jueves, 28 de junio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 11




Pedro estaba comenzando a dominar su actitud cuando su jefe y hermano, Carlos, entró en la comisaría. Pedro no estaba de humor para hablar, así que fingió estar concentrado en la pantalla de su ordenador.


Pero Carlos no se dio por aludido y, en vez de sentarse en su propia silla, lo hizo en la que Pedro tenía enfrente.


—¿Por qué Paula Chaves está en tu casa? —preguntó directamente.


—¿No tenías que estar en la reunión del Ayuntamiento? Creí que teníais que discutir el presupuesto del departamento.


Carlos miró su reloj.


—No empieza hasta dentro de media hora. Esas mujeres que salen a pasear cada mañana han visto hoy, muy temprano, un coche con matrícula de Florida aparcado frente a tu casa. Así que cuéntamelo todo.


Pedro puso los ojos en blanco. Esas mujeres se pasaban el día cotilleando. En cuanto se enteraban de algo, ya lo sabía todo Sandy Bend.


—¿Qué has hecho? ¿Comprobar el número de la matrícula?


—No, vi a Paula caminando por la calle e hice la deducción lógica. Un Mercedes más una rubia igual a...


Problemas. Pedro habría deseado que Paula hubiera desaparecido sutilmente en vez de pasear su precioso trasero por la ciudad. La vida ya era suficientemente complicada.


—No hay nada que contar. Además, ella tenía que haberse ido ya.


—¿Quieres decir que fue a tu casa para quedarse sólo una noche?


Pedro se encogió de hombros.


—Algo así.


—Ah. Interesante.


—Mira, tengo muchas cosas que hacer antes de la comida.


Carlos sonrió.


—Dios me libre de distraerte de tu trabajo —se levantó y se dirigió a su propia mesa—. Si quieres hablar, aquí estoy.


A Carlos le encantaba ser policía. Pedro no tenía ninguna duda de que su hermano mayor llegaría a ser jefe de la comisaría, igual que había sido su padre. Pero, al contrario que su padre, que se había mudado a Sedona, en Arizona, y se había vuelto a casar después de haber sido viudo durante varias décadas, Pedro también estaba seguro de que Carlos nunca abandonaría Sandy Bend.


Por otra parte, él mismo sí que tenía esperanzas de marcharse. Tal vez fuera el síndrome del hijo mediano, pero nunca se había sentido completamente a gusto allí, como si no conectara con la ciudad.


—Entonces, ¿has conseguido besarla por fin? Ya sabes que siempre has querido hacerlo —dijo Carlos desde su sitio.


—No tanto como siempre he querido que tú me besaras el...


Carlos se rió.


—No dejes que esta vez te atrape, ¿de acuerdo? —dijo Carlos.


—Demasiado tarde —murmuró Pedro.


—Maldición —respondió su hermano—. Espero que se haya ido.


Pedro esperaba, de forma extraña y masoquista, que no lo hubiera hecho.




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