domingo, 17 de junio de 2018

AT FIRST SIGHT: CAPITULO 1



Se dio cuenta de que se había equivocado de mesa al oír la voz del hombre; pero, para entonces, ya se había sentado en la silla que él le había ofrecido y se había quitado el zapato que la estaba matando.


—Ha sido muy amable al sentarse a mi mesa —la voz era profunda y ronca, y el acento británico.


Paula casi no lo escuchó. Le preocupaba no saber dónde estaba su mesa, jamás debería haberse dejado las gafas en casa.


—Lo siento. Por favor, discúlpeme —se inclinó hacia él con el fin de enfocarle el rostro, lo único que vio fue una masa de cabello claro que no tenía nada que ver con el pelirrojo de Bruno Spencer que la esperaba en su mesa y que debía estarse preguntando por qué no había regresado.


—Escuche, he cometido un error.


—Pero muy agradable. Creía que me esperaba una velada muy solitaria.


¡Dios del cielo! ¿Acaso pensaba que era una de esas mujeres que utilizaban esos trucos para ligar?


—No me ha comprendido, me he equivocado de mesa.


No debería haberse levantado de la mesa. Sin embargo, le había apremiado ir al baño y, al oír a una mujer en la mesa contigua decir que tenía que ir al servicio, aprovechó la oportunidad que se le brindaba, se levantó inmediatamente y siguió a la mujer. Al salir del baño, debía haberse equivocado de camino.


—Óigame, tengo un problema con la vista.


—¡Con esos ojos! Jamás lo habría imaginado —el hombre se inclinó hacia ella—. El cabello negro azabache y los ojos azul profundo resultan una combinación extraordinaria.


Paula se quedó sin saber qué decir durante unos segundos. 


Jamás le habían dicho nada parecido. De todos modos, lo importante era volver a la mesa de Spencer y…


—Si tuviera la amabilidad de ayudarme a volver a mi mesa —mientras hablaba, Paula buscó con el pie el zapato que no encontraba—. El caballero con el que estaba sentada es pelirrojo y lleva puesto… Es alto y lleva un traje oscuro.


Marrón oscuro, azul marino o quizá negro, no estaba segura. 


Aquella mañana, cuando se cruzaron el vestíbulo del hotel, llevaba un traje claro. Era un hombre muy guapo, lo había visto porque entonces Paula llevaba las gafas, aunque lo vio fugazmente ya que Jorge la sacó del hotel apresuradamente.


—¿Qué problema tiene con la vista?


—Soy muy miope —Paula continuó buscando el zapato—. Por favor, ¿tendría la amabilidad de indicarme?


—¿Miope? Pero unas gafas…


—Tengo gafas. Me las he dejado en…


En el bolsillo de Jorge porque éste le había dicho: «las gafas estropearían el efecto». Y cuando ella se quejó de que no podría ver, Jorge le respondió que se pegara a Spencer, que le gustaba que las mujeres se pegaran a él. Y ahora…


—Por favor, tengo que volver a mi mesa, es muy importante. Es una cuestión de vida o muerte.


—Odio esa expresión. Se habla de la vida y de la muerte como si fueran lo mismo, aunque son lo opuesto. La vida es…


—No necesito un discurso —le espetó ella—, lo único que quiero es que me indique mi mesa. Si tuviera la amabilidad de…


—Querida, ha sido usted quien ha decidido sentarse a mi mesa. Y ahora que estoy tratando de entablar una agradable conversación… ¡Oh, por favor, discúlpeme! ¿Le apetece una copa de vino?


—¡Yo no he decidido nada! Y no quiero vino. Se está divirtiendo con mi problema, ¿verdad? Apuesto a que es una de esas personas que disfrutan con el sufrimiento de los demás. Apuesto a que aparca en los espacios destinados para los inválidos y apuesto…


—No, desde luego que no. Los inválidos cuentan con mi simpatía y comprensión. Me temo que su problema es la vanidad.


¡Vanidad! nunca la habían acusado de ser vanidosa; por el contrario, su madre la acusaba de todo lo contrario.


—¿Va a negar que se ha dejado las gafas en casa a propósito con el fin de estar más atractiva?


—En fin, da lo mismo, ya encontraré yo sola mi mesa. Si fuera tan amable de mirar debajo de la mesa y empujar mi zapato hacia mí…


El hombre se echó a reír.


—¡Dios mío! ¿También se ha dejado por ahí el zapato?


