domingo, 12 de agosto de 2018

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 20




A la mañana siguiente Paula prácticamente tuvo que echar a Pedro de la casa para que se fuera. Atrayéndola hacia él en el vestíbulo cubrió su garganta de besos.


—Anoche nos dormimos tarde, y es muy temprano —murmuró Pedro contra su cuello—. Deja que te lleve de vuelta a la cama...


Ahogando un gemido, Paula se apartó de él.


—Tienes que irte, Pedro. Tu coche lleva toda la noche aparcado a la entrada de mi casa, y nunca se sabe cuándo están vigilándote los paparazzi.


—Dudo que estén ahí fuera; las elecciones ya han pasado —replicó él, extendiendo los brazos para rodearle de nuevo la cintura.


Sin embargo, Paula dio un paso atrás, poniéndose fuera de su alcance.


—Y las has ganado tú, lo que significa que ahora eres aún más interesante para ellos. Además, ya los conoces; son insaciables —le dijo Paula extendiendo una mano y trazando con el índice la línea de su mandíbula.


—Pues no es una idea muy halagüeña; preferiría hacerte sentir insaciable a ti —murmuró Pedro mirándola de un modo posesivo.


«Ya lo haces», pensó ella.


—Deja de intentar embaucarme con tus encantos. No es justo —protestó—; me estás forzando a ser yo quien sea sensata.


—Está bien, yo también lo seré —contestó él—: vayámonos a algún sitio el fin de semana; los dos solos, tú y yo.


A Paula le dio un vuelco el corazón.


—Oh, eso es muy sensato —asintió con sorna—. ¿Y qué harías, registrarte con un nombre falso, como John Smith o algo así? —sacudió la cabeza—. ¿Qué es lo que te ha dado, Pedro?, ¿cómo es que de repente pareces dispuesto a mandar la prudencia a paseo a la más mínima? —se mordió el labio y se giró, dándole la espalda—. Tienes que pensar en tu imagen; ahora eres senador —le dijo intentando que no sonase como una reprimenda.


Pedro se acercó a ella por detrás, le rodeó la cintura con los brazos, y la abrazó.


—Ya te lo he dicho, Pau, quiero tener una relación contigo. No sé qué tendré que hacer para convencerte, pero no cejaré hasta conseguirlo.


Un débil hálito de esperanza hizo palpitar con fuerza el corazón de Paula, pero inmediatamente se recordó que aquello no podía ser.


—Pues si de verdad quieres convencerme... —le dijo apartándose y volviéndose hacia él con una sonrisa forzada—... lo primero que tienes que hacer es irte antes de que alguien te vea.


Pedro la miró y sacudió la cabeza.


—No sé por qué estás huyendo de mí, cariño —murmuró acariciándole la punta de la nariz con un dedo—, pero antes o después te daré alcance.



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