viernes, 24 de agosto de 2018
MILAGRO : CAPITULO 24
EL PRETENDÍA detenerse. De hecho, no había pretendido empezar. Ella estaba prohibida. Pero cuando la boca se Paula se abrió bajo la suya, cualquier intención de Pedro se desvaneció. La necesidad ocupó su lugar. Una necesidad tan arrolladora, intensa e irrefrenable que debería haberlo asustado mucho. Sin embargo, lo excitó aún más.
Se acercó y cambió el ángulo para besarla más profundamente. Paula gimió suavemente y puso las manos en sus hombros. El casi habría jurado que sentía sus uñas a través de la chaqueta y la camisa. Ella se apoyó en él y los senos hinchados y el vientre abultado se encontraron con su cuerpo. El se dijo que sin duda era una sensación distinta. Alguien se interponía de hecho entre ellos, uniéndolos al mismo tiempo. Pedro se sentía tan protector con respecto al bebé nonato como con respecto a Paula.
Además disfrutaba pasando tiempo con ella, pero no quería que se limitara a un paseo por la tarde ni a un besito de despedida cuando la dejaba en su casa.
Oyó un timbre de alarma en su cerebro. Sólo hacía unos meses que conocía a Paula; no mucho más tiempo del que había tardado en declararse estúpidamente a Helena. Se preguntó si estaba repitiendo el error.
Precipitándose y dejando que los sentimientos le ganaran la partida a la razón.
No quería creerlo. De hecho ni siquiera quería pensar en eso mientras besaba a Paula y la tenía entre sus brazos. Se dijo que debía parar, y después pensarlo bien para asegurarse de que no estaba volviendo a tropezar en la misma piedra.
Había dicho que volvería a casarse si llegaban el momento y la mujer adecuada. Si Paula era esa mujer, cuando hubieran salvado los obstáculos, su relación se desarrollaría a un ritmo sensato. Entretanto seguirían siendo amigos. Justo cuando Pedro llegaba a esa conclusión, Paula se apartó de él.
—Oh, Dios —susurró. Se tapó la boca con la mano.
La expresión de horror de su rostro fue para él como un cubo de agua fría.
—Paula, lo siento. No pretendía hacer eso —se rió él solo al oír la ridícula excusa. Ese beso no podía clasificarse como un accidente, así que se corrigióBueno, sí lo pretendía, pero no debí hacerlo.
—Te he devuelto el beso —dijo ella, asombrándolo. Era cierto, sin duda.
—No importa.
—Sí importa.
—Por favor, no te molestes tanto por el beso —le urgió él.
—Yo... no estoy molesta por el beso, Pedro —dijo ella. Pero estaba pálida y le temblaban las manos.—Me gustas. Mucho.
—Lo mismo digo —admitió él—. Mucho —Pedro pensó que ella sonreiría pero, en cambio, movió la cabeza.
—El momento...
—Es de lo peor —él asintió con la cabeza, viendo que ella se hacía eco de sus pensamientos—. Lo sé, Paula. Para mí también. Pero esto no tiene por qué avanzar —inspiró profundamente antes de seguir—. De hecho, sería mejor que no avanzara, al menos de momento. Los dos tenemos temas que resolver y otras cosas que son prioritarias —bajó la vista hacia su vientre—. Ninguno de los dos estamos listos para una relación seria. Podemos seguir como amigos.
Esa última palabra le dejó un regusto amargo en la boca, pero mantener una relación platónica parecía lo más sensato para ambos. Para su sorpresa, vio que Paula movía la cabeza negativamente.
—Creo que debería mudarme —anunció.
—Eh, eh —oírle decir eso fue como un puñetazo en el estómago—. Espera un minuto. Eso es innecesario. Cielos, sólo ha sido un beso —un beso que aún estaba afectando a su pulso—. No es como si nos hubiéramos acostado ni nada de eso.
—Lucas alega que sí.
—¿Qué? —Pedro dio un paso atrás, sintiéndose golpeado nuevamente.
—Alega que he sido infiel durante nuestro matrimonio y cita el adulterio como el fundamento para nuestro divorcio. Creo... Creo que tú debes ser el otro hombre en quien está pensando.
—¡Eso es ridículo! No hemos hecho nada. Bueno, al menos nada como eso.
—No sé por qué está haciendo esto. Nunca le he sido infiel. Incluso ha pedido una prueba de paternidad —dijo ella—. Sabe perfectamente cuál será el resultado.
—Ese hijo de... —Pedro se calló la última parte y otros cuantos insultos más—. Sé por qué lo hace. Está utilizando esa táctica como palanca en el divorcio, nada más, Paula. Amenaza con ponerte las cosas feas porque quiere algo a cambio.
—Supongo —ella se frotó los brazos, como si tuviera frío—. Pero alega que tiene fotografías que documentan mi supuesta infidelidad. No sé a qué fotos puede referirse, excepto si son un montaje, pero he empezado a pensar que pueden ser de nosotros.
—¿Haciendo qué? —preguntó Pedro alzando la voz airado—. Paseando. Sentados en el porche charlando. No hemos hecho nada.
—Nos hemos besado antes. No como acabamos de hacerlo ahora, pero en una fotografía...
Él tuvo la sensación de que tenía razón.
A Pedro le gustaba tan poco la idea de que un detective con un teleobjetivo hubiera estado invadiendo su intimidad, como la de que su inocente relación con Paula pudiera manipularse y convertirse en algo sórdido. Iba a tener unas palabras con Lucas Seville. Pero en ese momento Paula necesitaba apoyo. Pedro odiaba verla tan afectada. No podía ser bueno para el bebé, algo que, por lo visto, a su ex no el importaba.
—Todo irá bien —dijo Pedro, él se ocuparía de eso—. Sólo está montando una cortina de humo.
—Lo sé. Pero sigo pensando que debería trasladarme —insistió ella—. No es justo para ti.
—Deja que yo me preocupe de lo que es justo.
—Pero...
—Si Lucas quiere meterme en el asunto, deja que lo haga —Pedro contrataría a su propio abogado y demandaría al impresentable por difamación—. No soy culpable de nada. Y tú tampoco.
Pensó que eso concluía el asunto, pero no fue así.
—Eso no es de todo verdad —dijo Paula con voz queda—. Yo soy culpable de algo. Hace un momento, cuando me besaste... —tardó un momento en seguir, evitando su mirada—. Nunca me había sentido así con Lucas. Nunca.
Pedro tragó saliva. Se preguntó cómo podían volver a ser sencillamente amigos tras una admisión como ésa.
—Esto complica las cosas —dijo. —Lo sé.
Lo pretendieran o no, quisieran o no admitirlo, su relación estaba tomando un rumbo imprevisible.
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