domingo, 17 de junio de 2018
AT FIRST SIGHT: CAPITULO 2
Eso era difícil. Paula sabía que jamás sería tan hermosa ni tendría el encanto de su madre.
Además, sentía casi reverencia por Spencer, el rico hombre de negocios del que Jorge tanto hablaba. A los treinta y cinco años, Spencer era un mago de las finanzas. ¿Cómo podía ella hacer que un hombre así se interesase por una pequeña tienda de vestidos? Sin embargo, era una cuestión de vida o muerte y por eso tenía que intentarlo.
—He oído hablar tanto de usted… —le había murmurado aquella tarde cuando Jorge los presentó.
Había tratado de comportarse como Alicia lo habría hecho y, para su sorpresa, las primeras palabras de Spencer fueron:
—Jorge, ¿dónde has tenido escondida a esta preciosidad hasta ahora? —le había hablado con tal admiración que Paula se ruborizó al instante.
—Ha sido muy amable al aceptar mi invitación a cenar, señorita Chaves. Esto hace que mi viaje a California valga mucho más la pena —después de ayudarla a sentarse a la mesa, añadió—: A propósito, Jorge, ¿no tenías que irte ya a firmar ese contrato?
—Ahora mismo me marcho —respondió Jorge—. Pau, volveré a recogerte a las once. Disfruta la cena.
Después, para consternación de Paula, Jorge se marchó con sus gafas en el bolsillo.
«No puedo esperar más», se dijo a sí misma ahora, mientras el camarero servía el café. Era su única oportunidad. Si no sacaba el tema ya…
—Señor Spencer —dijo tímidamente cuando el camarero se hubo retirado—, me gustaría pedirle consejo sobre una cosa.
No lo estaba haciendo bien, no era lo apropiado pedirle consejo cuando lo que realmente quería era su dinero.
—Por supuesto, querida.
—He estado pensando en… Verá, yo vivo en Roseville, a unos cuarenta y cinco minutos de Sacramento. Es un barrio residencial —Paula titubeó, bebió un sorbo de café y continuó—. Es un lugar excelente para una tienda de modas.
Se refería a las bases militares cercanas y a las nuevas empresas. Hablaba del creciente número de mujeres que realizaban un trabajo cualificado y a las esposas de los ejecutivos que vivían allí y se veían forzadas a ir a Sacramento o a San Francisco a hacer las compras. Su entusiasmo aumentó, olvidándose de su reverencia a Spencer y de comportarse como Alicia. Era Paula, típicamente franca y directa.
—Bien, señorita Chaves, ya veo que ha meditado mucho sobre este proyecto.
—Sí.
Paula se inclinó hacia él y deseó poder verle el rostro. Había empleado un tono de voz neutral, por lo que no sabía si estaba aburrido, interesado o indiferente.
—Me ha pedido mi opinión y, con franqueza…
Spencer se interrumpió debido a que, en ese momento, el camarero apareció con los postres y los cafés. Después, continuó.
—Veamos… una tienda pequeña… Verá, antes de embarcarse en una aventura así, es necesario estudiar la situación.
—Sí —Paula tomó con fuerza el tenedor y respiró profundamente.
—Si echase un vistazo a las estadísticas, vería que semejantes tiendas fracasan en un ochenta por ciento. Vaya, esta tarta de queso es deliciosa. Buena elección. A propósito, aún no la ha probado.
—¡Oh! —Paula se llevó un trozo pequeño a la boca y le supo a goma, pero consiguió tragárselo—. ¿Así que no le parece una buena idea?
—Para empezar, los establecimientos pequeños no pueden competir, ni en volumen ni en precios, con los grandes almacenes.
—Ya —no se le había ocurrido pensar en eso.
—Además, fíjese en los clientes potenciales. Mujeres que viven en comunidades pequeñas como Roseville… eso es lo que ha dicho, ¿no?
Ella asintió.
—En mi opinión, en vez de parecerles una pesadez, a semejantes mujeres les gusta un día de excursión a la ciudad. Es más, esto les ofrece una buena variedad de tiendas y almacenes. No querida, creo que semejante negocio sería un fracaso.
—¿Aunque la tienda tuviera prendas especiales?
—¿Como cuáles?
—He pensado en vestidos de diseño exclusivo.
—¿Y cómo lo conseguiría?
—Bueno… yo diseño ropa y, a veces…
—¡Vaya! —exclamó él como si le alegrase el cambio de tema de conversación—. Dígame, ¿cómo es que una chica tan bonita como usted encuentra tiempo para dedicar a una afición?
—Lo consigo. Verá, me gusta diseñar y…
—Y cualquiera encuentra tiempo para algo que le gusta, ¿verdad? Dígame, ¿qué otras aficiones tiene?
—Bueno, yo…
Paula se interrumpió. ¿Una chica tan bonita? No le parecía serlo.
—¿Con qué frecuencia va a Nueva York, señorita Chaves… Paula?
—¿A Nueva York? Nunca he estado allí.
—¡Eso sí que es una vergüenza! Debe ir, lo digo en serio. Siento mucho haber venido aquí por tan poco tiempo, pero me gustaría verla más. Quizá podamos arreglar un viaje a Nueva York. Me encantaría enseñarle la ciudad. Escuche, ahora están estrenando nuevas obras de teatro en Broadway y… Oh, ahí viene Jorge. Jorge, le he dicho a esta joven que tiene que venir a Nueva York.
A Paula le alegró ver a Jorge. Quería quitarle sus gafas y salir de allí cuanto antes. Pero Jorge se sentó y pidió un café, por lo que a Paula no le quedó más remedio que sonreír y charlar de cosas que no le interesaban durante otra media hora antes de poder escapar.
—Gracias por la cena, señor Spencer —dijo ella cuando, por fin, se dispusieron a salir—. Ha sido una velada encantadora.
—Sí, lo ha sido. Y, desde luego, no va a ser la última vez que cenemos juntos. Jorge, tienes que convencer a esta mujer encantadora de que venga a Nueva York. ¿Sabías que nunca ha estado allí? Tendremos que enseñarle la ciudad.
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