domingo, 13 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 2





Un segundo más tarde, y mientras Paula caía, se oyó una fuerte detonación. La mujer permaneció en el suelo unos instantes, hecha un ovillo y temblando.


—¿Paula?


Paula gimió, pero siguió en posición fetal.


—Ya ha terminado, pequeña.


Era Miguel.


Paula suspiró y levantó la mirada. Por alguna razón, captó todos los detalles con sorprendente claridad. Notó la pequeña gota de leche que Miguel tenía sobre el labio, unas cuantas migas en su jersey y, sobre todo, el brillo de preocupación de sus ojos marrones.


Sin embargo, Miguel no guardó la pistola. Y algo hizo que Paula empezara a comprender.


—La llamada telefónica... —dijo ella—. Era para ti, ¿verdad?


Miguel asintió de forma amistosa.


—Sí, pero esperaba que llamaran mañana. Luis ha estado actuando de forma extraña últimamente; supongo que se ha hecho pasar por mí, y que el cretino que ha llamado ha caído en la trampa. Maldita sea... odio trabajar con aficionados.


—Oh, claro. Supongo que los canallas profesionales tenéis que mantener cierto nivel de calidad —comentó ella, con ironía.


La amistosa expresión de Miguel se desvaneció, pero Paula no se preocupó demasiado. De todas formas sabía que le quedaban pocos minutos de vida. Así que se incorporó y se sentó en el sofá.


—Por curiosidad, ¿cuánto valgo? —preguntó ella, intentando mantener la compostura—. Supongo que lo suficiente como para sufragar los gastos de tu ex mujer.


—Ah, Paula... creo que voy a echar de menos tu lengua viperina. Pero te diré que vales más de lo que piensas. Lo suficiente para pagar una pequeña fortuna en deudas de juego, por no mencionar mi cuello. Y ahora, pórtate bien y levántate.


Miguel se acercó a ella, la levantó y le puso el cañón de la pistola en la sien.


—Se suponía que la bala debía salir de la pistola de Luis, pero te prometo que no te dolerá si te quedas ahí, sin moverte. Cierra los ojos, pequeña —dijo, casi en un susurro.


—No —espetó ella, mirándolo a los ojos—. Quiero que te lleves a la tumba el recuerdo de lo que vas a hacer.


Miguel la soltó y se apartó de ella.


Justo entonces sonó otro disparo. Miguel miró hacia atrás, por última vez, y se derrumbó a los pies de Paula, con un brillo de sorpresa en sus ojos. Un segundo disparo acabó con su vida.


Paula sentía un intenso frío. Un frío insoportable.


—Paula... —dijo Luis, con voz débil.


Paula saltó por encima del cadáver de Miguel y se inclinó sobre el joven policía, que estaba tendido boca arriba.


Había sangre por todas partes. Paula se quitó el albornoz, se arrodillo, y apretó la tela contra la herida de su pecho.


—Te pondrás bien —murmuró ella—. Aguanta, Luis. Voy a llamar a comisaría. Vuelvo enseguida.


Pero Luis la agarró por la muñeca con una fuerza sorprendente para un hombre que agonizaba.


—No, no hay tiempo para eso —dijo, con un esfuerzo evidente—. Él va a venir... no confíes en nadie, Paula... escóndete hasta el día del juicio...


Luis la miró con intensidad y añadió, en voz más alta:
—¡Huye!


—¿Qué huya? ¿A dónde? ¿Quién va a venir, Luis? ¡Contéstame! —preguntó ella, presa del pánico.


Pero Luis dejó de respirar en aquel instante.


El terrible silencio se rompió entonces. Paula recobró el sentido de la realidad y oyó la televisión, que aún estaba encendida. Estaban pasando un anuncio de joyas, y una voz de barítono recomendaba que se regalaran en Navidad. Paula se volvió y miró la pantalla.


Tenía frío. Un frío insoportable.


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