sábado, 11 de agosto de 2018

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 14




Después de la fiesta Paula se reunió con Pedro en el vestíbulo, y su chofer los llevó al hotel donde iban a pasar la noche en su limusina privada. Fueron todo el camino comentando la velada: a quiénes habían visto, los temas de los que habían hablado..., pero Paula tenía la sensación de que los dos estaban impacientes por llegar al hotel. El chofer de Pedro ya los había registrado en recepción y había hecho que subieran su equipaje a sus habitaciones, así que subieron directamente.


—Bueno, espero que te guste tu habitación —le dijo Pedro, y para su sorpresa entró en la suya y cerró tras de sí.


Paula se quedó de pie en el pasillo anonadada. 


Ni siquiera había intentado besarla con el pretexto de darle las buenas noches, pensó extrañada y algo decepcionada. Muy bien, se dijo abriendo la puerta de su habitación, irritada, pues sí iba a jugar al «ahora sí; ahora no» que no contara con... Al entrar sus pensamientos se detuvieron. Las dos habitaciones estaban conectadas entre sí por una puerta, que de hecho estaba abierta, y Pedro estaba en el umbral, apoyado en el marco, desanudándose la pajarita. ¡El muy truhán!, ¡el muy...!


—Habitaciones separadas pero conectadas; ¿qué te parece? —le dijo con una sonrisa burlona—. Como no querías que pensasen que serías capaz de compartir habitación con un viejo petardo como yo...


Paula sintió deseos de darle una bofetada para borrar esa sonrisa insolente de su cara... o de besarlo. Incapaz de contener la risa por más tiempo, cerró la puerta tras de sí, se echó a reír, y fue junto a él.


—Eres el hombre más ridículo del mundo —le espetó clavándole el índice en el pecho—. Yo no veo a ningún viejo petardo por aquí.


Pedro tomó su mano y la apretó contra su corazón.


—Creía que ésa era la razón por la que no querías que te vieran conmigo —murmuró. 


Paula exhaló un suspiro.


—Te dije que era para proteger tu imagen.


—No necesito seguir protegiendo mi imagen de ese modo, Pau —replicó él—. ¿Qué me dices de ti?


Paula sintió que le faltaba el aliento.


—Sabes que por mi parte el problema nunca ha sido ése. De hecho, cuanto más te conocía más quería...


De pronto se notaba la garganta seca. Tragó saliva, pero no se atrevió a continuar.


—¿Más querías qué? —la instó a seguir él.


—Más quería estar contigo —contestó ella en un susurro.


—Pero hablas en pasado —observó Pedro—. ¿Qué hay del presente, Pau? —le preguntó llevándose a los labios su mano y besándola.


Aquélla era la ocasión perfecta, pensó Paula.


Podía decirle que sus sentimientos habían cambiado, que ya no hacía que su corazón palpitara con fuerza con sólo mirarla, que ya no soñaba con pasar cada noche entre sus brazos, que... Paula abrió la boca, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.


—No contestas, pero tus ojos hablan lo que callas —murmuró Pedro—. Quizá tenga que formular la pregunta de otra manera —dijo inclinando la cabeza.


Aquella vez Paula no apartó el rostro, y la sensación que experimentó cuando su boca tomó la de ella fue tan increíble... El modo sensual en que la besó la hizo sentirse como una flor que la estuviera libando un colibrí. 


Ahogó un gemido, y cuando Pedro hundió los dedos entre las hebras de su pelo y le acarició el cuero cabelludo echó la cabeza hacia atrás.


Tenía la piel ardiendo, y se hallaba totalmente enajenada entre la deliciosa sensación de las yemas de sus dedos masajeándole la cabeza, y el deseo de que hiciera el beso más profundo.


Finalmente Pedro la complació, deslizando su lengua dentro de su boca y explorándola con ella. De su garganta escapó un intenso gemido que hizo vibrar a Paula en la parte más íntima de su cuerpo, y siguió devorando su boca y haciéndola sentir la mujer más deseable del mundo.


Paula no quería no responder a sus besos y a sus caricias, pero cuando vio que era incapaz se dejó llevar por el maravilloso placer que estaba experimentando, regocijándose en los músculos de sus hombros y ansiando estar piel contra piel con él. Con sus labios aún pegados a los suyos, le desabrochó a ciegas la camisa, y Pedro emitió un gruñido de aprobación.


Sólo cuando empezó a faltarle el aliento se echó Paula hacia atrás, con el corazón martilleándole contra las costillas, y aspiró una bocanada de aire.


—Oh, Pedro... haces que me sea tan difícil resistirme... —murmuró.


—Gracias a Dios que tengo algo de mi parte —dijo él sacándose la camiseta—. ¿Tienes idea de lo que he estado pasando viendo a esos dos tipos sentados junto a ti intentando cortejarte sabiendo que la suma de sus edades debe ser la mía?


Todavía sin aliento, Paula no pudo evitar reírse.


—No estaban intentando cortejarme —replicó. 


Pedro puso los ojos en blanco.


—Pau, a veces llegas a ser increíblemente ingenua respecto a tu atractivo.


—¿Y qué me dices de ti y tus constantes comentarios sobre lo viejo que eres? Puedes creerme cuando te digo que ninguno de esos dos tiene ni una décima parte de tu virilidad.


De hecho, la criatura que llevaba en su vientre lo probaba.


Pedro suspiró y la miró con ojos enturbiados por el deseo.


