martes, 8 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 13





Cuando había alguna conferencia, tenían la costumbre de juntarse a la hora del desayuno a trazar los planes del día. Paula bajó a la mañana siguiente un poco recelosa… La relación profesional resultaría imposible si él se sintiera, bueno… igual que durante un loco instante se había sentido ella.


Con un montón de papeles en la mano, Pedro se puso en pie cuando ella llegó a la mesa.


—Hola, me alegro de que hayas bajado temprano. Estaba pensando en cambiar el programa del día ligeramente.


—¿Eh?


—Sí.


Pedro se alegró de que en ese momento apareciera la camarera a servirles el zumo; había cambiado el programa cuando vio a Paula acercándose a la mesa, cada curva de su cuerpo acentuada por el mono de punto verde que se ceñía a su esbelta figura. La cara fresca de la mañana y el cabello con aquel nuevo color… ¡Lo habían dejado sin aliento!


¿Qué demonios le ocurría? En su vida había muchas mujeres, algunas de ellas más atractivas que Paula. Las mujeres formaban ya parte del mundo de los negocios, y él les mostraba el mismo compañerismo que a los hombres, evitando establecer relaciones íntimas como si de una plaga se tratara. Muy bien, no practicaba el celibato, pero era sincero con las mujeres. Todas comprendían su aversión al matrimonio y nunca había dejado que ninguna relación amorosa se prolongara demasiado y se estropearan las cosas. No quería hacer daño a nadie y nunca se había involucrado lo suficiente como para sufrir después.



Pero, ¿qué demonios le ocurría con Paula? 


Tragó saliva al recordar la noche anterior, mientras la veía avanzar hacia él, y se dio cuenta de que necesitaba estar solo para volver a sus cabales.


—Pensé que, ya que estoy aquí debería pasarme por la sucursal de Los Angeles —empezó diciendo—. De todas formas, Stan debe recibir estos informes sobre la nueva legislación inmediatamente, y va a necesitar tu aportación. Entonces, pensé que sería mejor que te marcharas esta tarde como habíamos planeado y yo me iré para Los Ángeles, ¿vale?


—Me parece bien.


En eso no se había equivocado, pensaba Paula; los negocios lo primero, como si no hubiera pasado nada la noche anterior. En el fondo se sintió aliviada.


De vuelta en Wilmington, tan pronto como pudo, Paula fue a llevar los regalos que había comprado en California. A Mary Wells le encantó el libro de plantas medicinales chinas y Lisa la ayudó a plantar unas semillas antes de ir a ver a los niños de George. Los encontró en el salón, jugando sobre la alfombra mientras Clara estaba tumbada en el sofá leyendo un libro.


—Es el único rato de asueto que tengo —dijo Clara, dejando el libro y levantándose—. Voy a buscarte algo fresco.


—Que sea agua —dijo Paula, mientras seguía a Clara a la cocina después de darle a Bety un rompecabezas chino y a Teo un barco de juguete—. Tengo que mantener el tipo.


—Sí —Clara le echó una mirada de admiración—. ¿Cómo lo haces?


Paula, vestida con unos shorts amarillos y un top del mismo color, se echó a reír.


—No es fácil. Llevo un tiempo haciendo una dieta muy buena. ¿Quieres que te dé algunas recetas? Alimentan y no engordan nada, y, además, están buenísimas —dijo mientras la ayudaba a quitar la mesa.


Clara le pasó un vaso de agua y empezó a recoger unos platos sucios algo avergonzada.


—No parece nada lógico limpiar cuando va a volver a estar todo hecho un asco dentro de un rato.


—Lo sé. Venga, déjame que te eche una mano y así terminamos antes.


Metieron los cacharros sucios en el friegaplatos y en unos minutos dejaron la cocina bastante ordenada. Entonces, Paula se sentó y empezó a escribir la receta para Clara.


—Suena asquerosa —dijo Clara.


—No está asquerosa, está muy rica; se la puse a mi jefe, el señor Alfonso, y ni siquiera se enteró de que era una sopa dietética e incluso se sirvió un segundo plato.


—¿Tu jefe? —Clara abrió mucho los ojos y su interés por la sopa desapareció por completo—. ¡Paula, es guapísimo! Estaba deseando preguntártelo, ¿a ti te… ? Quiero decir, ¿a él… ?


—¡Yo no y él tampoco! El día que lo viste fue la primera y única vez que ha estado en mi apartamento y estaba allí por una cuestión meramente profesional. Eso es todo lo que hay entre nosotros, Clara —dijo bloqueando el recuerdo de lo que había pasado en San Francisco.


Además, desde entonces la relación había sido así, ¿no?


—¡Oh! —Clara parecía decepcionada—. Pero a lo mejor… Oye, no estará casado, ¿verdad? —y cuando Paula lo negó con la cabeza, continuó—. Entonces, ¿estará viviendo con alguien?


—¡No tengo ni idea! —saltó Paula y no supo bien por qué se sentía de pronto tan molesta.


