miércoles, 6 de junio de 2018
THE GAME SHOW: CAPITULO 2
Cuatro semanas más tarde...
—Sí, voy a hacerlo. Voy a ir a Me pongo en su lugar.
Paula no podía creerse que lo hubiera dicho, pero estaba encantada del parpadeo de sorpresa que su anuncio había producido en el vicepresidente de Danbury's. En ese momento no le importaba que ir a ese programa fuera lo último que quería hacer en su vida. Ya lo pensaría más tarde y seguramente se arrepentiría, pero quería saborear su victoria, aunque fuera minúscula.
Ella se convenció de que su repentina decisión de participar en el programa era sólo una cuestión de orgullo y de que no tenía nada que ver con que el pulso se le disparara cada vez que su jefe la miraba, por muy arrogante y fastidioso que Pedro Alfonso fuera. Era una cuestión de nervios y ella era nerviosa.
Estaban sentados en la sala de reuniones del edificio Danbury's. En otras circunstancias, Paula podría haber disfrutado de las impresionantes vistas, pero en ese momento estaba demasiado tensa. Tenía un vacío en el estómago desde que recibió la llamada de Pedro Alfonso para que fuera a la oficina principal a la mañana siguiente.
No le había dado ningún motivo, pero el tono había sido casi severo. Ella se había pasado casi toda la noche sin pegar ojo al pensar que estaban a punto de despedirla. La semana anterior había llegado tarde dos veces. En ese momento, tampoco estaba segura de que fuera tan malo que la despidieran después de lo que acababa de hacer.
Los asesores legales y otros representantes de Me pongo en su lugar estaban sentados a un lado de la enorme mesa y Pedro, los abogados de Danbury's y una secretaria, al otro. Paula, cuando entró y vio el ceño fruncido de su jefe, se sentó en la silla que estaba más cerca de la puerta. Durante los veinte minutos anteriores, la productora del programa había sido la única en hablar y en marcar la pauta. Sylvia Haywood se movía por la sala de reuniones con la confianza de un general de cinco estrellas.
—¡Va a hacerlo! Es fantástico.
Casi ni se tomó un respiro antes de pasar a explicarle los pormenores del programa con una voz áspera que Paula habría asegurado que era el resultado de fumarse dos cajetillas de tabaco al día. Súbitamente, se calló y clavó la mirada en Paula.
—Tiene hijos, ¿verdad?
—Dos hijas.
—Mmm, eso no funciona.
Paula se quedó atónita por la franqueza de aquella mujer.
—Tampoco voy a deshacerme de ellas para hacer un programa de televisión…
—No me refiero a eso —Sylvia se pasó la mano por el pelo—. Tienen que vivir en casa del otro y adoptar todos los aspectos de su vida. Eso funciona mejor con personas solteras.
—No estoy casada —explicó Paula.
—Ya, pero tiene hijas. ¿Qué le parecerá dejarlas al cuidado de él durante un mes?
Paula sacudió la cabeza con firmeza.
—Ah, no. Ni hablar. Mis hijas van conmigo.
—Eso desvirtúa completamente el programa. Él tiene que meterse en su piel. Es madre soltera y eso tiene que suponer mucho estrés y originar muchas complicaciones para usted, sobre todo cuando trabaja a jornada completa y va a clase por la noche.
—No tiene ni idea —farfulló Paula.
—No, señorita Chaves, el que no tiene ni idea es él —Sylvia señaló a Pedro.
—Bueno, pues no voy a dejar a mis hijas con un desconocido.
—Señorita Chaves, el equipo de rodaje estará allí casi todo el tiempo —le aclaró Sylvia—. Además, si se siente más tranquila, puede enviar a su niñera siempre que se mantenga en un segundo plano y no se ocupe de las cosas habituales de las niñas. Sus hijas estarán seguras y bien atendidas.
—No. Yo soy la responsable de mis hijas.
Sylvia suspiró.
—¿No pueden quedarse un mes con su padre?
—No sé dónde está —reconoció Paula con cierto bochorno.
—¿No sabe dónde está? ¿Qué pasa con la manutención? —le preguntó Pedro.
Eran las primeras palabras que pronunciaba desde que había entrado en la habitación. El tono no era crítico sino, más bien, de preocupación. Aun así Paula se alteró porque le había recordado lo poco que sus hijas y ella le habían importado a su ex marido.