—No. Llevo los zapatos de mi madre, que tiene una talla menos que yo, y… —se interrumpió, ¿por qué tenía que darle explicaciones?—. Deje de reír y empuje el zapato hacia mí.


—Quizá sea lo mejor.


Pero el alivio de Paula al meter el pie en el zapato se acabó cuando le oyó añadir:
—Veo al hombre que me ha descrito, está mirándonos con expresión furiosa desde su mesa.


—¡Oh, Dios mío! —Paula comenzó a ponerse en pie.


—¡Espere! —el hombre le puso una mano en el brazo y la sujetó—. Quiero su nombre y dirección.


—¿Para qué?


—A juzgar por la forma como se deja sus cosas por ahí, sería conveniente por si tengo que devolverle… algo.


—¡No voy a dejarme nada aquí con usted y tampoco tengo intención de volverle a ver!


—Si pudiera ver, no estaría aquí sentada —respondió él riendo.


Paula se soltó de él y se levantó. Tenía que escapar de aquel hombre aunque fuese en dirección contraria a su mesa. Quizá, si hablase con un camarero…


—Por aquí, querida —él se había levantado y la agarró del brazo—. ¿Su nombre? ¿No le parece que, si la acompaño a la mesa, será mejor que me presente como a un amigo?


—Paula Chaves —respondió ella apresuradamente.


—En ese caso, encantado de conocerla, Paula Chaves. ¿No le parece que debería sonreír? —su voz era baja y burlona—. Es sorprendente cómo consigues sonreír y fruncir el ceño al mismo tiempo.


Pero Paula no tuvo tiempo de responder puesto que acababan de llegar a su mesa.


—Me alegra que hayas decidido volver —dijo Spencer con el tono de voz de un hombre no acostumbrado a que las mujeres le abandonasen.


—Ha sido culpa mía —dijo el hombre que había acompañado a Paula a la mesa—. Me he alegrado tanto de volver a ver a Paula que la he retenido para preguntarle por su familia. Por favor, le ruego me disculpe. Me llamo Pedro Alfonso.


Pedro ofreció la mano a Spencer y éste se vio obligado a estrechársela.


—Bruno Spencer.


—Encantado de conocerlo —declaró Pedro ayudando a Paula a sentarse—. Bueno, Paula, saluda a tu madre de mi parte.


Entonces, Paula sintió los labios de él en su sien, cálidos y sorprendentemente íntimos. Al momento, él se dio media vuelta y se alejó.


¡Cómo se había atrevido! Paula se llevó la mano a la mejilla, sorprendida por la audacia de aquel hombre y por su propia reacción.


—Debe ser muy buen amigo —comentó Spencer con desdén.


—No, sólo un amigo un poco pesado —respondió ella secamente.


Estaba irritada. Se olvidó de que ella era la responsable de lo ocurrido, lo único en lo que podía pensar era en el poco tiempo de que disponía para persuadir a Spencer de que apoyara la propuesta de la tienda de vestidos; además, había que tener en cuenta los esfuerzos de Jorge para organizar con su jefe aquel encuentro.


«Spencer invertirá en cualquier cosa que pueda proporcionarle beneficios», le había dicho Jorge. Paula estaba convencida de que una boutique exclusiva en el centro comercial de Roseville daría beneficios. Sin embargo, no había logrado convencer de ello ni a su banco ni a la Administración de Pequeños Negocios. No, sin un capital que respaldara su optimismo.


¡Una verdadera estupidez! ¿Para qué iba a necesitar pedir dinero prestado la gente que ya lo tenía? La pequeña suma que le habían dado del seguro de vida de su padre lo había gastado ya, dado que lo que ganaba haciendo arreglos para La Boutique no le daba lo suficiente para vivir. Ahora que ya se había gastado el dinero del seguro, estaba asustada. 


Apenas podían sobrevivir con su pequeño sueldo, y si a su madre volvía a darle otro infarto…


—¿Café, señorita Chaves? ¿Postre?


—Café, gracias. ¡No, espere! —miró al camarero que le estaba sirviendo ya el café—. Creo que tomaré tarta de queso.


No le gustaba la tarta de queso, pero era una forma de prolongar la entrevista. Aún no había tenido el valor ni había encontrado la oportunidad de hablarle de la tienda de modas.


«No se lo sueltes a bocajarro», le había advertido Jorge.


 «Por una vez en tu vida, muestra tus encantos. Compórtate como Alicia».


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