domingo, 12 de agosto de 2018

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 18




—He comprado un par de entradas para El cascanueces; ¿te gustaría venir conmigo? —le preguntó Pedro a Paula el día siguiente por la tarde.


Paula levantó la vista de la lista de actividades que estaba repasando con él en su despacho.


—Bueno; no soy muy aficionada al ballet, pero ése siempre he tenido curiosidad por verlo —respondió ella—. Además así me pondré un poco a tono con el espíritu navideño.


—A propósito de eso... ¿vendrás a cenar el día de Navidad a Crofthaven con nosotros, verdad? Todos esperamos que lo hagas.


—Yo... no sé, la verdad es que estaba pensando pasar unas navidades tranquilas este año, sin compromisos ni...


—¿Puedo unirme a ti? —inquirió en un tono conspirativo.


Paula se rió.


—No lo dirás en serio...


—Sí, claro que sí —replicó Pedro—. ¿No te importaría esconderme en tu casa? Piensa en ello como una buena obra. Necesito que alguien me rescate de todos los eventos navideños a los que se supone que tengo que asistir.


Paula volvió a reírse.


—Estás loco. Y me cuesta creer que haga falta que te rescaten de nada.


Pedro se acercó a su silla y se acuclilló frente a ella.


—Bueno, está lo de cierta mujer que me vuelve loco... No puedo quitármelo de la cabeza, y estoy empezando a pensar que es grave. Creo que voy a necesitar ayuda para poder superarlo.


Paula se mordió el labio y sus ojos se oscurecieron.


—¿Qué quieres de esa mujer?


—No demasiado —respondió él deslizando la mano sobre su rodilla—: sólo cada minuto de su tiempo, toda su atención, su cuerpo, su alma, y su corazón.


Paula lo miró con los ojos muy abiertos.


—No, ya veo que no pides demasiado —dijo con sorna—. ¿Y qué estás dispuesto a ofrecerle a cambio? ¿Te ves capaz de darle cada minuto de tu tiempo, toda tu atención, tu cuerpo, tu alma, y tu corazón?


Pedro se quedó callado. En eso tenía razón. 


Estaba pidiendo muchas cosas, pero... ¿qué estaba dispuesto a dar a cambio?


—Buena pregunta.


Paula tenía esa cualidad; siempre lo hacía pensar. Sin embargo, no quería hablar de él, y le interesaba más que fuera ella quien respondiera a unas cuantas preguntas que tenía.


—¿Qué te pareció el detalle de las decoración con rosas rojas y blancas en la boda de Adrian y Selene? —inquirió.


Paula pareció algo aturdida por el brusco cambio de tema, pero no dijo nada al respecto.


—Bueno, hacían muy bonito, y daban un toque navideño —contestó.


—¿Cuáles son tus flores preferidas?


—¿Mis flores preferidas? —repitió ella. Se encogió de hombros—. Pues... me encantan los ramos variados con rosas de colores inusuales y flores de otros tipos. No soy de esas mujeres a las que sólo les gustan las rosas rojas.


—¿Y qué te pareció la tarta?


—Oh, increíble, maravillosa —respondió ella al momento—. Chocolate blanco, chocolate negro, y vainilla... es una forma de dar gusto a todo el mundo; una elección muy inteligente.


—A mí me gustó —dijo él—, pero donde se ponga un pastel de crema...


—Creía que tu postre favorito era la tarta de manzana. La has pedido tan a menudo cada vez que hemos comido o cenado durante la campaña...


—Es mi favorito, pero después del pastel de crema.


—Pues el mío es el pastel de cerezas. La verdad es que me pierden los dulces y las golosinas; y cuando estoy estresada soy capaz de tomarme una bolsa entera de...


—...de M&Ms —terminó él su frase, sonriendo divertido al ver la expresión de sorpresa en un rostro.


—Eres muy observador —dijo Paula, esbozando una media sonrisa—, pero nos estamos desviando de lo que estábamos haciendo. Veamos; ¿por dónde íbamos? —murmuró bajando la vista a la lista que tenía en sus manos—. Ah, sí: los regalos para los niños del orfanato de la ciudad.


Se trataba de una campaña fomentada por el ayuntamiento que se llevaba a cabo todos los años por esas fechas.


—De eso puede encargarse mi secretaria.


—No, no, ni hablar; lo haré yo —replicó Paula—. Me encanta comprar regalos. De hecho, yo voy a comprar regalos para dos niños este año. ¿A cuántos vas a regalarles tú?


—A diez —contestó Pedro. Los ojos de Paula se abrieron como platos.


