lunes, 28 de mayo de 2018

HIJO DE UNA NOCHE: CAPITULO 4




BUENO, cuéntame algo sobre ti misma. La pregunta era inevitable, pero Paula tuvo que tragar saliva. Después de la euforia inicial se había dado cuenta de que iba a cenar con un hombre guapísimo haciéndose pasar por alguien que no era. Y que tendría que representar el papel.


Entre la despedida de Pedro y el sonido de su voz por el telefonillo cuatro horas después, cuando fue a buscarla, había tenido mucho tiempo para pensar que un hombre como él, sofisticado, elegante, mundano y extraordinariamente guapo, nunca se habría fijado en una chica como ella en circunstancias normales. De hecho, jamás se habrían conocido en circunstancias normales.


Paula, que al final se había puesto su propia ropa porque salir de casa con la de otra persona le había parecido demasiado descarado, se preguntó cuál sería la mejor manera de responder.


Y, por fin, se le ocurrió una vaga y tonta respuesta sobre que era algo así como un espíritu libre.


—¿Qué significa eso? —le preguntó Pedro.


Lo intrigaba aquella chica y debía reconocer que no había podido dejar de pensar en ella. Y cuando las puertas del ascensor se abrieron y atravesó el vestíbulo para reunirse con él había tenido que tragar saliva. No llevaba diamantes ni perlas. Ni siquiera el precioso vestido de antes. 


Se había puesto unos pantalones vaqueros, mocasines y una blusa de color azul. 


Y le gustaba.


Había que tener mucha seguridad en uno mismo para elegir la comodidad por encima del lujo y ser muy sexy para que te quedase bien.


—¿Qué significa? —Paula había dejado de mirarlo como una adolescente atolondrada y empezaba a relajarse un poco—. Lo dices como si llevaras toda tu vida metido en una burbuja.


—En una burbuja... —Pedro la miró, pensativo‐. Bueno, supongo que crecí en una especie de burbuja, sí. Cuando perteneces a una familia como la mía se supone que debes hacer ciertas cosas...


—¿Por ejemplo?


—No me digas que a ti no te ha pasado lo mismo. Es un cierto estilo de vida al que uno se acostumbra desde pequeño.


Paula pensó en su casa, siempre llena de gente, con novios entrando y saliendo, los dos perros y tres gatos y el caos general en que habían consistido sus años de formación.


—Yo no soy nada conformista —le dijo con toda sinceridad—. Tampoco es que sea una loca ni nada parecido, pero nunca se me ha dicho lo que debía ser o cómo debía comportarme.


—Tal vez las cosas se hagan de manera diferente en tu país. Yo siempre he sabido lo que me esperaba en el futuro.


—Pues no creo que eso sea muy agradable.


—¿Por qué no? —preguntó Pedro. Le parecía fascinante que dijera eso. Tal vez porque incluso las mujeres más ricas se habían quedado impresionadas por su poder y sus privilegios—. ¿Desde cuándo no es agradable tener el mundo a tu disposición?


—Nadie tiene el mundo a su disposición —Paula rió mientras iban hacia su coche, aparcado frente al portal.


—Te sorprenderías.


Bajo esa capa de humor, Paula creía detectar el implacable tono de un hombre acostumbrado a conseguir todo lo que quería y eso le produjo un ligero escalofrío.


—Tú crees que lo tienes a tu disposición porque todo el mundo te dice que sí. Creo que ése es uno de los problemas de tener demasiado dinero.


—¿Demasiado dinero? —repitió él—. Nunca había oído esa frase en labios de una mujer.


La verdad era que resultaba muy agradable estar con una chica que, a pesar de ser rica, tenía cierta conciencia social, pensó.


Y Paula decidió que si iba a aprender algo con Pedro Alfonso, ¿por qué no podía él aprender algo de ella? Al fin y al cabo, no había nada que perder. Intuía que no era un hombre cuyas opiniones se hubieran cuestionado a menudo. 


De hecho, a juzgar por cómo había conseguido que aceptase su invitación, parecía creer que el mundo entero estaba a sus pies y sin discusiones.


—¿Con qué clase de mujeres sales tú? —le preguntó, fascinada por aquella exótica criatura. 


Sus ojos eran tan oscuros como la melaza, rodeados de larguísimas pestañas, y su oscuro pelo ondulado era un poco demasiado largo pero no tanto como para parecer desaliñado. Al contrario.


Pedro rió, alargando una mano para tocar sus rizos.


—Siempre morenas, aunque empiezo a preguntarme por qué. ¿Es tu pelo de verdad?


‐¡Pues claro que sí! No todo el mundo se tiñe el pelo.


‐Pero muchas mujeres lo hacen—.murmuró Pedro pensando que era increíblemente sedoso.


—En otras palabras, que sólo sales con morenas que se tiñen el pelo.


‐Suelen compartir otras características —dijo él, intentando contener el deseo de abrazarla. Pero, para evitar la tentación, soltó su pelo y dio un paso atrás—. Largas piernas, una cara bonita, el apellido adecuado...


‐¡El apellido adecuado!


Pedro se encogió de hombros.


