viernes, 10 de agosto de 2018
LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 10
A pesar de los esfuerzos de Pedro por convencerla para que no se fuera, Paula dejó Crofthaven y él se pasó el fin de semana echándola de menos. El martes, como había acordado con Adrian, se reunieron en D&D, una cafetería del casco histórico de Savannah perteneciente a la cadena del mismo nombre de la que su hijo era socio.
—Parece que el negocio va bien —comentó Pedro mirando en derredor mientras removía su café.
—Sí, la verdad es que sí. Esta nueva mezcla que hemos sacado se está vendiendo tan bien que estamos teniendo que reponer las existencias constantemente. Supongo que ahora, con la llegada de las navidades y el ajetreo de las compras la gente necesita una inyección extra de cafeína. Pruébalo y dame tu opinión.
Pedro levantó su taza y tomó un sorbo.
—No está mal —respondió—. Tiene un sabor peculiar... ¿canela?
—Exacto.
—Vaya, eso significa que no todas mis papilas gustativas han muerto —dijo su padre con una sonrisa. Adrian frunció el entrecejo.
—¿Qué se supone que quiere decir eso? ¿Tienes algún problema de salud?
—Sí, se llama «envejecer». Con los años el gusto se va perdiendo, igual que el oído, la vista...
—Mmm... —murmuró Adrian pensativo—. ¿Tiene esto algo que ver con Paula?
Entonces fue Pedro quien frunció el entrecejo.
—¿Por qué lo preguntas?
Adrian se encogió de hombros.
—Bueno, es que Ian me dijo que a él le parece que tu interés por Paula va más allá de lo estrictamente profesional. ¿Oiremos campanas de boda?
—¿Qué estás diciendo, Adrian? Paula es casi veinte años más joven que yo.
—Sí, pero tú te cuidas. Por tu aspecto nadie diría que tengas la edad que tienes. Además es posible que a ella no le interesen los hombres jóvenes.
—No veo por qué no habrían de interesarle —contestó Pedro tomando otro sorbo de café.
—¿Estás tratando de convencerme a mí, o de convencerte a ti mismo? —le espetó Adrian perdiendo la paciencia—. Si el propósito de que quedáramos hoy a tomar café era recibir mi bendición respecto a una relación personal con Paula, cuentas con ella, papá.
Pedro se quedó sin habla por un momento.
—El propósito de quedar hoy aquí era pasar un rato juntos para poder charlar, nada más —le dijo finalmente—. ¿Por qué diablos piensas que esto tiene algo que ver con Paula?
—Pues por eso que me comentó Ian, y porque me dijo que le contaste que mamá y tú no fuisteis muy felices.
Pedro suspiró.
—¿Te ha relatado toda nuestra conversación?
—Bueno, sí —admitió Adrian—. Ninguno tenemos una relación estrecha contigo, así que cuando uno consigue asomarse a esa ventana que casi siempre tienes cerrada, luego lo comparte con los demás.
—¿Os sigo resultando igual de inaccesible ahora que sois mayores?
—Sí y no —respondió su hijo—. Durante todos estos años para nosotros has sido como un mito, un coloso, y ninguno de nosotros cuestionó jamás tus logros, pero me sorprendió enterarme, también por Ian, de que habías tenido problemas con los estudios. Fue reconfortante saber que no eras perfecto en todo.
—Eso mismo dijo Paula cuando supo que era disléxico —respondió Pedro—. Lo descubrió por accidente una noche, a las tres de la madrugada, cuando estábamos repasando un discurso y al leerlo a mí no hacían más que trabucárseme las palabras. En parte era por el cansancio, pero ella intuyó que había algo más, y al final acabé confesándoselo.
Adrian estaba mirándolo boquiabierto.
—¿Eres disléxico?
—Así es —asintió Pedro, sintiéndose vulnerable, pero también aliviado—. Por eso me aseguré de que todos tuvierais tutores si los necesitabais.
—Y Paula lo descubrió... —repitió Adrian, que todavía no acababa de creérselo—. Bueno, desde luego puede decirse que no se le escapa nada. Es la clase de mujer a la que sólo un tonto dejaría escapar, igual que Selene. Tuve que recurrir al ingenio para que me concediera una cita, pero valió la pena.
Curioso, Pedro miró a su hijo a los ojos.
—¿Al ingenio? ¿Qué quieres decir?
—Pues, como no tenía su número de teléfono, se me ocurrió dejarle un mensaje en el tablón—explicó Adrian, señalando con la cabeza el tablón de anuncios que había en la pared junto a la entrada—. Tengo entendido que ha surgido más de una historia de amor gracias a él.
Pedro sacudió la cabeza divertido ante las tácticas de su hijo. Él siempre había preferido ser directo.
—Bueno, pero basta de hablar de mí —le dijo—. ¿Cómo van los preparativos para la boda? ¿Y cómo se encuentra Selene?
—La boda es el doce de diciembre a las siete de la tarde... por si acaso has olvidado anotarlo en tu agenda.
Pedro advirtió el tono cínico en la voz de su hijo. Era obvio que pensaba que nunca se preocupaba por nada que le concerniera; pero se equivocaba.
—Ya lo sabía —le dijo poniéndose serio—. Adrian, yo... siento no haber estado a tu lado cuando te he hecho falta. Ahora ya eres un hombre hecho y derecho, un hombre de éxito, y no me necesitas, pero si en algún momento pudiera ayudarte en cualquier cosa... me sentiría muy honrado si me llamases.
Adrian bajó la vista, y cuando volvió a alzarla miró a su padre con un cierto escepticismo.
—¿Por qué este cambio? —inquirió.
Pedro esbozó una sonrisa triste.
—Llevo demasiado tiempo huyendo. Hasta ahora creía que lo que estaba haciendo era correr hacia el próximo desafío, pero me he dado cuenta de que en buena parte estaba huyendo de mis errores, y a menos que te enfrentes a los problemas, no podrás solucionarlos.
—Es un poco tarde para eso —dijo Adrian.
Pedro sintió una punzada en el pecho.
—Lo sé, pero el remordimiento habría estado devorándome por dentro hasta el día de mi muerte si no lo intentaba al menos.
Adrian se quedó callado largo rato.
—Bueno, es posible que, a pesar de lo que dice el refrán, el perro viejo sí pueda aprender un par de trucos nuevos. El tiempo lo dirá.
—El tiempo lo dirá —repitió su padre. Pedro había imaginado que Adrian no iba a perdonarlo sólo porque hubieran quedado a tomar un café y él se hubiera disculpado, pero al menos era un comienzo.
—Gracias por hacerme un hueco en tu agenda —le dijo esbozando una sonrisa.
—Quizá podríamos repetirlo otro día —dijo Adrian vacilante. La sonrisa de Pedro se hizo más amplia.
—Me encantaría.
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