domingo, 24 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO FINAL




Pedro, que estaba hablando con el hombre que le había detenido, no la vio llegar a su lado. Sin embargo, Crystal, que sí la había visto, fingió no verla; parecía decidida a llevárselo fuera de allí.


—Oye, Pedro, ¿no crees que podríamos marcharnos sin que nos vieran? —oyó Paula decir a Crystal.


—Crystal, qué sorpresa volver a verte —dijo Paula.


Entonces, Pedro se volvió rápidamente hacia ella.


—Oh, Pedro, estoy encantada de que hayas terminado tu libro.


—¡Paula! Te he estado buscando. Te he visto un momento, pero luego has desaparecido. ¿Adonde has ido?


—Oh, sólo a charlar con una persona un rato.


—Mientras nosotros estábamos aquí hablando 
del libro de Pedro —interrumpió Crystal que, a continuación, se volvió hacia Pedro ignorando la presencia de Paula—. Imagínate cómo va a ser la respuesta del público después de una verdadera promoción si ahora, sin haberle dado publicidad, la gente reacciona de esta manera.


—Por lo que yo sé —dijo Paula mirando a Pedro con adoración—, el libro va a venderse solo.


—¿Eso viniendo de ti, encanto? —Pedro arqueó las cejas con expresión burlona, recordándole otras cosas que Paula había dicho.


—Eso demuestra lo poco que sabes sobre promoción de libros que se publican —dijo Crystal secamente—; pero, afortunadamente, yo sí entiendo de esas cosas y ya he empezado mi trabajo. Oh, Pedro, has dicho que ibas a enseñarme el sitio donde has escrito ese libro maravilloso.


Crystal deslizó un brazo por el de Pedro y añadió:
—Por favor, Paula, discúlpanos.


—Por supuesto —contestó Paula con voz dulce mientras se colocaba al otro lado de Pedro como si estuviera dispuesta a seguirlos.


Pero consiguió tropezarse «accidentalmente» y tiró el contenido de su copa encima de Pedro.


—¡Oh, Dios mío, qué torpeza! Lo siento, Pedro. Ven, deja que te seque.


Ignorando el gemido de Crystal, Paula le agarró la mano y tiró de Pedro hacia lo que esperaba fuese la cocina. Lo era. Allí, pasó por delante de un camarero de camino al fregadero y abrió el grifo del agua fría.


No podía mirar a Pedro, estaba demasiado avergonzada. Quería haber sido sofisticada y agresiva, pero lo único que había conseguido era ponerse en evidencia dejando bien claro que era una torpe. Y lo más seguro era que le hubiera estropeado el traje.


—Ha sido un truco muy evidente —dijo Pedro mientras Paula trataba de limpiarle la chaqueta con un trapo mojado.


—¿Truco?


Paula se mordió los labios e intentó adoptar una expresión inocente.


—Y lo has hecho al revés —explicó él en tono solemne—. Si quieres apartarme de una mujer, se supone que le tienes que tirar la copa a ella… ¡no a mí!


—Perdona —contestó Paula realmente avergonzada—. Sólo quería que tú… 


En ese momento, Pedro le quitó el trapo, lo tiró encima del mostrador de la cocina y la abrazó.


—¿Que te hiciera esto? —preguntó antes de besarla.


Fue un beso de extrema ternura, pero con un toque de pasión y una promesa, y a Paula le dio un vuelco el corazón. Le rodeó el cuello con los brazos y, durante unos momentos, se olvidó de los camareros que se miraban y sonreían maliciosamente.


—Si te casas conmigo, no tendrás que tomarte tantas molestias —le dijo Pedro—. Lo único que tendrás que hacer es mirarme con esos ojos azules e iré corriendo como un perrito.


—Sí, sí, sí. Te quiero, Pedro. Te quiero de verdad.


—Y yo también te quiero —Pedro miró a su alrededor y se dio cuenta de que no estaban solos—. Oye, ¿te gustaría venir conmigo a la casa de los huéspedes para ver dónde he escrito ese maravilloso libro?


Más tarde, sentados en el sofá delante de la chimenea, Paula se recostó más cómodamente en el hombro de Pedro y hablaron de su futuro juntos.


—Por supuesto, Alicia puede venir con nosotros si lo desea —dijo Pedro—, ¿Crees que le gustaría vivir en Londres?


—No. Creo que preferirá quedarse aquí —respondió Paula con expresión ensoñadora.


—¿En serio? —Pedro pareció sorprendido.


Paula se incorporó en el sofá.


—Oh, Pedro, Alicia no es la misma. Quería decirte que tenías toda la razón del mundo, ese trabajo ha sido maravilloso para ella.


—Sí, pero… —Pedro se movió incómodo—. No sé, puede que se canse y…


—Oh, no, no está cansada en absoluto. Le encanta el trabajo y le horroriza la idea de tener que decirles que lo va a dejar.


—¿Que lo va a dejar?


—Sí. Verás, Dexter Diamon… bueno, es el comentarista de las partidas de bridge en el periódico y le ha ofrecido un trabajo como ayudante. Y, como supondrás, Alicia está encantada. Pero hay otra cosa, Pedro, sospecho que se trata de algo más que del bridge. ¡Deberías ver cómo la mira Dexter!


Paula sacudió la cabeza antes de añadir:
—No, no creo que a Alicia le apetezca ir ahora a Inglaterra.


—Vaya, vaya, vaya —Pedro sonrió con satisfacción—. Las cosas siempre acaban solucionándose.


—No, eres tú quien hace que se solucionen. Fuiste tú quien hizo que me operase y quien me hizo enviar los diseños, y también fuiste tú quien le hizo aceptar ese trabajo a Alicia. Y… ¡Oh, Dios mío! —Paula sacudió la cabeza fingiendo temor—. ¿Cómo voy a soportar estar casada con un autoritario que lo sabe todo?


—Creo que lo soportarás —le dijo Pedro con voz dulce—. Si eres lo suficientemente lista como para, en un restaurante, ir y elegir al hombre que quieres completamente ciega, creo que conseguirás hacer con él lo que quieras.


—Eso es exactamente lo que hice, ¿verdad? —Paula se echó a reír y se arrojó en sus brazos. -Y tuve mucha suerte. Mucha, mucha suerte.


—Y yo también, mi amor, yo también.




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