Entonces recordó lo que le había dicho Celestine en más de una ocasión.


—No sé por qué las chicas de Pedro no se limitan a ir detrás de él fuera del horario de oficina. Me canso de ser yo quien hable con ellas, especialmente esa tal Gwen que se pone tan tonta…


Paula se preguntaba si Gwen sería la rubia que había visto un par de veces en la oficina para llevárselo a comer. Pero pensándolo bien, ¿qué le importaba a ella con quién comiera, viviera o incluso durmiera su jefe?


—No sé nada de la vida privada de mi jefe, y tampoco me importa —añadió—. Aquí tienes la receta.


—Gracias —contestó Clara, como ausente—. Bueno, si no está casado y no tiene a nadie… Diantres, Paula, si yo estuviera en tu lugar…


—Oh, Clara, deberías llevar a los niños a ver esa nueva película de aventuras —la interrumpió Paula—; es muy graciosa —y siguió hablando de ella, sin dar a Clara la oportunidad de volver a mencionar a Pedro Alfonso. No quería ni oír hablar de él. 


De vuelta a casa, mientras conducía, Paula se dio cuenta de que había pasado muy poco rato con los niños, quienes eran a los que en realidad había ido a ver. Pero aun así, estaba contenta de haber pasado un rato charlando con Clara, que parecía necesitar un poco de diversión.


Por mucho que quisiera a sus hijos, Clara no era una mujer excesivamente hogareña y la verdad era que estaba bastante aburrida de estar en casa. Además, el tremendo horario de trabajo de George, junto con su afición a los deportes…


Paula suspiró; eso le pasaba por haberse casado demasiado joven, sin planear o prepararse para lo que de verdad deseaba.


Al llegar a casa, Paulaa se encontró con una postal de Ruth desde las islas griegas. Se puso a pensar en su tía y en Reba Morris y empezó a compararlas. ¿Estaría ella también metiéndose en aquel mundo de competitividad sin darse cuenta?


Conseguir lo que uno deseaba no era una tarea tan sencilla. Ella había adquirido conocimientos como profesional y había mejorado el envoltorio…


Pero el amor era cosa de dos y los hombres que conocía a través de su posición en la empresa eran, por supuesto, los típicos ejecutivos.



Después de pensarlo bien, empezó a ir más a jugar al golf y finalmente se hizo socia de un club de campo. No era demasiado exclusivo para sus gustos, pero lo suficiente como para poder pescar a un soltero lo suficientemente adinerado y que tuviera, además, tiempo libre. 


Hasta ese momento sólo había conocido a uno. 


Una tarde estaba con Alfonso en su despacho cuando entró Hal Stanford hecho una exhalación.


—Jefe, no puedo ir mañana a jugar al golf. Es la liga infantil, ya sabe, soy el entrenador del Oso de Oro y…


—¡La liga infantil! —Alfonso se puso pálido—. Oye, Stan, hace una semana que planeamos todo esto, antes de irme a las Bahamas y tú quedaste en…


—Lo sé, pero esto me va a tener ocupado todo el día. Estaba programado para el sábado pasado pero la lluvia lo estropeó.


—¡Stan, no es la Copa del Mundo!


—Para mi hijo como si lo fuera —dijo Stan sonriendo.


Pero Pedro no sonreía.


—No se trata sólo de una partida de golf. Alien Dobbs, el senador proponente de un proyecto de ley que nos va a cortar los vuelos, está de paso en la ciudad y es amigo de mi amigo Daniel Masón. Daniel ha planeado un partido amistoso para que pueda disimuladamente ponerle al tanto del daño que ese proyecto de ley puede hacerle tanto a nuestros clientes como a la compañía. Y ahora, tú vas y te echas atrás —Pedro hizo una pausa, exasperado.


—Dios mío, Pedro, estoy seguro de que hay una docena de tipos que podrán sustituirme.


—Sí, pero ninguno de ellos entiende del tema que tenemos que discutir.


—Yo sí que puedo —dijo Paula.


Los dos, que se habían olvidado de que estaba allí, se volvieron a mirarla al mismo tiempo.


 —¿Cómo has dicho? —le preguntó finalmente Alfonso.


—Sé de lo que hay que charlar.


Pedro parecía exasperado.


—En ese punto estoy de acuerdo contigo —dijo—, pero esto, querida, no es una conferencia de negocios y no debe parecerlo. Este asunto requiere algo más que saber de seguros; necesitamos a alguien que sepa jugar al golf.


—Yo sé.


Stan la miraba escéptico y Pedro sonrió, pero meneó la cabeza en señal de negación.


—Me refiero a alguien que sepa jugar de verdad.


—¿Qué me decís de un handicap de diez? —les contestó con satisfacción, para sorpresa de ellos.


Estaba dispuesta a probar lo que decía, además, el club de golf donde asistía Pedro era mucho más prestigioso que el suyo. Tendría la oportunidad de moverse entre personas de dinero, y estaba segura de que entre sus miembros habría algunos solteros.



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