jueves, 23 de agosto de 2018

MILAGRO : CAPITULO 22





Mientras entraban al restaurante, recitó mentalmente todas las razones por las que no podía tener una relación romántica con ella: era su inquilina, estaba embarazada, era vulnerable y, legalmente al menos, era la esposa de otro hombre.


Esperó a que una de esas razones apagara su deseo. Pero no ocurrió. Tal vez porque cuando miró a Paula la descubrió escrutándolo con sus ojos azules. No parecía incómoda sino... ¿excitada?


«Tal vez debería empezar a hacer acopio de coraje», había dicho ella esa tarde. Él había pensado que se refería a crear una empresa. 


Pero y si hablaba de...


Desvió la mirada. Debía estar equivocándose. 


Suponía que las mujeres embarazadas no se excitaban. Quizá no debían porque no era conveniente en su estado. No había duda de que para el estado de él, no era bueno. No debía pensar en eso, no era el momento ni el lugar adecuado. Se abrochó la chaqueta.


—La comida es excelente —le dijo, con voz más alta de lo normal—. Tienen la mejor carne de la ciudad.


—Me alegro. Estoy muerta de hambre.


A él lo reconfortó y desconcertó, a un tiempo, que Paula estuviera también casi gritando.


Para cuando la camarera les llevó la ensalada, Pedro había controlado su interés sexual. Cuatro vasos de agua con hielo habían ayudado mucho. Eso y el que Paula estuviera hablando de su divorcio y resucitando en él desagradables recuerdos del pasado.


—No sabía que las bases para el divorcio fueran tan limitadas en Nueva York. Va a requerir mucho más tiempo del que yo creía —admitió ella, con un suspiro.


—Supongo que es imposible utilizar el argumento de «diferencias irreconciliables» —dijo Pedro.


—Así es. Mi abogado redactó un documento de separación formal, pero Lucas y yo tenemos que vivir separados durante al menos un año antes de poder obtener el divorcio.


—¿Qué opina Lucas de eso?


—Tiene tan pocas ganas como yo de que el asunto se alargue. Accedí a que fuera él el demandante —al ver que Pedro hacía una mueca, Paula movió la cabeza—. Es un bálsamo para su ego y le permite hablar con sus colegas como si fuera él quien ha querido liberarse. Ni me imagino qué razones podría darles para que yo me haya marchado —se encogió de hombros—. Pero, la verdad, no me importa.


Pedro se hacía una buena idea de lo que el tipo estaría diciendo de Paula a cualquiera que quisiera escucharlo. Apostaría la mitad de su empresa a que todo era denigrante e incierto.


—¿Qué ha dicho tu abogado de esa estrategia?


—No está contento con la idea. De hecho, intentó disuadirme. Pero Lucas y yo ya habíamos llegado a un acuerdo verbal —tomó un trago de agua—. ¿Puedo hacerte una pregunta personal?


—Claro.


—¿Cuánto tardó tu divorcio en ser efectivo?


—Más que nuestro cortejo —Pedro se revolvió en el asiento—, pero menos de lo que parece que tardará el tuyo. Cierto es que yo tenía buenos motivos.


—Adulterio.


Él asintió, recordando con dolorosa claridad el momento en el que había descubierto a su esposa con su mejor amigo, en su cama.


—También aceleró el proceso el que yo estuviera dispuesto a darle a Helena cualquier cosa para que desapareciera de mi vida.


—¿Te arrepientes de eso ahora?


—Me arrepiento de muchas cosas con respecto a Helena —Pedro soltó una risotada—. Probablemente podría haberle dado la mitad de lo que le di. Al fin y al cabo, yo era la parte perjudicada. Pero creo que yo salí ganando con mi actitud.


—¿Por qué dices eso? —Paula dejó el tenedor sobre la mesa y lo escrutó.


Él se preguntó por qué lo decía. La herida provocada por la traición de su esposa y su mejor amigo seguía doliéndole, pero no era porque aún amase a Helena. Era más bien cuestión de orgullo y ego. Pero ambas cosas estaban recuperando la normalidad, junto con su corazón. Estaba curándose.


—¿Y? —insistió Paula.


—Porque soy libre y mi corazón está entero —respondió él, calibrando bien sus palabras.


—¿Crees que volverás a casarte?


—Aún no estoy preparado, pero sí —dijo él—. Cuando lleguen el momento y la mujer adecuados, me casaré —miró el vientre de ella—. Quiero tener familia. ¿Y tú? ¿Volverás a casarte?


—Creo que sí. Pero no volveré a cometer el error de asentarme y dejarme llevar por la inercia.


—No deberías hacerlo —corroboró él.


—Si vuelvo a casarme, mi esposo tendrá que amar a mi hijo tanto como a mí —afirmó ella.


El momento de intimidad acabó cuando el camarero llegó a rellenar el agua de sus vasos.


—Mi ex ha vuelto a casarse —dijo él, después.


—¿Con tu antiguo mejor amigo?


—Sí. No hace falta decir que no asistí a la boda, aunque seguramente fui yo quien pagó su elegante y exclusiva ceremonia en Maui.


—Maui —repitió ella, enarcando una ceja.


—Sí. Lo último que sé de ellos es que tras dos meses de éxtasis matrimonial se cansaron el uno del otro y contrataron abogados —sonrió—. Por lo visto los dos estaban teniendo aventuras extramatrimoniales.


Paula movió la cabeza de lado al lado.


—Supongo que es cierto eso que se dice. «Recibes lo que das».


—Debes ser una entusiasta de la teoría del karma.


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