viernes, 6 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 36




Les adjudicaron una mesa en el porche acristalado, un cómodo lugar desde donde había una fantástica vista del lago Michigan. Durante la cena hablaron de los viejos tiempos y de los viejos amigos, y por un momento Pedro pudo imaginarse cómo sería la vida entre ellos cuando solucionaran todos sus problemas.


Esperó a que les recogieran la mesa para darle el collar.


—Tengo algo para ti —dijo, sacando la caja del bolsillo y poniéndosela delante.


A Paula se le encendieron ligeramente las mejillas.


—¿De verdad es para mí?


Él asintió. Paula parecía tan asombrada que Pedro se preguntó si todos los tipos con los que había salido se habrían enfrentado al mismo problema: no saber qué regalarle a una mujer que lo tenía todo.


Paula abrió despacio la caja, y después pasó suavemente un dedo por el collar. Su evidente placer le resultó a Pedro muy gratificante.


—Es precioso, y tan delicado...


—Era de mi madre —dijo Pedro, sintiendo la garganta seca.


—¿De tu madre? —repitió ella. De repente, Paula pareció consternada—. Pedro, no puedo aceptarlo.


—¿Por qué?


Ella bajó la mirada hacia el mantel, y luego volvió a mirarlo a él.


—Debería quedarse en tu familia. No sería justo que yo lo aceptara.


—Pero tú eres la mujer que quiero que lo tenga.


—Yo... me voy el domingo —dijo en un impulso—. ¿Recuerdas que te dije que tenía un problema en el trabajo? —él asintió con la cabeza—. Tengo que solucionarlo ahora. Mi vida va a estar patas arriba durante una temporada. No sé cuánto tiempo pasará hasta que pueda volver a Michigan y, además, comprendo que estés muy ocupado con tu trabajo y las clases. Es... un mal momento. Para los dos.


Paula cerró la caja y se la devolvió. Pedro la dejó sobre la mesa. Si no hubiera leído el e-mail de Paula y la búsqueda que había estado haciendo en Internet, pensaría que lo estaba rechazando. Pero lo había hecho, y reconocía las palabras de Paula como una oportunidad que le estaba dando para que él abandonara la relación.


El problema era que él no tenía intención de hacer eso. La curiosidad y la sensación de que estaban jugando a una especie de política arriesgada lo llevaron a preguntar:
—¿Y si yo quisiera ir a Florida?


Ella pareció estar a punto de echarse a llorar.


—No lo sé, Pedro. Como te he dicho, tengo muchas cosas que solucionar. Esperemos y veremos qué ocurre.


Pedro sabía que aquella cena le había dejado una moraleja. Los chicos malos no merecían ser felices. Tomó el collar y se lo metió en el bolsillo.


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