domingo, 25 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 9




Mientras conducía se le ocurrió pedirle ayuda a Paula, pero enseguida rechazó la idea. Eso no le causaría más que problemas, no merecía la pena. Bastante tenía ya con haberla besado, recapacitó. Si le pedía un favor, ella pensaría que le interesaba. Además no necesitaba su ayuda, no sería tan difícil encontrar a una buena actriz. ¿O sí?, se preguntó.


Sin embargo, las cosas resultaron más complicadas de lo que Pedro había supuesto en un principio. Aquel día, mientras escribía el anuncio, Pedro estuvo pensando en que debía de publicarlo lejos de Bedley Hills. Por si acaso su padre conocía a la candidata a esposa, se dijo. Y luego quedaba aún pendiente el tema de cuánto pagar y de por cuánto tiempo contratarla. Por fin decidió el texto del anuncio, que fue bastante sencillo:
Se necesita a una mujer de unos veinte años o más para hacerse pasar por esposa durante una semana. Se trata de un trabajo legal. Pagaré quince mil pesetas al día. Mínimo un día.


Lo firmó con su nombre de pila y anotó el teléfono. 


Necesitaba un día entero, había pensado, para ponerse de acuerdo en la historia a contar y convencer a su padre de que era feliz. Sin embargo, si lo planteaba por un tiempo indefinido, dejaba abiertas otras posibilidades, se dijo. No esperaba tardar más de una semana, pero todo podía ocurrir.


El anuncio salió en el periódico a la mañana siguiente. 


Durante esos dos días recibió cinco llamadas telefónicas. 


Una de las mujeres rechazó el trabajo al saber que se trataba de un contrato privado en el que no mediaba ninguna compañía de teatro. 


Después de aquello, Pedro omitió esa información en las siguientes conversaciones con las otras candidatas. Otras dos de las mujeres eran mayores de cuarenta y cinco años, y Pedro tuvo que rechazarlas. Una diferencia de edad tan grande no hubiera servido sino para levantar sospechas en su padre, se dijo.


Quedaban, por tanto, dos candidatas. La primera entrevista debía celebrarse en cuestión de minutos. Marcia Peterman tenía que estar al llegar. Si todo iba bien, Pedro cancelaría la otra cita y pasaría la tarde repasando la historia con su supuesta mujer. Luego, al día siguiente, iría con ella a visitar a su padre.


Y después de eso estaría libre y podría volar a cualquier parte, a cualquier lugar exótico para relajarse, pensó.


Pronto abandonaría Bedley Hills, y sin embargo no estaba contento. No podía dejar de pensar en Paula, se confesó. 


Desde su último encuentro, ella no había dado señales de vida, y no dejaba de preguntarse por qué. Cada vez que salía al jardín esperaba verla, pero Paula no aparecía. Y a pesar de todo, Pedro tuvo la sensación aquella tarde de que alguien lo observaba.


Por fin un coche entró en su propiedad con la música a todo volumen. Pedro hizo una mueca de disgusto. Si había algo que valorara tanto como la intimidad, era el silencio. La música cesó de repente. Pedro dio un paso adelante y una chica salió del coche con zapatos de tacón. Casi sin pensarlo, se acercó a ayudarla.


—Hola, soy Marcia.


Marcia, pelirroja, era quizá excesivamente joven. Llevaba una minifalda de piel negra y el pelo abultado y peinado con laca. Pedro pensó que nunca se atrevería a tocar ese pelo, y menos aún un hombro o un brazo.


Y si no tocaba a su mujer, se dijo, no engañaría a su padre.


—¿Eres tú quien ha puesto el anuncio? ¿Eres Pedro?


—¿Cuántos años tienes?


—Ayer cumplí veinte.


Pedro frunció el ceño y miró a la joven. Era demasiado poco, se dijo. Demasiado joven. No quería que ella, ni nadie que pudiera verlos, llegasen a una conclusión equivocada. 


Pedro lo miraba, pero de pronto frunció el ceño suspicaz:
—¿Por qué no dices nada? ¿No serás un prevertido, verdad?


—Se dice pervertido, y por supuesto que no lo soy.


—¿Entonces dónde está el teatro?


—No hay teatro, simplemente necesito a alguien que se haga pasar por mi mujer una tarde —explicó sin dar más detalles.


Había decidido que Marcia no le servía, de modo que era inútil explicarle nada. Marcia le echó una mirada asesina e hizo un gesto con la cabeza para echarse el pelo hacia atrás.


—¿Y por qué has puesto un anuncio? Un tío como tú seguro que tiene una cola de mujeres dispuestas y aguardando.


—Es que soy nuevo en el vecindario —contestó Pedro. Marcia soltó una estruendosa carcajada y Pedro sacudió la cabeza—. No quisiera ofenderte, pero me temo que no voy a contratarte.


—¡Hombres! —musitó Marcia entre dientes volviendo al coche. Pedro se apresuró a ayudarla—. Gracias, normalmente llevo zapatillas de deportes, esto lo llevo para darme glamour —añadió tirando de la minifalda.


—Siento mucho que no haya funcionado.


—Está bien —sonrió—, de todos modos eres muy mayor para mí.


«¿Mayor?», se preguntó Pedro. Sólo tenía treinta años. Antes de que pudiera decir nada escuchó un ruido de ramas procedente de los arbustos. Miró en esa dirección, pero no vio nada. Sin embargo, eso no significaba que los árboles no tuvieran oídos, se dijo.


—Bueno, al menos no ha pasado nada —continuó Marcia—, mi madre estaba preocupada.


Paula iba a tener motivos para reírse, pensó Pedro.


Sin embargo, no podía hacer nada.


—Dile a tu madre que no tiene nada que temer de este vecindario —añadió en voz alta—. Créeme, yo no salgo sin que mis vecinos lo sepan.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario