viernes, 6 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 37




La cena se terminó y Paula tuvo la sensación de que su fantasía de una vida idílica en Dollhouse Cottage también había acabado. Pero Pedro era un hombre generoso, lo suficiente como para mantener una conversación animada cuando en realidad los dos se habían quedado sin palabras.


—Vamos a dar un paseo hacia el lago —sugirió él—. El sol se pondrá pronto.


Paula asintió, ya que no estaba preparada para volver a la casa. No había planeado decirle a Pedro tan pronto que se marchaba, pero cuando había intentado regalarle el collar de su madre, no había tenido alternativa. Aceptarlo no habría estado bien, ni tampoco involucrar a Pedro en sus problemas.


Se dirigieron a una zona de la playa con un pequeño paseo marítimo que quedaba al oeste del Nickerson Inn. Mientras caminaban, Paula sintió la necesidad de tomar la mano de Pedro o de agarrarlo del brazo, cualquier cosa para recuperar la conexión que parecía estar desvaneciéndose. Cuando entraron en el muelle, encontró la excusa perfecta para hacerlo.


—¿Te importa? —preguntó, tomándolo de la mano—. Los tacones altos y yo no nos llevamos muy bien.


El le apretó la mano y después se la puso en su brazo. Pasaron junto a un grupo de pescadores y otras parejas que también paseaban. Algunos saludaron a Pedro, y él les devolvió el saludo.


Al final del muelle se quedaron un poco apartados de un grupo que estaba contemplando la puesta de sol.


—¿A qué hora tienes planeado irte el domingo? —le preguntó Pedro en voz baja.


Ella no quería hablar de eso. Ya había hecho bastante por arruinar sus últimas horas en el pueblo.


—No lo sé... Tal vez a media tarde.


Apareció más gente que se reunió en el muelle a ver el atardecer. Paula empezó a sentirse fuera de lugar y, aparentemente, Pedro también.


—Volvamos a tierra —sugirió él.


Cuando pasaron junto a una zona de picnic, Paula dudó. En una de las mesas había sentados un hombre y una mujer. Él estaba ojeando una revista y ella hablaba por el móvil. 


Paula estaba segura de que no había visto antes al hombre, pero la mujer le resultaba vagamente familiar. Al pasar junto a ellos, Paula la observó con detenimiento. Mediana edad, pelo castaño, expresión anodina...


Pensó que sería alguien a quien le había enseñado alguna casa pero, cuando hubieron caminado algunos metros, se detuvo y miró hacia atrás. Al reconocerla sintió como si alguien le hubiera dado un puñetazo. Su pierna mala le falló un poco y sintió que se le doblaba el tobillo.


Pedro la sostuvo.


—¿Estás bien?


—Lo siento. Estúpidos zapatos... —murmuró, intentando parecer casual.


Había visto a aquella mujer hacía tan sólo unos días, pero a miles de kilómetros de distancia... en Coconut Grove. Paula estaba casi segura de que era la misma mujer a la que había visto en la furgoneta azul la noche que Roxana había desaparecido.


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