martes, 8 de mayo de 2018
CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 12
Ya en su habitación, Pedro se quitó el abrigo y la corbata sin fijarse siquiera en dónde los tiraba.
Estaba excitado, frustrado… y confuso. Durante unos breves momentos, había sentido una oleada de calor y ternura, una intimidad que no era de este mundo, y la respuesta de ella, apasionada, urgente, rogándole… Pero de pronto… ¡toma! ¡Una ducha de agua fría! Y lo había hecho simplemente dándole las buenas noches… como si no hubiera pasado nada…
Se acerco al minibar y se sirvió un licor.
Eso era lo que se podía llamar una chica provocativa. A un hombre le fastidiaba bastante que le tentasen de esa manera para luego…
Bebió despacio y pensó en todo ello.
Bueno, vale, ella no lo había provocado; simplemente estaba ahí, mostrándose tan natural, tierna y simpática como siempre. Y también estaba tan atractiva aquella noche que no pudo evitar besarla. Pero no había estado preparado para la sacudida que el roce de sus labios le había producido. De no haberse apartado ella, no se sabe lo que habría ocurrido.
Menos mal que Paula había hecho lo propio.
Dios mío, aquel tipo de líos entre compañeros podía mandar al traste una buena relación de trabajo. Por esa razón no había elegido a Reba Morris para el puesto.
Sonrió para sus adentros porque la verdad era que nunca había sentido deseos de acariciar a Reba. Mientras que con Paula… Bueno, a partir de ese momento tendría mucho cuidado; no quería perder a un excelente auxiliar sólo por un episodio como el de esa noche.
Paula, mientras tanto, continuaba apoyada contra la puerta, intentando recobrar el aliento.
¡Entonces se trataba de eso! Aquella sensación, tantas veces descrita en las novelas de romance o en las películas de la televisión… Pero todo aquello no tenía nada que ver con experimentarla de verdad.
No sabía que podía ser algo tan… tan confuso.
Cerró los ojos, rememorando la oleada de júbilo, tan cálida, tan íntima, que deseó poder agarrarse a ella para siempre. Y esa alegría iba acompañada de un fuego abrasador que le corría por las venas y la llenaba de vida y de un anhelo tan profundo y tan fuerte que le costó un enorme esfuerzo negar su instinto natural.
Sentir todo aquello le dio miedo. Si se trataba sólo de sexo, ¿por qué no se había sentido así antes?
Pues porque eso era cosa de dos, de un hombre y una mujer. Los hombres, excepto los chicos Wells que habían sido como hermanos para ella, no habían formado parte de su vida; al menos, jamás había tenido relaciones íntimas con ninguno. Por eso era por lo que se sentía así con el primer hombre que la había besado de verdad; ¡y de todos tenía que ser su jefe!
¿Y cómo había llegado a ocurrir? A veces era el señor Alfonso, a veces Pedro; a ratos mantenían una relación estrictamente profesional y otros una especie de agradable camaradería. Se dio cuenta de que las barreras que los separaban se iban rompiendo y decidió que no podía permitir que aquello pasara.
Tenían una buena relación profesional y no quería estropearla… Y aun así, su cuerpo todavía temblaba después de aquel beso, el calor de la pasión no la había aún abandonado y se vio inundada por un deseo sexual nuevo para ella. Un deseo tan intenso que…
¡Basta ya!
Se cubrió la cara con las manos, deseando librarse de ello. No deseaba sentirse así por Pedro Alfonso que, aparte del trabajo, era totalmente opuesto al tipo de hombre que le gustaba.
Pero se las arreglaría; esa misma noche se había echado atrás, ¿no? A partir de ese momento tendría cuidado de que no volvieran a estar tan cerca el uno del otro.
Frunció el ceño, esperando que el incidente no estropeara la compenetración que había entre ellos. Aunque estaba segura de que no pasaría nada: él tenía mucha más experiencia que ella y no estaría tan afectado. Y si se lo pensaba bien, probablemente atribuiría el beso al exceso de vino o lo vería como la guinda de una noche de diversión. En ese momento decidió que no había sido más que eso y que se olvidaría de ello.
Pero había algo más… Él había querido besarla y no sólo eso sino que la había invitado a bailar, aunque quizá aquello no fuera importante; el hecho de estropearle el plan con Sam le había hecho sentirse culpable.
¿Sería posible? Cruzó la pieza y se inspeccionó frente al espejo. Meneó la cabeza y suspiró: ni rastro de la sensualidad que Reba poseía.
Pero… no estaba tan mal. El dorado de las transparencias acentuaba su moderno y elegante corte de pelo, la falda corta le realzaba las piernas, su mejor atributo según le había dicho Loraine, y aquel nuevo maquillaje le acentuaba los ojos.
La verdad era que no estaba tan mal; en realidad estaba bastante bien. Pero, ¿por qué no se había dado cuenta antes?
Y pensándolo mejor, había otros hombres que se le habían insinuado, pero había estado tan atareada con el trabajo que ni siquiera les había prestado atención.
¡Y de pronto dos citas en un sólo día! Además, Sam Elliot, un experto en mujeres, le había dicho que estaba muy bella y Pedro le había dicho que era refrescante de aquella forma tan…
Si aquellos dos hombres, daba igual que fueran del tipo ejecutivo dinámico, se habían interesado por ella, quizá hubiera otros que también la admirarían.
De nuevo volvió a mirarse, y se dio cuenta de que había ocurrido un milagro y que la dura preparación había llegado a su fin. Estaba lista para comenzar a buscar al hombre adecuado.
Entonces le invadió la curiosidad. ¿Cómo sería ese hombre?
A lo mejor no sabía aún cómo sería pero había hecho planes, y lo que tenía muy claro era cómo no sería. No sería pobre y quizá tampoco muy rico… pero lo suficiente. Y tampoco sería médico, abogado o cualquier profesión que lo mantuviera alejado del hogar. Sería un hombre al que le gustase reír, jugar, los niños, y sobre todo que la amase, la besase, la…
¡Eh, no iba a ponerse a pensar en eso todavía!
Y lo que le faltaba en belleza lo compensaría con amor, lealtad, alegría y tiernos cuidados.
«Te haré inmensamente feliz», prometió a aquel hombre maravilloso que la esperaba en algún momento y lugar del futuro.
La emoción la embargó pues sabía que aquel hombre estaba ahí fuera, esperándola, y ella lo encontraría. Estaba a punto de satisfacer todos sus planes, sus esperanzas y sus sueños.
Aquello merecía ser celebrado, pensaba mientras se dirigía al minibar a buscar vino.
Se colocó de nuevo frente al espejo y con un vaso de vino francés en la mano izquierda levantó la copa.
—Venga, estés donde estés, sal. ¡Allá voy!
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