Kevin había desaparecido cuando todavía estaba embarazada. Nunca conoció a Chloe. La última vez que lo vio fue en un tribunal cuando dividieron sus escasas pertenencias y disolvieron el matrimonio. Él ni siquiera solicitó la custodia o pidió un régimen de visitas.
Sencillamente, se despidió.
—Tengo entendido que se fue a otro Estado al poco tiempo de nacer Chloe.
Paula no explicó que se fue con su novia, que no había cumplido los veinte años, por la que tiró por la borda nueve años de matrimonio.
—Debería hacer que alguien le siguiera la pista —insistió Pedro—. Puedo ponerle en contacto con un buen abogado.
Paula levantó la barbilla con orgullo.
—Soy perfectamente capaz de mantener a mis hijas, gracias.
—No estaba insinuando que no lo fuera, pero su padre tiene la responsabilidad de…
—¿Responsabilidad? —Paula soltó una carcajada irónica—. Le aseguro que Kevin no sabe el significado de esa palabra.
—¡Ya está! Ya sé cómo podemos hacer que funcione el programa —los interrumpió Sylvia para alivio de Paula—. Tendremos que adaptar un poco las reglas, pero creo que será un giro muy interesante que gustará a los espectadores.
—Adaptar las reglas, ¿cómo? —preguntó Paula.
—Usted podrá pasar los fines de semana con sus hijas siempre que se lo permita el trabajo. Seguramente no utilicemos mucho de lo grabado en esos momentos, pero el señor Alfonso tendrá que participar y él tendrá que ocuparse de las tareas del hogar y de los problemas que surjan.
Durante la semana, podrá colarse en el apartamento alrededor de medianoche, siempre y cuando se vaya antes de las ocho de la mañana.
Pedro se puso tenso.
—Mmm, ¿dónde me meteré yo?
—Doy por supuesto que ella tiene un sofá —contestó Sylvia con una ceja arqueada—. Tendrá que quedarse ahí.
Paula tragó saliva, pero tuvo la satisfacción de ver que Pedro hacía lo mismo.
—Él… no puede quedarse en mi apartamento —espetó Paula—. ¿Qué pensarían las niñas?
—Tiene razón. No sería… adecuado —opinó Pedro.
—Esa parte no se emitirá —Sylvia se apoyó en la mesa y los miró con cierta desesperación—. Somos todos adultos y esto no debería ser un problema. Ustedes no tienen una relación sentimental ni este programa es La isla de las tentaciones. Es la última concesión que pienso hacer.
Claro que no tenían una relación sentimental. Casi ni se conocían y lo que Paula sabía de Pedro Alfonso Tercero no le gustaba. Aun así, lo de tener a un hombre en su apartamento por la noche…
—No lo sé —dijo ella.
—La recompensa es medio millón de dólares, señorita Chaves.
Paula miró a Pedro. Sylvia ya había explicado que si él ganaba, el programa de televisión haría una generosa donación a la obra benéfica que Danbury's eligiera. Él no tenía nada que perder y Danbury's recibiría una considerable publicidad gratis. ¿Si perdía ella, qué conseguiría? Sylvia adivinó lo que estaba pensando.
—Está yendo a clase por la noche, ¿verdad?
—Sí. Quiero sacarme el master en Administración de Empresas.
—Ésta podría ser la mejor ocasión que tenga en su vida para demostrar su capacidad de gestión. Considérelo como una forma de presentarse a todas las empresas del país. Al último ganador lo entrevistaron en los programas más importantes de la televisión y fue portada de la revista Time. Incluso al perdedor lo entrevistaron en varios programas.
Paula tenía que reconocer que su porvenir en Danbury's no era muy prometedor. No sólo porque el director de personal estuviera contratando a familiares y no hiciera caso de sus solicitudes. Miró a su jefe y tomó aire.
—De acuerdo.
—Perfecto. Les asignaremos un equipo de grabación a cada uno de ustedes. Tendrán cierta intimidad, el cuarto de baño, ciertos asuntos económicos… pero se grabará todo lo demás. No se emitirá todo lo que grabemos. Se hará un montaje con los momentos más señalados. Naturalmente, tendrán que firmar una renuncia a reclamaciones legales. Pueden pedirse consejo o ayuda, pero lo principal tiene que deducirse —los miró a los dos—. No debería ser un inconveniente, pero si colaboran demasiado se les descalificará.
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