‐Eso es importante —admitió—. La vida ya es suficientemente estresante sin tener que preguntarte si la mujer que comparte tu cama está realmente interesada en ti o en tu cuenta corriente.


Paula sintió que se le encogía el estómago, aunque ella no estaba en absoluto interesada en su cuenta corriente


‐A lo mejor eres un poco inseguro.


—¿Un poco inseguro? —repitió Pedro, mirándola con gesto de incredulidad—. No, la inseguridad no ha sido nunca uno de mis problemas. Y, por favor, dime que no vas a pasar toda la noche intentando analizarme.


—¿Dónde vamos a cenar? —preguntó Paula para cambiar de tema.


Y cuando él nombró uno de los restaurantes más famosos de Roma miró sus pantalones vaqueros con cara de angustia. Primera lección sobre cómo funcionaban los ricos: 
olvidándose por completo de las convenciones sociales.


Porque era evidente que a Pedro no le parecía mal que fuese en vaqueros. Él mismo llevaba un pantalón de sport y una camisa blanca que en cualquier otro hombre parecería corriente, pero que a él le daba un aspecto increíblemente sexy.


—Prefiero no ir en vaqueros a un sitio tan lujoso.


Además, sospechaba que entrar del brazo de Pedro en un restaurante tan conocido la convertiría en el objeto de todas las miradas y a ella no le gustaba particularmente ser el centro de atención. Especialmente ahora, cuando eso podría convertirse en un problema. ¿Y si le presentaba a algún amigo? El mundo de los ricos y famosos era reducido y alguien podría descubrir que era una impostora.


—Yo te veo muy guapa.


—No tanto como para ir a ese restaurante.


—No te preocupes, yo conozco al propietario y te aseguro que no le importaría que apareciese con una mujer vestida con un saco de patatas.


—Que puedas salirte siempre con la tuya no te da derecho a hacerlo —dijo Paula entonces.


—¿Por qué no?


—Porque es importante respetar a los demás.


Al menos, así era como la habían educado a ella.


Pedro la miraba como sí se hubiera convertido en un ser de otro planeta y Paula se puso colorada. Aunque seguramente ruborizarse como una niña era contravenir otra de las reglas de los ricos.


‐Ah, una chica de la alta sociedad con principios —murmuró—. Me gusta. Es raro conocer a una mujer que se atreva a decir ciertas cosas en ciertos círculos.


En realidad, a las mujeres con las que salía normalmente les importaba un bledo lo que ocurriera a su alrededor. Eran ricas, vivían como princesas y les parecía un derecho adquirido ser continuamente halagadas y obedecidas por todos.


Y jamás pisarían Chez Nico sin ir vestidas para matar. De hecho, jamás salían de casa sin ir vestidas para matar porque la apariencia lo era todo.


—Yo no soy una chica de la alta sociedad —protestó Paula.


‐¿Ah, no? Tienes menos de treinta años y eres la propietaria de un lujoso apartamento en el centro de Roma que usas sólo cuando vienes a pasar unos días de vacaciones. Siento tener que decírtelo, pero eso significa que eres una chica de la alta sociedad.


—Ya te he dicho que las cosas no son así... en mi mundo.


—¿Y qué mundo es ése?


—Tú no lo conoces, es un sitio pequeño en Irlanda... en medio de ninguna parte.


—¿Un sitio pequeño con una gran mansión? —bromeó Pedro.


—Sí, bueno, hay una gran mansión...


Años antes, su madre había ido a limpiar allí una Navidad porque necesitaba algo de dinero extra. Era una mansión enorme con torreones, pero tenía un aspecto desolado y aterrador.


—Entonces debes ser medio italiana... ¿qué mitad? 


Paula sonrió.


‐¿Siempre haces tantas preguntas?


—No, pero es que no suelo tener que sacar la información con sacacorchos — Pedro soltó una carcajada—. En realidad, a la mayoría de las mujeres que conozco les encanta hablar de sí mismas.


—¿Para impresionarte?


—¿Quieres que te diga la verdad o debo hacerme el modesto?


‐Estás muy seguro de ti mismo, ¿eh?


—Yo prefiero pensar que soy realista —Pedro estaba disfrutando de la conversación. Había tenido que esforzarse para convencerla de que cenase con él y eso era algo nuevo. Además, resultaba impredecible—. ¿Tú no quieres impresionarme? —le preguntó entonces en voz baja, en un tono que la hizo sentir escalofríos.



—¿Por qué iba a hacerlo?


Estaba intentando disimular, pero se daba cuenta de que aquélla no era una simple cita con un desconocido. Sentía como si estuviera entrando en su alma, abriendo puertas que no sabía que existieran.


‐Porque yo siento el extraño deseo de impresionarte a ti —le confesó Pedro.


Y le parecía raro porque no era eso lo que pretendía cuando la invitó a cenar. En realidad, había pensado que sería una interesante aventura de una noche y nada más. Si no lo reconociera sería un hipócrita. Al fin y al cabo, no iban a volver a verse.


‐¿Por qué no me dices qué haría falta...?



No hay comentarios.:

Publicar un comentario