—Quiero más que una noche contigo, Pau —le dijo—, más que un romance secreto. Quiero que tengamos una relación, y no me refiero a una relación de trabajo.


Por un instante Paula tuvo la impresión de que el corazón se le había parado.


—¿De qué estás hablando?


Pedro tomó su mano.


—De que estoy loco por ti —le dijo. Su voz rezumaba frustración y una pizca de ira.


—Pues no parece que eso te haga muy feliz.


—Eso es porque todavía estoy intentando digerirlo. Yo no había planeado esto... cuando nos conocimos no podría haber imaginado que iba a surgir lo que ha surgido entre nosotros. Esto es una locura, pero no puedo negar lo que siento por ti; es demasiado fuerte, y aunque sea demasiado mayor para ti, no puedo dejarte ir.


Paula se notaba mareada, pero no ya por el efecto del beso de Pedro, sino por sus palabras. 


La intensidad de su mirada la emocionó y la asustó a la vez. Tenía que decirle lo del bebé, tenía que decírselo...


—Necesito sentarme un momento,Pedro, estoy algo mareada —murmuró.


Antes de que pudiera siquiera parpadear, Pedro la alzó en volandas y la llevó a la cama. Paula no pudo contenerse.


—¡Oh, no! —exclamó—. ¡Te harás daño en la espalda o te saldrá una hernia por mi culpa!


Pedro la tumbó en la cama y se colocó a horcajadas sobre ella.


—Tampoco hace falta exagerar —murmuró inclinando la cabeza con la vista fija en sus labios. 


—No me beses; necesito tiempo para pensar —protestó Paula.


—No quiero que pienses demasiado. Podría ser malo para mí —replicó él, metiendo las manos por debajo de su espalda y bajándole la cremallera del vestido, para un segundo después desabrocharle el enganche del sujetador sin tirantes que llevaba debajo.


—Oh, Pedro, no deberíamos... —comenzó. Pero, sin embargo, cuando Pedro le bajó el vestido hasta la cintura, y deslizó las manos sobre sus senos, de sus labios escapó un gemido de placer. Sus pechos parecían más sensibles que de costumbre. Pedro los acarició levemente por los lados, dibujando luego círculos concéntricos con los dedos que se acercaban a los pezones pero no llegaban a tocarlos.


—¿Quieres que pare?


—Oooh, Dios, es tan... —jadeó Paula, mordiéndose el labio cuando Pedro frotó la yema de un pulgar contra un pezón.


—¿Agradable? —inquirió él, bajando la cabeza para besarla suavemente.


—Sí —respondió ella, sintiéndose como si cada terminación nerviosa de su cuerpo estuviera vibrando de actividad.


Mientras volvía a besarla y sus lenguas danzaban la una con la otra, Pedro tiró de sus pezones endurecidos con los dedos, y Paula sintió una explosión de calor y humedad entre las piernas.


—Oh, Pedro, me haces sentir tan bien...


—Y puedo hacerte sentir aún mejor—le prometió, agachando la cabeza hacia uno de sus senos.


Cerrando la boca sobre la areola lamió el pezón y succionó, haciéndola retorcerse debajo de él mientras sus manos le recorrían los costados.


Paula inhaló el sutil aroma de su aftershave, y sintió cómo su excitación se disparaba, y cuando Pedro se incorporó un poco no pudo reprimir un gemido.


—No pares por fav...


No le dio tiempo a terminar la frase. La traviesa boca de Pedro se paso al otro seno, pero el que acababa de dejar no quedó desatendido, ya que una mano ascendió hasta él para prodigarle de nuevo caricias con el pulgar y el índice.


Cuando succionó la areola, esa vez con más intensidad, la excitación entre las piernas de Paula aumentó, y sus continuadas atenciones llevaron la tensión al límite en ese punto.


A Paula le parecía que el corazón iba a salírsele del pecho, y no podía estarse quieta. Pedro tiró del pezón que estaba estimulando con la mano, y succionó el otro seno de un modo tan sensual que Paula se sorprendió alcanzando inesperadamente el orgasmo.


Aspiró hacia adentro sobrecogida por la repentina sensación. ¿Se debería aquello a su estado?, se preguntó intentando recordar si había leído algo al respecto en alguno de los libros que había comprado sobre el embarazo.


 Tenía la cabeza mareada y su cuerpo todavía estaba temblando de placer.


—Mm... ha sido... mm... —balbució alzando la vista hacia los ojos de él.


Pedro entornó los ojos divertido.


—Ha sido una verdadera sorpresa —dijo en un tono de voz profundo que la hizo derretirse—. Me ha gustado mucho. Y ahora, si consigo quitarte el resto de la ropa quizá podamos seguir...


Un zumbido procedente del bolsillo de su pantalón lo interrumpió. Pedro bajó la vista y el zumbido volvió a sonar. Visiblemente contrariado, miró a Paula a los ojos.


—Diablos, la vida era más fácil antes de que se inventaran estos chismes —farfulló—. En fin, supongo que al menos debería comprobar de quién se trata.


Sacó su teléfono móvil del bolsillo y miró la pantalla.


—Es Marcos —murmuró—. Tengo que contestar, pero volveré contigo enseguida —le dijo dándole un beso rápido, pero cargado de sensuales promesas—. No te vayas.


—Como si pudiera irme a ningún sitio —susurró ella mientras él se levantaba.



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