él no estaba allí. En esto fracasó lastimosamente. Apuró el paso, pero de nada sirvió. Por fin se detuvo, con los ojos relampagueando con fulgores purpúreos, y sus pechos pequeños y redondos subiendo y bajando rápidamente por la agitación.


—¿Qué tengo que hacer? —preguntó, fieramente ceñuda—. ¿Escribírselo en la cabeza?


Una vez más, la reacción del hombre fue de diversión.


—Te he dicho lo que tienes que hacer... venir conmigo.


—¡Usted está loco! —gritó Paula, exasperada por la terquedad del sujeto.


—Sólo moderadamente —repuso él sonriendo.


Paula se quedó mirándolo boquiabierta. 


Inconscientemente, empezó a sacudir la cabeza, haciendo que el cabello oscuro que caía de una parte del centro se moviese contra sus hombros.


—Encontraré una manera —advirtió él al ver la negativa de ella—. Cuando deseo algo, habitualmente lo consigo.


—¡Bueno, pues a mí no me conseguirá! —replicó ella con vehemencia, aunque empezaba a apoderarse de ella una sensación de irrealidad. ¡Esto no estaba ocurriendo! ¡Ella no se encontraba detenida en una acera del centro de Houston prácticamente arañando al hombre que había conocido esa misma tarde!


Las líneas de la sonrisa en las bronceadas mejillas de él se hicieron más profundas.


—Bueno, eso tendremos que verlo —dijo en tono levemente burlón y provocativo—. Ahora... ¿vamos?



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