—¿A diez? —repitió anonadada.


—Como te he dicho puedo encargárselo a mi secretaria.


Paula sacudió la cabeza incrédula.


—¿Es así como lo haces cada año? —le espetó—. ¿«Apúnteme esos diez niños que ya le diré a mi secretaria que vaya a comprarles los regalos»?


Pedro se encogió de hombros.


—Bueno, diez me pareció lo justo, acorde con las donaciones que hago en otras fechas.


—No me refiero al número —replicó ella—; ¿alguna vez has pensado en comprar los regalos tú mismo?


«¿Comprarlos yo? Ni hablar», respondió Pedro para sus adentros, pero se contuvo a tiempo antes de que las palabras cruzaran sus labios.


—Mm... hasta ahora no. ¿Me ayudarías?


Paula no parecía haber esperado que estuviese dispuesto a hacerlo.


—¿Estás seguro?, ¿te ves yendo a unos grandes almacenes como un ciudadano más para comprar esos regalos?


—Si tú puedes hacerlo, yo también —respondió él.


Por sugerencia de Paula fueron a los almacenes Wal-Mart a medianoche.


—No sabía que el Wal-Mart seguía abierto a estas horas —comentó Pedro mirando en derredor sorprendido de que hubiese gente comprando.


—En estas fechas abren toda la noche hasta que pasa el día de Navidad —contestó ella con una sonrisa—. Puedes comprar aquí las veinticuatro horas.


Pedro se estremeció.


—¿Pasarse aquí veinticuatro horas? Eso sería una pesadilla.


Paula se rió.


—El motivo por el que te he propuesto que viniéramos a esta hora es que así no tendremos que hacer colas para pagar. Además, después de los baños de masas que te has tenido que dar durante la campaña me pareció que no querrías encontrarte con todo el barullo que hay durante el día.


—Bien pensado —le dijo Pedro—. Bueno, ¿dónde están esas listas de regalos?


—Aquí las tengo —respondió Paula sacando dos folios doblados del bolso—. Ten, tú ve a por los juguetes para los niños, y yo iré a por la ropa y los juguetes de las niñas.


Se separaron, y Pedro terminó pronto, así que se fue a buscar a Paula por si podía ayudarla. 


La encontró en la sección de ropa para bebés.


—Mira, ¿no es adorable? —le dijo Paula enseñándole un conjunto de camisa y pantaloncito de terciopelo rojo.


—¿Eso es para un niño? —inquirió él haciendo una mueca.


—Sí, ¿por qué?


—Porque es cursi... y afeminado. Rojo y de terciopelo... si al menos fuera azul, o verde...


Paula se echó a reír.


Pedro, es para un bebé. Y además es navideño.


—Di lo que quieras, pero puedes crearle al niño un complejo —comentó Pedro tomando en sus manos unos patucos azules de lana que Paula había echado también en su carro—. ¿Ves?, esto no está mal. No da pie a error. Los bebés son todos iguales, y la gente puede confundirse y tomar a un niño por una niña.


Paula, que estaba mirando enternecida el contraste entre sus grandes manos y los pequeños patucos no pudo evitar echarse a reír otra vez.


—Oh, Pedro, eres imposible...


—Lo sé —sonrió él—. Bueno, yo ya tengo todo lo de mi lista, y el dependiente me ha apartado las bicicletas y las ha guardado en el almacén para que vaya a recogerlas dentro de dos días. ¿Vamos a pagar?


—Aún no —replicó Paula empujando su carro hacia otro pasillo—, nos faltan los libros.


—¿Eh? ¿Qué libros? En mi lista no pone nada de libros —dijo él siguiéndola con su carro.


—Lo sé, pero quiero asegurarme de que cada uno de los niños reciba un libro—le dijo ella deteniéndose ante una estantería llena de coloridos libros para niños—. Tal vez los juguetes les hagan más ilusión, pero la lectura es muy importante.


Pedro, que se había detenido junto a ella, la miró conmovido y le acarició la nuca con la mano.


—Nunca hubiera imaginado que pudieras ser tan maternal —murmuró—. Y eso que ni conoces a esos niños...


Apenas había pronunciado esas palabras cuando la notó tensarse.


—Las personas a veces son más de lo que aparentan —le espetó ofendida, dando un paso atrás—. Por eso es injusto ponerle etiquetas a la gente.


Sin decir nada más le dio la espalda y se puso a seleccionar los libros que iba a llevarse, y Pedro, que se había quedado de piedra, la observó preocupado. Últimamente estaba comportándose de un modo muy extraño.




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